lunes, 15 de julio de 2019

CIELO ROTO: FRAGMENTO APOCALÍPTICO



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi un Cielo Roto vestido de harapos, unos concedidos por pequeños chacales: políticos-religiosos delirantes de poder y riquezas.
Ambiciones bestiales.
Avaricias babilónicas.

Sobre la gran montaña oriental del Cielo Roto vi una ramera sentada, vestida de púrpura con cintos blancos sobre la cintura y el cuello. “...la Prostituta empuñaba toda clase de cheques y de bonos y de acciones y de documentos comerciales...”[1] En el pecho un inmenso número cincuenta  en letra romana [aquí hay sabiduría]; bebiendo la vida, la tierra en copas de barro, mientras daba la espalda al Valle Partío en dos por el río que nace en las alturas de San Miguel.

En el Valle Partío había, aproximadamente, siete millares de anónimos. Entre ellos, opositores, inmigrantes, desplazados, marginados, pobres, viudas, huérfanos, enfermos, peregrinos de la fe.
Algunos de ellos portaban en sus frentes la marca de la ramera, el número cincuenta en letra romana.
Otros cargaban marcas de otras rameras como el número cien en escritura romana [aquí también hay sabiduría], número de color blanco sobre un hipócrita dulce azul.
Otra marca de ramera, que aún no se ha sentado en la gran montaña, quien apetece vorazmente la cima y la copa de barro, es la de una mano de dragón infernal acariciando con mentirosa ternura el corazón sobreviviente de un pecho patria agonizante.
Mas no todos portaban marca alguna de las diferentes rameras, las desesperadas por ocupar la cima de la gran montaña oriental del Cielo Roto; había muchos otros portando en sus existencias las marcas de la Cruz.

Millares anónimos.
Peregrinos sobre rodillas, porque de rodillas les tocó nacer.
Vi que clamaban a grandes voces, como el estruendo de los truenos de su Cielo Roto diciendo:
¡Basta ya ramera de tus hurtos e injusticias!
!Que cese ya la hemorragia de nuestras tierras!
¡Que se silencien las espadas y los disparos!
¡Que se apaguen sus cigarros!
¡No más muerte blanca en las narices de nuestros hijos!
¡No más hechicerías!
Esa maldita Babilonia se traga por la boca de su sombrero los recursos de la salud, infraestructura, deportes, educación, vivienda, del campo. ¡Nuestro bendito campo!
Pero la ramera de vestido rojo se burlaba de ellos sin dejar de darles la espalda.

Conmovido por lo que apreciaron mis ojos clamé al Dios del Cielo con estas palabras:
-¿Hasta cuándo Señor?
¿Cuándo vendrá a nosotros tu Reino?-

Vi entonces siete iglesias en diferentes lugares del Valle Partío por el río.
Detrás de mí oí una voz, una como el estruendo de muchas aguas que decía: -Escribe a los siete ángeles de las siete iglesias del Valle Partío y diles:
Yo conozco tus obras y tus trabajos.
Conozco tu corazón con todas sus profundidades.
Sé de tu esmero y deseo de ver el reino de Dios a plenitud en la tierra.
Pero tengo contra ti que has dejado el amor.
Tengo contra ti el repudio que profesas a unirte con las demás iglesias.
Arrepiéntete pues. Si no, vendré a ti y quitaré tu candelero de su lugar.
Al que venciere le daré ríos de agua viva para que broten desde su interior.
El que tenga oídos para oír, oiga lo que el Espíritu dice a la Iglesia.

Después de esto, un ángel me llevó a un pequeño monte y desde allí pude ver un río limpio.
A sus orillas habían plantados siete árboles frondosos. Frescos. Florecientes. Fascinantes.
De cada uno de ellos caían hojas al río.
El río en su trayecto transportaba las hojas por todo el Valle Partío, éstas llevaban sanidad a donde llegasen.
Giré a ver al ángel para preguntarle, -¿esto qué significa?-
Me dijo: -el río que has visto, brota del trono de Dios y de su Hijo Cristo. Es Vida divina.
Los siete árboles plantados a sus orillas son las siete iglesias del Valle Partío.
Las hojas son aquellas personas de las iglesias que recorren el Valle anunciando el Evangelio.-

Los siete árboles son resistencia a la corrupción, gestores y promotores de esperanza.
Son ejército de lucha y justicia contra la ramera babilónica.
Ellos no esperan subir la cima del poder, escalan a la cima del servicio.

Las rameras que beben la vida, la tierra del Valle Partío no saben que sus días están contados.
Se acerca el día del Señor, día de sumo esplendor. Día en el que Dios pondrá cada cosa de nuevo en su lugar. Aquel día, los árboles del campo aplaudirán. Las cabras montés brincarán de alegrías. Los humildes cantarán:
Grandes y maravillosas son tus obras
Señor, Dios Todopoderoso.
Pues eres tú quien hace nuevas todas las cosas.
Y das galardón a cada hombre.
Recompensas la obra de cada mujer.
Pesas las almas en balanzas.
Y das tu favor a los salvados por el sacrificio de tu amado Hijo.

Luego escuché como a un coro sinfónico, oí al cielo, a la tierra, al mar y todo cuanto en ellos hay decir:
¡Venga a nosotros tu reino. Hágase siempre entre nosotros tu voluntad!

Amén.
¡Ven, Señor Jesús!
Que la gracia del Señor Jesucristo sea con todos. Amén.




©2019 Ed. Ramírez Suaza 




[1] Iván Carrasco M.  “Notas sobre la poesía apocalíptica hispanoamericana.” Revista Chilena de Literatura; Núm. 18 (1981): Noviembre. Universidad de Chile. Facultad de Filosofía y Humanidades. pp.141

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