jueves, 25 de julio de 2019

SATISFACCIONES: cuando sólo Dios basta



¡Fuimos creados para contemplar y disfrutar de Dios!
Cualquier cosa inferior a esto significa idolatría.
J. Piper.

El Salmo 16 es un poema particular. Hermoso. Complejo:

vv. 1-2
Cuídame, oh Dios, porque en ti confío. Yo declaro, Señor, que tú eres mi dueño; que sin ti no tengo ningún bien.
 vv. 3-8
 Poderosos son los dioses del país, según todos los que en ellos se complacen.
¡Pero grandes dolores esperan a sus seguidores! ¡Jamás derramaré ante ellos ofrendas de sangre, ni mis labios pronunciarán sus nombres! Tú, Señor, eres mi copa y mi herencia; tú eres quien me sostiene. Por suerte recibí una bella herencia; hermosa es la heredad que me asignaste. Por eso te bendigo, Señor, pues siempre me aconsejas, y aun de noche me reprendes. Todo el tiempo pienso en ti, Señor; contigo a mi derecha, jamás caeré.
vv. 9-11
Gran regocijo hay en mi corazón y en mi alma; todo mi ser siente una gran confianza, porque no me abandonarás en el sepulcro, ¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel. Tú me enseñas el camino de la vida; con tu presencia me llenas de alegría; ¡estando a tu lado seré siempre dichoso!

Me resultan maravillantes muchas oraciones grabadas en las páginas sagradas de la Biblia por la belleza de su poesía, por la hermosa arquitectura elevada con palabras celestes, trascendentales, relevantes y más asombroso aún, vigentes.

La vida nos regala muchas experiencias, todas ellas muy valiosas, como por ejemplo la sensación de estar en peligro. Que la vida nos privilegie con estas realidades, hace de la existencia un don invaluable. Más invaluable aún, encontrar en la Biblia una oración poética que delata la confianza de una persona quien, viviendo en medio de peligros, oró confiado y satisfecho a su Creador.

Acompáñame a resaltar algunas bellezas que alcanzo a identificar en esta oración poética:
Los vv. 1-2, igual que los vv. 9-11 cuentan con unas palabras clave para mi comprensión: confianza y placer. Note que el vv. 1 dice: “en ti confío”. El vv. 2 dice: “sin ti no tengo ningún bien”. La palabra que tenemos en español como “bien” -en hebreo (tobáh)- significa “bienestar, dicha, placer”. 
Los vv. 9-11 repiten el fenómeno: el vv. 9 dice: “todo mi ser siente una gran confianza”.
Encontramos también las palabras “alegría” y “regocijo” en los vv. 9-11, que podemos relacionar con la dicha, el placer del vv. 2.
Subrayo esta combinación de confianza y dicha a fin de señalar la satisfacción de un orante confiado en el Dios de los cielos.

En el centro del poema (vv. 3-8) hay una comparación desventajosa de complacencia.
Dicen los vv. 3-4 que los idólatras se complacen en sus dioses, pero desconocen las desgracias que les vendrán. La dicha de los idólatras es de sabor amargo. En contraste, quienes confían en el Dios de Israel se sacian en él, pueden decir algo así como: “tenemos a Dios” (tú eres la herencia que me ha tocado). Dios se dona a quienes en él confían.
Mientras a los idólatras les espera “grandes dolores”; a quienes confían en el Dios Jehová les espera consejo, instrucción y compañía (tú a mi derecha). 

Esta oración poética se presenta ante mis ojos en forma de un sándwich literario:
1-2: Confianza y deleite en Dios.
3-8: Contraste entre los idólatras y creyentes.
9-11: Confianza y deleite en Dios.

Muchas son las especulaciones que hacen los comentaristas al querer entender la situación por la que atravesó el salmista y oró con estas exquisitas palabras. Por ser especulaciones de comentaristas, silenciaré al respecto. Lo que sí logro intuir y decir, es que el salmista experimentaba una situación de severos peligros, lo cual es evidente en su poema. En él  se explicita su necesidad de protección divina, y por eso no desistió en escribir una oración que expresara confianza en el Señor y satisfacción en él.  

La confianza que el poeta depositó en Dios le concedió la libertad y el lenguaje para pedir al Señor Dios su protección. El orante enfrentó una amenaza desconocida para todos nosotros, pero su refugio lo expuso por completo, quizá para encontrar en generaciones posteriores cómplices de tan hermosa oración: “Cuídame, oh Dios, porque en ti confío.”

