miércoles, 22 de agosto de 2018

UNA VOZ ERÓTICA EN EL DESIERTO




Todo tu cuerpo tiene copa o dulzura destinada a mí.
Pablo Neruda






Muchas voces.
Una de las características sobresalientes en nuestra realidad occidental es que hablamos muchos y mucho. El arte de escuchar empática y atentamente se nos ha venido degradando en el transcurso de los últimos años, al parecer, porque la tendencia actual consiste en pronunciarnos cuanto más podamos a través de todos los recursos conocidos. Tantas voces aturden al mundo, lo confunden –inclusive lo desorientan- por las “verdades” que cada una de ellas presume, pregona, defiende… en fin.

Un tema protagónico en las modernidades actuales de occidente es el sexo. Es más, se ha hecho una obsesión de la que mucho se opina, se comunica, se promueve, y al parecer, por lo menos en comparación con las demás voces de nuestros mundos, la voz bíblica no es sobresaliente.
La voz bíblica respecto a la erótica humana tiene todo por decir, pero resulta siendo como “una voz que clama en el desierto”. Con esta metáfora, por favor, no imagine una voz perdida en el baldío gritando a nadie lo muy importante por decir. Más bien, imagine una voz fresca, medicinal para el alma en medio de muchas voces áridas.

Esta “voz que clama en el desierto” se encuentra en un libro hermoso, distinguido además por ser el más erótico de toda la Biblia: ¡el cantar de los cantares! Para mí, Cantares es la hermosa artesanía que conjuga en las lindezas del poema y la canción al amor. No sólo esto, también lo intuyo muy interesado en recuperar la pasión marital perdida en el jardín de Dios: el Edén. Sus estrofas dibujan con bella imaginación de lo que debió ser la vida pasional de Adán y Eva en el paraíso. Bien es sabido entre los lectores de las Sagradas Escrituras, que los amantes del Edén fueron expulsados del sagrado huerto por su pecado, pero el Santo Cantar abre de nuevo las puertas al jardín donde es posible recuperar el diseño divino de la erótica conyugal.

Por estas puertas abiertas del Cantares estamos convidados a entrar, y una vez adentro de sus páginas contemplar con maravilla una sexualidad sublime. En esta ocasión, entre estos breves párrafos, será una visita apresurada para mirar, “a vuelo de pájaro”, algunas fascinaciones de las artesanas estrofas del Santo Cantar.
Perdona que en estos breves párrafos no recopile la valiosa información de autor, época, destinatarios, interpretaciones, contextos literario y teológico, entre otros. Pues apremia arrojar sobre letras una voz erótica que clame en las arideces de las pasiones sexuales del siglo presente.

En el Santo Cantar toda la erótica reposa sobre el fundamento del amor como el misterio que sus personajes no definen; ellos prefieren dar un salto abismal hacia la vivencia, disfrute y encanto de ese amor indefinido. Como una vez llegó a decir el pastor brasilero Caio Fabio: los amantes del Cantares “no filosofan ni conceptúan el amor. Sólo se dejan dominar por él, permitiéndose ser embriagados por su fragancia y entregándose a su magia.”

Atreverse a dar un salto abismal hacia el misterio del amor, no es la opción más apreciada por las gentes drogadas de brutal consumismo, a quienes tranquilamente podemos catalogar de homo consumens, cuya característica principal es la de adquirir algo o alguien, usarlo y descartarlo rápidamente con el fin de hacer lugar a nuevas adquisiciones de “algos” o “alguien”. 

El amor es la alternativa perfecta para quien ve en sí y en el otro una persona, no un objeto sexual. Para quien se arriesga existencialmente a un compromiso heterosexual de lealtades, pasiones, contemplaciones mutuas al desnudo de un par de almas libres sobre un lecho sagrado en el santo matrimonio. A estos bien podríamos nombrar homo humanatus (hombre humanizado). 
El amor dibujado en las estrofas del Cantares es puramente humano:  -fuerte es el amor como la muerte… las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni anegarlo los ríos.- (8.6-7).

