Todo tu
cuerpo tiene copa o dulzura destinada a mí.
Pablo Neruda
Muchas voces.
Una de las características sobresalientes
en nuestra realidad occidental es que hablamos muchos y mucho. El arte de
escuchar empática y atentamente se nos ha venido degradando en el transcurso de
los últimos años, al parecer, porque la tendencia actual consiste en pronunciarnos
cuanto más podamos a través de todos los recursos conocidos. Tantas voces aturden
al mundo, lo confunden –inclusive lo desorientan- por las “verdades” que cada una
de ellas presume, pregona, defiende… en fin.
Un tema protagónico en las modernidades
actuales de occidente es el sexo. Es más, se ha hecho una obsesión de la que
mucho se opina, se comunica, se promueve, y al parecer, por lo menos en
comparación con las demás voces de nuestros mundos, la voz bíblica no es
sobresaliente.
La voz bíblica respecto a la erótica
humana tiene todo por decir, pero resulta siendo como “una voz que clama en el
desierto”. Con esta metáfora, por favor, no imagine una voz perdida en el
baldío gritando a nadie lo muy importante por decir. Más bien, imagine una voz
fresca, medicinal para el alma en medio de muchas voces áridas.
Esta “voz que clama en el
desierto” se encuentra en un libro hermoso, distinguido además por ser el más
erótico de toda la Biblia: ¡el cantar de los cantares! Para mí, Cantares es la hermosa artesanía que conjuga en las
lindezas del poema y la canción al amor. No sólo esto, también lo intuyo muy interesado
en recuperar la pasión marital perdida en el jardín de Dios: el Edén. Sus
estrofas dibujan con bella imaginación de lo que debió ser la vida pasional de
Adán y Eva en el paraíso. Bien es sabido entre los lectores de las Sagradas
Escrituras, que los amantes del Edén fueron expulsados del sagrado huerto por
su pecado, pero el Santo Cantar abre de nuevo las puertas al jardín donde es
posible recuperar el diseño divino de la erótica conyugal.
Por estas puertas abiertas del Cantares estamos convidados a entrar, y
una vez adentro de sus páginas contemplar con maravilla una sexualidad sublime.
En esta ocasión, entre estos breves párrafos, será una visita apresurada para
mirar, “a vuelo de pájaro”, algunas fascinaciones de las artesanas estrofas del
Santo Cantar.
Perdona que en estos breves párrafos no recopile la valiosa información
de autor, época, destinatarios, interpretaciones, contextos literario y
teológico, entre otros. Pues apremia arrojar sobre letras una voz erótica que
clame en las arideces de las pasiones sexuales del siglo presente.
En el Santo Cantar toda la erótica reposa sobre el fundamento del amor
como el misterio que sus personajes no definen; ellos prefieren dar un salto
abismal hacia la vivencia, disfrute y encanto de ese amor indefinido. Como una
vez llegó a decir el pastor brasilero Caio Fabio: los amantes del Cantares “no
filosofan ni conceptúan el amor. Sólo se dejan dominar por él, permitiéndose ser
embriagados por su fragancia y entregándose a su magia.”
Atreverse a dar un salto abismal hacia el misterio del amor, no es la
opción más apreciada por las gentes drogadas de brutal consumismo, a quienes
tranquilamente podemos catalogar de homo consumens, cuya característica
principal es la de adquirir algo o alguien, usarlo y descartarlo rápidamente con
el fin de hacer lugar a nuevas adquisiciones de “algos” o “alguien”.
El amor es la alternativa
perfecta para quien ve en sí y en el otro una persona, no un objeto sexual. Para
quien se arriesga existencialmente a un compromiso heterosexual de lealtades, pasiones,
contemplaciones mutuas al desnudo de un par de almas libres sobre un lecho
sagrado en el santo matrimonio. A estos bien podríamos nombrar homo humanatus (hombre humanizado).
El amor dibujado en las
estrofas del Cantares es puramente humano: -fuerte es el amor como la muerte… las aguas
torrenciales no podrán apagar el amor ni anegarlo los ríos.- (8.6-7).