De las traducciones al español que conozco del vv. 2 de este Salmo 16, comparto la de H.J. Kraus, dice así: Yo 'dije' a Yahvé: «Tú eres mi Señor, mi dicha está sólo en ti».
Muy contundente fue la confianza que tuvo el orante en Dios. Nótelo: «Tú eres mi Señor, mi dicha está sólo en ti». Esta declaración es hermosa. Literalmente dijo: “Eres mi Adonai”. Es decir, “mi amo”, “mi dueño”. Este poeta se presentó ante Dios como uno que le pertenece, se reconoció como propiedad de él y en razón de su reconocimiento oró.
Es como si dijera: “soy de Dios, entonces sólo en mi dueño puedo confiar. ¡Él me protege!

El poeta en tanto escribía esta oración miró a su alrededor y encontró a muchas personas confiando en otros dioses. Dioses que nada son. Dioses sin vida.  Creados; no creadores. Y se dio cuenta de la tragedia que vivieron los idólatras: confianza en quien no existe. En la intrascendencia de una imagen. Una confianza en la representación del vacío. La imagen existe, ¡claro! Pero la persona que representa o se idealiza en ella no existe. ¡Nunca ha existido!
Los idólatras dieron ofrendas a una imagen que nada puede recibir, y al ser intrascendente, su ofrenda fue a dar al vacío. Su ofrenda en últimas se entregó a la nada.
Igual la pronunciación de sus nombres. ¿A quién invocaron? ¡A un imaginario!
Sus oraciones las escuchó nadie. La nada.
Ante esta tragedia espiritual, el poeta dijo: -a la nada y al nadie no le rendiré culto. Los dioses falsos no me satisfacen.-

El poema recoge -en el vv. 5- dos metáforas muy bellas: 1. la copa, 2. la herencia.
¿Fue Dios su copa? ¿Fue Dios su heredad? ¿Qué quiso decir el poeta con estas metáforas?
Decía S. Agustín: “Beban otros los placeres de otras fuentes. Yo bebo en la copa del Señor.”
El Salmista presentó a Dios como fuente incesante de satisfacción: “Yo bebo en la copa del Señor.”

Además de “copa”, expresó que el Señor fue su “herencia”. El orante presentó a Dios como “el que se autodona”. Dios mismo se nos concede como dádiva. La herencia dada por Dios al salmista fue Dios mismo. Cito otra vez a S. Agustín: “Todo lo que tú podrías darme si no fueras Tú, sería para mí una nadería.” He aquí la voz de otro hombre a quien sólo Dios basta.

Cuando somos de Dios, Dios se hace nuestro.

Los dioses paganos son nada. Nadie. En cambio, el Dios de este salmista aconseja, reprende y acompaña. Experiencias propias de la liturgia del entonces. En la exposición comunitaria de la Torá, el salmista fue aconsejado, reprendido y asistido.
El culto verdadero nos salva de la nadería y nos garantiza la experiencia de Dios necesaria para continuar la vida satisfecha en él.
La esperanza hace germinar en el ser del creyente mayores satisfacciones en Dios, porque él “¡no dejará que sufra corrupción quien le es fiel.”
A este poeta no le dio miedo la muerte, por el contrario, tuvo la fortuna de estar convencido de que ni siquiera la muerte le podía separar del amor de Dios y de los planes perfectos del Altísimo.
El orante -por la fuerza del Espíritu- intuyó lo sublime: tiene que haber eternidad para los justos.
Esto no era claro antes de la manifestación humana de Dios en Cristo. Era muy confuso. Aun así, el poeta se atrevió a dar un atisbo de la eternidad con esta oración: -¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel. Tú me enseñas el camino de la vida.-

Jesús encarnó a plenitud el salmo 16. Fue su libreto existencial. Cada sílaba de esta oración la llevó en su ADN. De manera más especial, la parte final del poema: su resurrección hizo realidad la parte que dice: -¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel. Tú me enseñas el camino de la vida.-
Que Cristo haya hecho vida este salmo, nos garantiza que lo hará vida en nosotros también.
Yo también -en Cristo- puedo decir: -¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel. Tú me enseñas el camino de la vida.-

©2019 Ed. Ramírez Suaza 

lunes, 15 de julio de 2019

CIELO ROTO: FRAGMENTO APOCALÍPTICO



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi un Cielo Roto vestido de harapos, unos concedidos por pequeños chacales: políticos-religiosos delirantes de poder y riquezas.
Ambiciones bestiales.
Avaricias babilónicas.

Sobre la gran montaña oriental del Cielo Roto vi una ramera sentada, vestida de púrpura con cintos blancos sobre la cintura y el cuello. “...la Prostituta empuñaba toda clase de cheques y de bonos y de acciones y de documentos comerciales...”[1] En el pecho un inmenso número cincuenta  en letra romana [aquí hay sabiduría]; bebiendo la vida, la tierra en copas de barro, mientras daba la espalda al Valle Partío en dos por el río que nace en las alturas de San Miguel.