Amar es el privilegio divino concedido a la humanidad. Por ser divino, al posar en nuestras manos resulta siendo complejo y sencillo a la vez, sumamente delicado cuando se nos concede un poco de privilegio más: la erótica. El amor sensual en los maravillosos poemas del Cantares hace su entrada triunfal con el deseo, como por ejemplo esta expresión de anhelo femenino en la primera estrofa de los Cantares: -¡Ah, si me dieras uno de tus besos!- (1.2). Ella insiste: -¡Llévame contigo, démonos prisa! ¡Llévame, rey mío, a tu alcoba!- (1.4). Una declaración más embriagada de deseo: -Yo soy de mi amado y él me busca con pasión- (7.11).

Como el deseo, la autoestima y el elogio resultan indispensables en una sana erótica, pues nadie puede amar bien si está mal consigo mismo. La mujer del Cantares disfruta de un equilibrado concepto de sí misma, quizá esta sea la razón por la que grita a los cuatro vientos: -Mujeres de Jerusalén, soy morena, pero hermosa… No se fijen en que soy morena, ni en que el sol me ha quemado la piel- (1.5-6). La amante protagonista en este poema cantado se siente segura y en armonía con el color de su piel, así haya personas que difieran de su certeza. Ella no sólo es una morena hermosa, es también “la flor de los llanos de Sarón, la rosa de los valles” (2.1). Con esta metáfora, la amante de manera sencilla, modesta y coqueta se autodescribe sin exageraciones ni simplezas; lo hace con encanto, sinceridad y moderación.

El poema sagrado también delata a sus protagonistas como unos amantes expresivos, de manera especial, cuando descubren y re-descubren las bellezas que sus ojos aprecian en el otro. Canta el apasionado hombre: -¡Qué hermosa eres, amor mío, qué hermosa eres! ¡Tus ojos son dos palomas!- Ella no puede contenerse ante este piropo seductor, entonces exclama: -¡Qué hermoso eres, amor mío, qué hermoso eres!- (1.15-16). Ellos pueden, además de desnudar el alma, desnudar sus cuerpos y extasiarse en la contemplación mutua así: sin ropa. Sin velos. Sin máscaras.

Cuando ella lo contempla, elogia todo su cuerpo, su sabor y olor; hasta confesar que todo él es una delicia (5.10-16). Espectadores de esta magia, no es descabellado recordar que “Por el cuerpo, el amor es erotismo. Y así se comunica con las fuerzas más vastas y ocultas de la vida. Ambos, el amor y el erotismo -la llama doble- se alimentan del fuego original: la sexualidad” (Octavio Paz). La contemplación del hombre a su esposa, evidencia que todo su deleite se hace pleno en ella: la bebe, la disfruta, la satisface, la posee, la contiene, la libera, la ama, la elogia, la dignifica… Él articula su amor en un lenguaje sexual y lo explica con la imaginación metafórica en su expresión más pura.

La erótica bíblica destaca con alegría el deseo sexual recíproco que se profesan los amantes que se han unido en el vínculo del sagrado matrimonio. Resalta que sus protagonistas disfruten de la sana autoestima y se embelesen en la contemplación mutua de sus almas y cuerpos.  

“A vuelo de pájaro” por los poemas del Cantares, se evidencia igualmente cómo la erótica bíblica mira con ojos de complicidad el sentido de pertenencia. Es decir, cuando los amantes se reconocen a sí mismos como propiedad del otro y dueño respetuoso y delicado del otro, según el caso: -Mi amado es mío, y yo soy suya- (2.16). En el matrimonio uno es del otro, como el otro es de uno. Hermoso es cuando en ese sentido de pertenencia se hace vida la fidelidad. Dice el amante del Cantares: -Ya he entrado en mi jardín, hermanita, novia mía. Ya he tomado mi mirra y mis perfumes, ya he probado la miel de mi panal, ya he bebido mi vino y mi leche- (5.1). Note que toda la erótica de ella le pertenece a él: mi mirra. Mis perfumes. Mi miel. Mi panal. Mi vino. Mi leche. Aromas y sabores que describen lo placentero que es el encuentro sexual que ambos disfrutan con frenesí.

