Ambiciones bestiales.
Avaricias babilónicas.
Sobre la gran montaña oriental del
Cielo Roto vi una ramera sentada, vestida de púrpura con cintos blancos sobre
la cintura y el cuello. “...la Prostituta empuñaba toda clase de cheques y de
bonos y de acciones y de documentos comerciales...”[1] En el pecho un inmenso
número cincuenta en letra romana [aquí hay sabiduría]; bebiendo la vida,
la tierra en copas de barro, mientras daba la espalda al Valle Partío en dos
por el río que nace en las alturas de San Miguel.
En el Valle Partío había,
aproximadamente, siete millares de anónimos. Entre ellos, opositores,
inmigrantes, desplazados, marginados, pobres, viudas, huérfanos, enfermos,
peregrinos de la fe.
Algunos de ellos portaban en sus
frentes la marca de la ramera, el número cincuenta en letra romana.
Otros cargaban marcas de otras
rameras como el número cien en escritura romana [aquí también hay sabiduría],
número de color blanco sobre un hipócrita dulce azul.
Otra marca de ramera, que aún no se
ha sentado en la gran montaña, quien apetece vorazmente la cima y la copa de
barro, es la de una mano de dragón infernal acariciando con mentirosa ternura
el corazón sobreviviente de un pecho patria agonizante.
Mas no todos portaban marca alguna
de las diferentes rameras, las desesperadas por ocupar la cima de la gran
montaña oriental del Cielo Roto; había muchos otros portando en sus existencias
las marcas de la Cruz.
Millares anónimos.
Peregrinos sobre rodillas, porque de
rodillas les tocó nacer.
Vi que clamaban a grandes voces,
como el estruendo de los truenos de su Cielo Roto diciendo:
¡Basta ya ramera de tus hurtos e
injusticias!
!Que cese ya la hemorragia de
nuestras tierras!
¡Que se silencien las espadas y los
disparos!
¡Que se apaguen sus cigarros!
¡No más muerte blanca en las narices
de nuestros hijos!
¡No más hechicerías!
Esa maldita Babilonia se traga por
la boca de su sombrero los recursos de la salud, infraestructura, deportes,
educación, vivienda, del campo. ¡Nuestro bendito campo!
Pero la ramera de vestido rojo se
burlaba de ellos sin dejar de darles la espalda.
Conmovido por lo que apreciaron mis
ojos clamé al Dios del Cielo con estas palabras:
-¿Hasta cuándo Señor?
¿Cuándo vendrá a nosotros tu Reino?-
Vi entonces siete iglesias en
diferentes lugares del Valle Partío por el río.
Detrás de mí oí una voz, una como el
estruendo de muchas aguas que decía: -Escribe a los siete ángeles de las siete
iglesias del Valle Partío y diles:
Yo conozco tus obras y tus trabajos.
Conozco tu corazón con todas sus
profundidades.
Sé de tu esmero y deseo de ver el
reino de Dios a plenitud en la tierra.
Pero tengo contra ti que has dejado
el amor.
Tengo contra ti el repudio que
profesas a unirte con las demás iglesias.
Arrepiéntete pues. Si no, vendré a
ti y quitaré tu candelero de su lugar.
Al que venciere le daré ríos de agua
viva para que broten desde su interior.
El que tenga oídos para oír, oiga lo
que el Espíritu dice a la Iglesia.
Después de esto, un ángel me llevó a
un pequeño monte y desde allí pude ver un río limpio.
A sus orillas habían plantados siete
árboles frondosos. Frescos. Florecientes. Fascinantes.
De cada uno de ellos caían hojas al
río.
El río en su trayecto transportaba
las hojas por todo el Valle Partío, éstas llevaban sanidad a donde llegasen.
Giré a ver al ángel para
preguntarle, -¿esto qué significa?-
Me dijo: -el río que has visto,
brota del trono de Dios y de su Hijo Cristo. Es Vida divina.
Los siete árboles plantados a sus
orillas son las siete iglesias del Valle Partío.
Las hojas son aquellas personas de
las iglesias que recorren el Valle anunciando el Evangelio.-
Los siete árboles son resistencia a
la corrupción, gestores y promotores de esperanza.
Son ejército de lucha y justicia
contra la ramera babilónica.
Ellos no esperan subir la cima del
poder, escalan a la cima del servicio.
Las rameras que beben la vida, la
tierra del Valle Partío no saben que sus días están contados.
Se acerca el día del Señor, día de
sumo esplendor. Día en el que Dios pondrá cada cosa de nuevo en su lugar. Aquel
día, los árboles del campo aplaudirán. Las cabras montés brincarán de alegrías.
Los humildes cantarán:
Grandes y maravillosas son tus obras
Señor, Dios Todopoderoso.
Pues eres tú quien hace nuevas todas
las cosas.
Y das galardón a cada hombre.
Recompensas la obra de cada mujer.
Pesas las almas en balanzas.
Y das tu favor a los salvados por el
sacrificio de tu amado Hijo.
Luego escuché como a un coro
sinfónico, oí al cielo, a la tierra, al mar y todo cuanto en ellos hay decir:
¡Venga a nosotros tu reino. Hágase
siempre entre nosotros tu voluntad!
Amén.
¡Ven,
Señor Jesús!
Que
la gracia del Señor Jesucristo sea con todos. Amén.
©2019 Ed. Ramírez Suaza
[1] Iván Carrasco M.
“Notas sobre la poesía apocalíptica hispanoamericana.” Revista Chilena
de Literatura; Núm. 18 (1981): Noviembre. Universidad de Chile. Facultad de
Filosofía y Humanidades. pp.141
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