Amar es el privilegio
divino concedido a la humanidad. Por ser divino, al posar en nuestras manos
resulta siendo complejo y sencillo a la vez, sumamente delicado cuando se nos
concede un poco de privilegio más: la erótica. El amor sensual en los
maravillosos poemas del Cantares hace su entrada triunfal con el deseo, como
por ejemplo esta expresión de anhelo femenino en la primera estrofa de los
Cantares: -¡Ah, si me dieras uno de tus besos!- (1.2). Ella insiste: -¡Llévame
contigo, démonos prisa! ¡Llévame, rey mío, a tu alcoba!- (1.4). Una declaración
más embriagada de deseo: -Yo soy de mi amado y él me busca con pasión- (7.11).
Como el deseo, la autoestima y el elogio resultan indispensables en una sana erótica, pues nadie puede amar bien si está mal consigo mismo. La mujer del Cantares disfruta de un equilibrado concepto de sí misma, quizá esta sea la razón por la que grita a los cuatro vientos: -Mujeres de Jerusalén, soy morena, pero hermosa… No se fijen en que soy morena, ni en que el sol me ha quemado la piel- (1.5-6). La amante protagonista en este poema cantado se siente segura y en armonía con el color de su piel, así haya personas que difieran de su certeza. Ella no sólo es una morena hermosa, es también “la flor de los llanos de Sarón, la rosa de los valles” (2.1). Con esta metáfora, la amante de manera sencilla, modesta y coqueta se autodescribe sin exageraciones ni simplezas; lo hace con encanto, sinceridad y moderación.
El poema sagrado también delata a sus protagonistas como unos amantes expresivos, de manera especial, cuando descubren y re-descubren las bellezas que sus ojos aprecian en el otro. Canta el apasionado hombre: -¡Qué hermosa eres, amor mío, qué hermosa eres! ¡Tus ojos son dos palomas!- Ella no puede contenerse ante este piropo seductor, entonces exclama: -¡Qué hermoso eres, amor mío, qué hermoso eres!- (1.15-16). Ellos pueden, además de desnudar el alma, desnudar sus cuerpos y extasiarse en la contemplación mutua así: sin ropa. Sin velos. Sin máscaras.
Cuando ella lo contempla, elogia
todo su cuerpo, su sabor y olor; hasta confesar que todo él es una delicia
(5.10-16). Espectadores de esta magia, no es descabellado recordar que “Por el
cuerpo, el amor es erotismo. Y así se comunica con las fuerzas más vastas y
ocultas de la vida. Ambos, el amor y el erotismo -la llama doble- se alimentan
del fuego original: la sexualidad” (Octavio Paz). La contemplación del hombre a su esposa, evidencia que todo
su deleite se hace pleno en ella: la bebe, la disfruta, la satisface, la posee,
la contiene, la libera, la ama, la elogia, la dignifica… Él articula su amor en
un lenguaje sexual y lo explica con la imaginación metafórica en su expresión
más pura.
La erótica bíblica destaca con alegría el deseo sexual recíproco que se
profesan los amantes que se han unido en el vínculo del sagrado matrimonio.
Resalta que sus protagonistas disfruten de la sana autoestima y se embelesen en
la contemplación mutua de sus almas y cuerpos.
“A vuelo de pájaro” por los poemas del Cantares, se evidencia igualmente cómo la erótica bíblica mira con ojos de complicidad el sentido de pertenencia. Es decir, cuando los amantes se reconocen a sí mismos como propiedad del otro y dueño respetuoso y delicado del otro, según el caso: -Mi amado es mío, y yo soy suya- (2.16). En el matrimonio uno es del otro, como el otro es de uno. Hermoso es cuando en ese sentido de pertenencia se hace vida la fidelidad. Dice el amante del Cantares: -Ya he entrado en mi jardín, hermanita, novia mía. Ya he tomado mi mirra y mis perfumes, ya he probado la miel de mi panal, ya he bebido mi vino y mi leche- (5.1). Note que toda la erótica de ella le pertenece a él: mi mirra. Mis perfumes. Mi miel. Mi panal. Mi vino. Mi leche. Aromas y sabores que describen lo placentero que es el encuentro sexual que ambos disfrutan con frenesí.
