Fragmento homilético
Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi que uno de los fracasos que permitimos en las últimas décadas en el culto evangélico es la musicalización de la adoración. Aprendimos a relacionar la adoración con música tipo baladas de cortas letras que nos eleven emocionalmente hacia Dios. Si bien la música es una posibilidad artística, entre otras, para adorar a Dios, no es la única. A veces siento que nos dejamos vendar los ojos para no ver en las Escrituras todas las posibilidades que hay para adorar a Dios de maneras ricas, generosas, placenteras, bellas, evangelísticas, misioneras, transformadoras.
Un testimonio evangélico y maravilloso es el relato de María, la de Betania. En aquel acontecimiento encontramos, entre otras, un placer exquisito.
Juan 12: 1- 8
Regularmente la palabra “placer” y vida cristiana no se la llevan como que bien. Por siglos, la vida cristiana se caracterizó por la esterilización de placer, de todo atisbo de disfrute existencial. La negación casi absoluta a los placeres de la vida fue sinónimo de santidad. En las Sagradas Escrituras contemplamos lo contrario: la vida santa se reconoce por el buen disfrute de los placeres.
Conteniéndome con mucha debilidad para no desenfocarme, ya que el tema del placer a la luz de la Biblia me atrae demasiado, destaco algunas evidencias del disfrute de la vida y de la fe en este testimonio según el Evangelio de Juan. La primera entre ellas, “estaba cerca La Pascua”. Esta fue una fiesta sagrada, instituida por Dios mismo. Fue un festejo que dramatizaba significativamente el milagro más grande de salvación en la historia de Israel. El disfrute estaba en los detalles: había que hacerlo en familia, y si era una pequeña familia, entre vecinos. Había comida, copas de vino y relatos de salvación a luz de vela. Había memorias de la grandeza de su Dios. Se hacían oraciones de alabanza y gratitud. ¡Era todo un placer!
En fin, según S. Juan evangelista, faltaba poco para esta fiesta cuando en Betania celebraban la visita de Jesús: Marta servía a la mesa como una Pascua anticipada al tiempo que Lázaro, su hermano, atendía a Jesús. Entre sorbos de vino, bocados de pan a la boca, risas, abrazos y memorias de la obra de Dios disfrutaban el momento, me imagino, y no es más que mi imaginación, hablaban de las maravillas de Dios, puntualmente de la resurrección de Lázaro.
¡Esta visita fue todo un placer!
Otro momento placentero fue la sorprendente aparición de María. Esta mujer sin palabras se acercó a Jesús, rompió un frasco de perfume muy caro y bañó con eso los polvorientos pies de Jesús.
El placer está en varios detalles: 1. Que al romper el frasco, el olor del perfume empezó a ser perceptible al olfato de los comensales. Dice la Biblia que el olor del nardo llenó la casa. Esto es placer para el olfato. 2. Las caricias con las que la mujer frotaba los pies de Jesús. Este proceder de la dama es provocativo, sensual. Ahora, cuando empieza a usar su larga cabellera para envolver los pies de Cristo, hace de la escena algo más atrevido. “...el gesto de bañar los pies, que eran considerados símbolo erótico masculino, y el de secar el perfume con los cabellos, los cuales eran percibidos como símbolo erótico femenino, implican unas relaciones placenteras y sensuales.”1
Este placer no es vulgar, por favor, no se permita un desenfoque. En un mundo donde la erótica la percibimos con la cosmovisión del reggaeton, corremos el riesgo de vulgarizar, hasta de pornografizar el relato bíblico. María, la de Betania, no está seduciendo sexualmente a Jesús, ella acoge al Maestro como al amigo que es y le profetiza con su erótica y derroche de adoración lo que está por suceder: la cruz. Dice la teóloga Mercedes Navarro: “La acción de María es un verdadero derroche. No pertenece al nivel de las necesidades, sino que está en otro plano. Es un verdadero derroche de placer. Y puesto que provoca y comparte un placer muy intenso puede ser recuperada por Jesús como signo y evocación anticipada de un estado de gozo permanente, como es la Pascua definitiva, la Vida y su plenitud.”2
Hablar de Jesús me ha significado correr altos riesgos.
Hablar de Jesús con el evangelio al desnudo me ha dado miedo.
La religiosidad, tanto la católico-romana como los evangelicalismos importados a América Latina, nos ha vendado los ojos, el gusto, el olfato, el corazón, el placer de contemplar a Jesús tal y como él es; si me lo permite, ¡al desnudo! La religiosidad nuestra le pone sábanas gruesas a experiencias de Dios que nos parecen inapropiadas para nuestra forma de concebir a Dios. Traemos a cuestas un -casi eterno- falso pudor que nos empaña la vista ante una gracia sorprendente. Y claro, todo aquello que arremete contra esta religiosidad, pidiendo a gritos la libertad que promete el Hijo de Dios, lo silenciamos, lo etiquetamos de “falsa doctrina” y le cortamos las alas, cueste lo que cueste, antes de que la verdad liberadora alce vuelo. Y así, nos volvimos idólatras de la religión.
“La religión por amor a la religión es idolatría”.3
Hay gente que ama más su iglesia que a Cristo.
Aman más a su denominación que a Cristo.
Aman más su doctrina que a Cristo.
Creen más en su “coalición por el evangelio” que en Cristo.
Aman más su reputación, reconocimientos y gloria que a Cristo.
“La religión por amor a la religión es idolatría”.
Pero la religión del amor es más grande. La religión de la adoración sincera, espontánea, auténtica, atrevida, particular, extravagante tiene un valor inmenso ante los ojos de Jesús. Él puede interpretar correctamente lo que hacemos. Él permite que incorporemos en la adoración los sentidos como el gusto (la mesa), el olfato (el nardo), el tacto (los pies, el cabello, las manos), el cuerpo (la mujer se postró), la vista, el oído. Y sí, así algunos se escandalicen. Así algunos mal juzguen lo que hacemos, podemos adorar a Dios involucrando los sentidos, el cuerpo entero y lo más preciado que poseamos.
©2023 Ed. Ramírez Suaza
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1. Navarro Puerto, Mercedes. María de Betania: La Pascua y el placer: María unge a Jesús en Betania (Jn 2,1-8) (Mujeres bíblicas) (Spanish Edition) (p. 20). Editorial San Pablo. Edición de Kindle.