En el Valle Partío había, aproximadamente, siete millares de anónimos. Entre ellos, opositores, inmigrantes, desplazados, marginados, pobres, viudas, huérfanos, enfermos, peregrinos de la fe.
Algunos de ellos portaban en sus frentes la marca de la ramera, el número cincuenta en letra romana.
Otros cargaban marcas de otras rameras como el número cien en escritura romana [aquí también hay sabiduría], número de color blanco sobre un hipócrita dulce azul.
Otra marca de ramera, que aún no se ha sentado en la gran montaña, quien apetece vorazmente la cima y la copa de barro, es la de una mano de dragón infernal acariciando con mentirosa ternura el corazón sobreviviente de un pecho patria agonizante.
Mas no todos portaban marca alguna de las diferentes rameras, las desesperadas por ocupar la cima de la gran montaña oriental del Cielo Roto; había muchos otros portando en sus existencias las marcas de la Cruz.

Millares anónimos.
Peregrinos sobre rodillas, porque de rodillas les tocó nacer.
Vi que clamaban a grandes voces, como el estruendo de los truenos de su Cielo Roto diciendo:
¡Basta ya ramera de tus hurtos e injusticias!
!Que cese ya la hemorragia de nuestras tierras!
¡Que se silencien las espadas y los disparos!
¡Que se apaguen sus cigarros!
¡No más muerte blanca en las narices de nuestros hijos!
¡No más hechicerías!
Esa maldita Babilonia se traga por la boca de su sombrero los recursos de la salud, infraestructura, deportes, educación, vivienda, del campo. ¡Nuestro bendito campo!
Pero la ramera de vestido rojo se burlaba de ellos sin dejar de darles la espalda.

Conmovido por lo que apreciaron mis ojos clamé al Dios del Cielo con estas palabras:
-¿Hasta cuándo Señor?
¿Cuándo vendrá a nosotros tu Reino?-

Vi entonces siete iglesias en diferentes lugares del Valle Partío por el río.
Detrás de mí oí una voz, una como el estruendo de muchas aguas que decía: -Escribe a los siete ángeles de las siete iglesias del Valle Partío y diles:
Yo conozco tus obras y tus trabajos.
Conozco tu corazón con todas sus profundidades.
Sé de tu esmero y deseo de ver el reino de Dios a plenitud en la tierra.
Pero tengo contra ti que has dejado el amor.
Tengo contra ti el repudio que profesas a unirte con las demás iglesias.
Arrepiéntete pues. Si no, vendré a ti y quitaré tu candelero de su lugar.
Al que venciere le daré ríos de agua viva para que broten desde su interior.
El que tenga oídos para oír, oiga lo que el Espíritu dice a la Iglesia.

Después de esto, un ángel me llevó a un pequeño monte y desde allí pude ver un río limpio.
A sus orillas habían plantados siete árboles frondosos. Frescos. Florecientes. Fascinantes.
De cada uno de ellos caían hojas al río.
El río en su trayecto transportaba las hojas por todo el Valle Partío, éstas llevaban sanidad a donde llegasen.
Giré a ver al ángel para preguntarle, -¿esto qué significa?-
Me dijo: -el río que has visto, brota del trono de Dios y de su Hijo Cristo. Es Vida divina.
Los siete árboles plantados a sus orillas son las siete iglesias del Valle Partío.
Las hojas son aquellas personas de las iglesias que recorren el Valle anunciando el Evangelio.-

Los siete árboles son resistencia a la corrupción, gestores y promotores de esperanza.
Son ejército de lucha y justicia contra la ramera babilónica.
Ellos no esperan subir la cima del poder, escalan a la cima del servicio.

Las rameras que beben la vida, la tierra del Valle Partío no saben que sus días están contados.
Se acerca el día del Señor, día de sumo esplendor. Día en el que Dios pondrá cada cosa de nuevo en su lugar. Aquel día, los árboles del campo aplaudirán. Las cabras montés brincarán de alegrías. Los humildes cantarán:
Grandes y maravillosas son tus obras
Señor, Dios Todopoderoso.
Pues eres tú quien hace nuevas todas las cosas.
Y das galardón a cada hombre.
Recompensas la obra de cada mujer.
Pesas las almas en balanzas.
Y das tu favor a los salvados por el sacrificio de tu amado Hijo.

Luego escuché como a un coro sinfónico, oí al cielo, a la tierra, al mar y todo cuanto en ellos hay decir:
¡Venga a nosotros tu reino. Hágase siempre entre nosotros tu voluntad!

Amén.
¡Ven, Señor Jesús!
Que la gracia del Señor Jesucristo sea con todos. Amén.




©2019 Ed. Ramírez Suaza 




[1] Iván Carrasco M.  “Notas sobre la poesía apocalíptica hispanoamericana.” Revista Chilena de Literatura; Núm. 18 (1981): Noviembre. Universidad de Chile. Facultad de Filosofía y Humanidades. pp.141

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...