Desde el capítulo 4.12, el poeta elabora un escenario extraordinario
para la erótica de sus personajes: un jardín. Los amantes del Edén se
disfrutan sexualmente en los sabores de todas las frutas exquisitas y se funden
en un solo ser entre las más cautivantes aromas silvestres. Pareciera que este
amor los transporta hasta el huerto de Dios, donde pueden estar y ser
desnudos sin vergüenza alguna (Génesis 2.25), como seguros de la fidelidad
correspondida: ella es un jardín donde no hay lugar para terceros. La puerta de
entrada a su erótica, a los olores y sabores de su cuerpo sólo la conoce su
cónyuge; nadie más puede llegar hasta esa intimidad. Otro texto bíblico lo
diría así: “Calma tu sed con el agua que brota de tu propio pozo. No derrames
el agua de tu manantial; no la desperdicies derramándola por la calle. Pozo y
agua son tuyos, y de nadie más; ¡no los compartas con extraños! ¡Bendita sea tu
propia fuente! ¡Goza con la compañera de tu juventud, delicada y amorosa
cervatilla! ¡Que nunca te falten sus caricias! ¡Que siempre te envuelva con su
amor!” (Proverbios 5.15-19). Adquiriendo la conciencia de que “soy suyo y ella
es mía”, no quedan espacios ni oportunidades para la infidelidad, pues la
erótica bíblica exige, reclama lealtades inquebrantables.
La erótica
bíblica es bella, poética, canto de cantos; pero nunca vulgar. La belleza de
ella no es cosificada para exhibir a las lujurias que andan dispuestas por ahí
a ver qué degradar. Ni las bellezas en él son asuntos públicos. ¡De ninguna
manera! La erótica bíblica encuentra su desembocadura en la alcoba que sólo
pertenece a ellos dos: -¡Llévame pronto contigo! ¡Llévame, oh rey, a tus
habitaciones!- (1.4). Lo que acontezca dentro de esa alcoba queda a la
imaginación cómplice del lector y a los secretos de los amantes. Lo mismo
sucede con la cama, confidente de la erótica conyugal: -Nuestra cama es de
frondas…- (1.16). Esta afirmación en su contexto poético, significa, según Jesús
Luzarraga, esto: “El lecho común es el marco que los mantiene unidos, y expresa la común
propiedad de su mutuo amor”. O mucho más atrevido lo dice la apasionada amante
del Cantares en el capítulo 8.2: -podría llevarte a la casa de mi madre, te
haría entrar en ella, y tú serías mi maestro. Yo te daría a beber del mejor
vino y del jugo de mis granadas.- No estaba bien visto que unos amantes se
besaran en público, ella entonces fantasea anhelando entrar a la casa de su
madre a su amado para robarle un beso y sorprenderlo con una erótica que los
deleitaría hasta la saciedad.
Faltando todo por
descubrir entre los ritmos y rimas del Cantares, con lo poco que se pudo
subrayar en esta oportunidad, arrojo esta propuesta para concluir como una “voz
que clama en el desierto”: ¿y si erotizamos la erótica?
No es oculto a ninguna
vista que la erótica de nuestra sociedad ha sido vulgarizada, vuelta utensilio,
comercializada, despojada de su dignidad, belleza y pureza. Nada de malo hay en
desear lo deseable. Nada de reprochable hay en el auto-elogio como manifestación
de una sana auto-estima y base para amar, valorar y contemplar a quien se ama.
Una erótica que pretenda existir sin amor propio de parte de sus protagonistas,
jamás se amarán, por el contrario, se utilizarán, se harán daño y mucho más;
pero jamás deleitarse como los amantes del Edén.
Y si erotizamos la erótica
con el elogio respetuoso, dignificante, íntimo de los cónyuges que aún se
atreven a pactar delante de Dios amor eterno; quienes enamorados de la desnudez
almática como de la desnudez corporal, se embriagan de placeres incomparables
entre aromas silvestres y sabores cómplices de las sensualidades más celestes
vistas aquí en la tierra.
Y si erotizamos la erótica
con una conciencia de amor conyugal que se hace dueño de su ser amado, al mismo
tiempo propiedad de esa persona. La sugerencia consiste en dejar de prostituir,
así sea a menor escala, la erótica humana con esas tendencias del homo consumens; para comenzar a abrazar
las hermosuras de la fidelidad.
Finalmente, eroticemos la
erótica humana despojándonos de toda vulgarización de la misma. Las bellezas
eróticas del ser humano no son para divulgarlas sobre vitrinas virtuales o
reales ni para comercializar en ninguna de sus posibilidades; son para atesorar
en la intimidad que construye vida sobre los fundamentos de Dios.
©2018 Ed. Ramírez Suaza