Cada
vez que mentimos a alguien, le hacemos el cumplido de reconocer su
superioridad.
Samuel Butler

La oferta y demanda de mentiras en
esta plaza global alcanza niveles de alerta roja: las dadas y recibidas en
redes sociales; vendidas y compradas en centros comerciales. Las divertidas y
apetecidas de la televisión y del cine. Las concedidas y aceptadas
gratuitamente en relaciones interpersonales, sin omitir la conciencia de todas
aquellas aprendidas y acostumbradas en familia.
Para asombro de muchos, “...se
estima que cada día oímos o leemos más de 200 mentiras.”[1]
Sin mencionar todas las dichas y/o
escritas por nosotros mismos.
Mentiras van. Mentiras vienen.
Miente la religión.
Miente el estado.
Miente la educación.
Miente la prensa.
Miente el internet.
Miente la política.
Miente la literatura.
Mienten algunas canciones.
Miente mi vecino, mi pariente, mi
amigo y mi hermano. Como si fuera poco, ¡miento yo!
Inclusive, muchos preguntan: ¿Qué
sería del mundo si no existieran las mentiras?
Esta sociedad evidencia una pérdida
aberrante de incomodidad por la producción y el consumo de mentiras. En algunas
ocasiones nos molesta ser engañados, pero no nos molesta mentir. Peor aún,
“Tenemos la capacidad de mentir, no sólo a los demás sino también a nosotros
mismos.”[2]
¿Qué es la mentira?
La mentira no se ciñe simplemente al
hecho de decir cosas que no son verdad. También mentimos al ocultar
información, o al decir algo que es verdad de manera tal que el interlocutor
crea que es falso. Yendo más allá, podemos mentir sin utilizar las palabras, a
través de una sonrisa falsa, al andar o adquirir posturas que aparentan
confianza en uno mismo, mediante el uso de cosméticos que disfrazan nuestra
apariencia real... Cualquier pequeño engaño intencionado puede considerarse una
mentira.[3]
Mentir es un acto de infidelidad,
menosprecio al otro y a uno mismo.
Mentir es un descaro, uno con el que
aprendimos a vivir de maneras cómodas. Además, con el mismo desparpajo
inducimos a las generaciones
siguientes a toda una cultura y “arte” de mentira. Sin embargo, tiene que ser
denunciada como una práctica diabólica, deshumanizante de la conciencia, las
relaciones, los amores, la dignidad… Jesucristo dijo: -El diablo ha sido un asesino desde el principio. No
se mantiene en la verdad, y nunca dice la verdad. Cuando dice mentiras, habla
como lo que es; porque es mentiroso y es el padre de la mentira- (S.
Juan 8.44).
A veces me pregunto, ¿desde cuándo y
por qué llegamos a ser productores y receptores de tanta mentira? La Biblia
responde a estas preguntas de maneras asombrosas, maravillantes para mi gusto.
Creados el hombre y la mujer a imagen de Dios, les fue concedida la gracia de
administrar este santuario llamado Tierra con un valor moral agregado: ¡la
fruta prohibida!
A diferencia de todos los seres
vivos, la relación perfecta y establecida por Dios mismo para con el ser humano
fue moral. La humanidad tiene que obedecerlo (Génesis 2.16-17).
Según el libro sagrado del Génesis,
alrededor de la fruta prohibida se tejió un diálogo peligroso entre la mujer de
Adán y una Serpiente -metáfora del Satán[4]- y fue en ese instante
cuando el ser humano empezó a mentir, a consumir mentiras (Génesis 3). En tanto
conversaron, la mujer puso en boca de Dios palabras muy ajenas a Él: -No coman del fruto del árbol que
está en medio del huerto, ni lo toquen.
De lo contrario, morirán- (Génesis 3.3). Realmente estas fueron las palabras de
Dios: -Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, menos del árbol
del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes,
ciertamente morirás- (Génesis 2.16).
Mientras
conversaban, la serpiente mintió al describir un carácter falso del Dios
verdadero. La Serpiente presentó un dios egoísta, uno no de fiar. Ella
comunicó, con su discurso, una difamación en este sentido: las “intenciones de Dios -con la fruta prohibida- fueron impedir la realización del hombre,
frustrarlo, mantenerlo bajo su poder, impidiéndole conseguir algo que puede
obtener: ser como Dios.”[5]
La
mujer consumió todo este engaño y pecó.
