No se puede servir a la vez a
Dios y a las riquezas.
Jesucristo

Mirando yo por
entre la celosía de la ventana de mi casa, vi personas jugando en máquinas
tragamonedas; de aquellas que en su parte superior contienen, como vitrina,
peluches amontonados, además muy apetecidos por la población infantil. La
máquina exige un depósito de dos monedas de $500 m/c, que al recibirlas se
activa sólo una oportunidad de agarrar un peluche con una palanca y un botón
como comandos del juego. Si el jugador logra tomar uno de ellos, debe girar la
pequeña grúa que está dentro de la vitrina hacia el orificio de la victoria.
Vaya infortunio el de muchos, ¡nunca han podido sacar un bendito peluche! La
máquina esa se les tragó las monedas. Es más, me enteré -no hace mucho- que
todas ellas están diseñadas para tragar monedas.
Esta experiencia es la misma para muchos “creyentes”, yo les diría crédulos, quienes con anhelos sinceros han pretendido acudir a Dios a través de telepredicadores o radiopredicadores; inclusive a iglesias neo-pentecostales, con las ilusiones de que se les supla alguna necesidad, se les ayude en medio de una crisis específica y en su desesperación o afán han depositado sus “monedas” en las cuentas bancarias que el “predicador” les ha indicado. Lo han hecho así porque se les ha prometido que, una vez depositado el dinero todas las necesidades serán satisfechas. La crisis le será solucionada. La enfermedad sanada; todo esto milagrosamente gracias a las monedas -y no poquitas- que se les deposita. Pero resulta que el dios del telepredicador se les ha tragado las monedas: consignaron y la enfermedad continúa. La crisis se hizo más intensa. La necesidad no fue suplida. Los apuros no desaparecieron.
¡Dios se les tragó
la moneda!
Luego nos vamos
dando cuenta que ese “evangelio” está amañado precisamente para eso, ¡para
tragar monedas!
Hay una verdad que
las masas crédulas necesitan abrazar con fe: el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo no cobra por sanar, proveer, bendecir, ayudar, restaurar, salvar… en
fin; su gozo está en suplir a todas nuestras necesidades conforme a sus riquezas
en gloria de manera gratuita. Pero muchas personas con astucia oscura y
avaricia han visto en la ignorancia, afán, desespero, credulidad de las gentes
una oportunidad de estafarlos en nombre de Dios. Para los comerciantes de la fe,
la religión es un negocio. ¡Y qué negocio!
En el Evangelio según S. Juan 2.13-22, el autor comparte el testimonio histórico del afamado episodio “la purificación del templo”. La narrativa inicia diciendo que, “estaba cerca la Pascua, cuando Jesús fue a Jerusalén”. Estas palabras introductorias al acontecimiento ameritan una especial atención, pues en las celebraciones pascuales se conmemoraba con festejos, alegrías y memorias la libertad otorgada por Dios a todos ellos cuando fueron esclavos de Egipto. Era una fiesta, la primera de las más importantes en la fe judía, porque en la Pascua de su historia fueron libres. Vaya ironía: Jesús fue a Jerusalén a celebrar una fiesta en memorias de la libertad y se encontró con un templo que oprimía a sus hermanos haciendo de la fe un festín comercial. El Señor, no tolerante con semejante despropósito, hizo un azote con cuerdas que encontró en el sagrado recinto usándolo para expulsar a los comerciantes del templo, sacar los animales, esparcir por todo el piso las monedas de los cambistas y volcar las mesas mientras les decía: -¡No conviertan la casa de mi Padre en un mercado!-
¡Eso es! No conviertan el evangelio en una plaza de mercado.
Aún no alcanzo a comprender por qué multitudes prefieren pagar en lugar de orar. Dejarse estafar en lugar de hacer peticiones y acciones de gracias al Señor Jesús. Poner las manos sobre el televisor para “recibir la unción” en lugar de poner su confianza alegre en Cristo. Consignar a quien hace del evangelio un negocio en lugar de tener fe en la voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta.
Apreciado lector, jamás olvide que una de las cualidades más sublimes del evangelio de Jesucristo es la gratuidad. Cuando desespere, no corra a echar su platica en las cuentas de los diversos “evangelios tragamonedas”; mejor “entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio” (Mateo 6, 6).
No pague; crea a Dios.
No les consigne;
ore.
No “pacte”; pida.
No participe de la
comercialización del evangelio; viva el evangelio de Cristo.
Si va a pagar, que
sea el arriendo de un hotel modesto para un anciano que habita la calle.
Si va a consignar,
que sea a la cuenta de una obra misionera.
Si va a “pactar”
que sea compartir el pan con el hambriento y el abrigo con el desnudo.
Si va a
comercializar, que sea para el disfrute de la vida, pero jamás con el
evangelio.
Si vas a ofrendar
en la Iglesia, que sea con alegría y generosidad; con el corazón motivado por
el amor, la gratitud, la fidelidad que alienta a los hijos de Dios en afectos
entrañables por Su obra y Sus siervos humildes en la tierra.
A quienes así
proceden, S. Pablo dejó eternalizadas estas benditas palabras: “Por lo tanto, mi Dios les dará a ustedes todo lo que
les falte, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús”
(Filipenses 4, 19).
©2017 Ed. Ramírez Suaza