Desde el capítulo 4.12, el poeta elabora un escenario extraordinario para la erótica de sus personajes: un jardín. Los amantes del Edén se disfrutan sexualmente en los sabores de todas las frutas exquisitas y se funden en un solo ser entre las más cautivantes aromas silvestres. Pareciera que este amor los transporta hasta el huerto de Dios, donde pueden estar y ser desnudos sin vergüenza alguna (Génesis 2.25), como seguros de la fidelidad correspondida: ella es un jardín donde no hay lugar para terceros. La puerta de entrada a su erótica, a los olores y sabores de su cuerpo sólo la conoce su cónyuge; nadie más puede llegar hasta esa intimidad. Otro texto bíblico lo diría así: “Calma tu sed con el agua que brota de tu propio pozo. No derrames el agua de tu manantial; no la desperdicies derramándola por la calle. Pozo y agua son tuyos, y de nadie más; ¡no los compartas con extraños! ¡Bendita sea tu propia fuente! ¡Goza con la compañera de tu juventud, delicada y amorosa cervatilla! ¡Que nunca te falten sus caricias! ¡Que siempre te envuelva con su amor!” (Proverbios 5.15-19). Adquiriendo la conciencia de que “soy suyo y ella es mía”, no quedan espacios ni oportunidades para la infidelidad, pues la erótica bíblica exige, reclama lealtades inquebrantables.

La erótica bíblica es bella, poética, canto de cantos; pero nunca vulgar. La belleza de ella no es cosificada para exhibir a las lujurias que andan dispuestas por ahí a ver qué degradar. Ni las bellezas en él son asuntos públicos. ¡De ninguna manera! La erótica bíblica encuentra su desembocadura en la alcoba que sólo pertenece a ellos dos: -¡Llévame pronto contigo! ¡Llévame, oh rey, a tus habitaciones!- (1.4). Lo que acontezca dentro de esa alcoba queda a la imaginación cómplice del lector y a los secretos de los amantes. Lo mismo sucede con la cama, confidente de la erótica conyugal: -Nuestra cama es de frondas…- (1.16). Esta afirmación en su contexto poético, significa, según Jesús Luzarraga, esto: “El lecho común es el marco que los mantiene unidos, y expresa la común propiedad de su mutuo amor”. O mucho más atrevido lo dice la apasionada amante del Cantares en el capítulo 8.2: -podría llevarte a la casa de mi madre, te haría entrar en ella, y tú serías mi maestro. Yo te daría a beber del mejor vino y del jugo de mis granadas.- No estaba bien visto que unos amantes se besaran en público, ella entonces fantasea anhelando entrar a la casa de su madre a su amado para robarle un beso y sorprenderlo con una erótica que los deleitaría hasta la saciedad.

Faltando todo por descubrir entre los ritmos y rimas del Cantares, con lo poco que se pudo subrayar en esta oportunidad, arrojo esta propuesta para concluir como una “voz que clama en el desierto”: ¿y si erotizamos la erótica?

No es oculto a ninguna vista que la erótica de nuestra sociedad ha sido vulgarizada, vuelta utensilio, comercializada, despojada de su dignidad, belleza y pureza. Nada de malo hay en desear lo deseable. Nada de reprochable hay en el auto-elogio como manifestación de una sana auto-estima y base para amar, valorar y contemplar a quien se ama. Una erótica que pretenda existir sin amor propio de parte de sus protagonistas, jamás se amarán, por el contrario, se utilizarán, se harán daño y mucho más; pero jamás deleitarse como los amantes del Edén.

Y si erotizamos la erótica con el elogio respetuoso, dignificante, íntimo de los cónyuges que aún se atreven a pactar delante de Dios amor eterno; quienes enamorados de la desnudez almática como de la desnudez corporal, se embriagan de placeres incomparables entre aromas silvestres y sabores cómplices de las sensualidades más celestes vistas aquí en la tierra.

Y si erotizamos la erótica con una conciencia de amor conyugal que se hace dueño de su ser amado, al mismo tiempo propiedad de esa persona. La sugerencia consiste en dejar de prostituir, así sea a menor escala, la erótica humana con esas tendencias del homo consumens; para comenzar a abrazar las hermosuras de la fidelidad.

Finalmente, eroticemos la erótica humana despojándonos de toda vulgarización de la misma. Las bellezas eróticas del ser humano no son para divulgarlas sobre vitrinas virtuales o reales ni para comercializar en ninguna de sus posibilidades; son para atesorar en la intimidad que construye vida sobre los fundamentos de Dios.



©2018 Ed. Ramírez Suaza 

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...