Desde
entonces, según la historia bíblica, el ser humano es mentiroso y consumidor de
mentiras.
¿Por
qué mentimos?
Cierto
es que mentimos porque sí y porque no.
Mentimos
porque nos viene en gana.
Mentimos
por ventajosos y por cobardes.
Mentimos
por conveniencias y por apariencias.
Mentimos
por capricho y por vicio.
Mentimos
por mentirosos.
El
afamado escritor mexicano, Octavio Paz, dijo: “Mentimos por placer y fantasía,
sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y
ponernos al abrigo de intrusos. La mentira posee una importancia decisiva en
nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no
pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos… La mentira es
un juego trágico, en el que arriesgamos parte de nuestro ser.”[6]
Al
parecer, “Todos tenemos una irresistible fascinación por la mentira y el
engaño.”[7]
Con
la mentira apareció también la prohibición y el reproche. Paradójicamente, el
ser humano no acepta la mentira: “culturas antiguas como la Inca, instalada en el Perú,
proscribieron la mentira explícitamente y consignaron tres principios morales
como normas de convivencia social en la comunidad: “no seas perezoso” (Ama
quella), “no seas mentiroso” (Ama llulla) y “no seas ladrón” (Ama sua).”[8]
La religión mosaica también levantó
bandera contra la mentira, pero llama la atención que en los diez mandamientos
concedidos a los israelitas por medio de Moisés, no se menciona una prohibición
directa contra la mentira. Se prohibió el falso testimonio contra el prójimo,
pero no mentir (Éxodo 20).
Para un judío devoto, los diez
mandamientos no agotan la ley divina; para ellos toda la Torá es norma de vida
piadosa. Dice la Torá en el libro Levítico 19.11: -No hurtes. No engañes. No se
mientan el uno al otro.-
A la luz de la comprensión cristiana
del misterio de Dios, la mentira tampoco tiene cabida en el ser humano
restaurado. El libro de Apocalipsis 22.15 sentencia contra los mentirosos así
de contundente: -Pero fuera
(condenación eterna) se quedarán los pervertidos, los que practican la
brujería, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los que adoran
ídolos y todos los que aman y practican la mentira.-
Dios nos invita a su verdad, pues ha
creado al ser humano capaz de ella, ha puesto en su corazón el apetito por lo
que es cierto y en sus esperanzas el
anhelo utópico por una verdad libre y liberadora.
Mentir no es de quienes andan en
luz, en la iluminación que procede del Padre de las luces, en quien no hay
sombras de variación; la verdad prevalece en sus mentes, en sus labios, en sus
acciones así les cueste la vida, como lo hizo Jesús, encarnación absoluta de la
verdad, quien es para nosotros, la Iglesia cristiana, Camino, Verdad y Vida.
©2019 Ed. Ramírez Suaza
[1] América Valenzuela. “¿Por qué decimos mentiras?” En línea:
http://www.rtve.es/noticias/20120622/decimos-mentiras/539043.shtml
[2] Dan Ariely. Por qué
mentimos… en especial a nosotros mismos. libro en línea: https://www.academia.edu/35860568/Por_que_mentimos_._en_especial_-_Dan_Ariely, p. 250
[3] América Valenzuela entrevista a David Livingstone S. En
línea:
https://www.elmundo.es/elmundosalud/2005/10/21/neurociencia/1129916821.html
[4] Sobre la base de las referencias del Nuevo Testamento, la
serpiente se identifica fácilmente como Satanás (Rom. 16:20; Ap. 12: 9; 20: 2).
[5]Santiago Guijarro & Miguel Salvador (ed.) Comentario al Antiguo Testamento I. Zaragoza:
Verbo Divino (1997): 50
[6] Octavio Paz. “Máscaras mexicanas”. En línea:
https://www.unive.it/media/allegato/download/Lingue/Materiale_didattico_Regazzoni/Lingue_lett_ispano_americane1/Octavio_Paz.pdf
[7] Gustavo A. Schwartz. “El poder transformador de la
mentira”. en línea: https://cfm.ehu.es/schwartz/resources/Ensayos/El-poder-transformador-de-la-mentira.pdf
[8] Yáñez Canal, Humberto, y Fernando Robert Ferrel Ortega, y
Andrea Liliana Ortiz González, y Gabriel Yáñez Canal. 2017. "Efectos de la
mentira en las relaciones de pareja entre jóvenes universitarios
heterosexuales". Psicología desde el
Caribe 34 (1): 42-58