Los
hombres inteligentes quieren aprender;
los demás, enseñar.
Antón Pavlovich Chejov
Señor,
enséñanos a orar
“Parando oreja” yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, escuché una solicitud sincera, apremiante, maravillosa: -Señor, enséñanos a orar…-
Esta humilde frase ya es en sí misma una de las
mejores oraciones que podamos expresar. Es una petición naciente de
sinceridades extraordinarias que, albergadas en algún apetito genuino del
corazón por lo divino, recibe respuesta satisfactoria. Sólo portadores de la
gratuidad inmerecida del Santo Espíritu de Dios pueden decir algo así, tan
pertinente como celestial.
Todo peregrino por la vida cristiana se debe ver, a sí mismo -también-, como un permanente aprendiz.
El día que este viajero se
niegue la fascinación de aprender renuncia a la cristiandad, a la experiencia
continua de Dios y a la meta puesta delante de sus ojos: conocer a Dios y disfrutar de él por siempre.
El creyente jamás puede caer en la tentación
presuntuosa de verse como quien lo sabe todo, especialmente orar. Siempre debe
preguntarse, ¿sé orar? Al reflexionar con sinceridad en ello doblará sus rodillas
y con anhelo profundo gritará: -Señor, ¡enséñame a orar!-
¡Qué maravilla!
El único que nos puede enseñar a
orar, es Aquel a quien oramos.
Y sí, con dulce encanto nos enseña a orar:
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
No nos metas en tentación, sino líbranos del mal.”
[Porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos
los siglos. Amén.]
Hay dos
tradiciones evangélicas de la oración, la primera en Mateo 6.9-13 y la segunda
en Lucas 11.2-4. Son dos momentos diferentes en los que Jesús enseñó a orar.
Uno lo
plasma Mateo el otro Lucas.
Lo que deseo resaltar son las dos posibilidades
abiertas que nos ofrecen los evangelios para orar el Padre Nuestro. Mientras Mateo dice, “...ustedes pues, orad así…”;
Lucas dice, “...Cuando oren, digan…”. Esto me resulta hermoso y fundamental.
John Stott hizo un aporte de comprensión precioso
a estas tradiciones evangélicas: mientras en Mateo la oración se nos presenta
como un modelo para copiar -orad así-; en Lucas, como una forma para usar
-cuando oren, digan-.[1]
Es decir, a la luz de Mateo debemos orar el Padre
Nuestro tal cual lo enseñó Jesús. A la luz de Lucas, podemos usar el Padre Nuestro para modelar nuestra
propia oración.[2]
Orar el Padre Nuestro tal cual lo enseñó el
Maestro, no es una vana repetición como lo intuyen algunos sectores cristianos.
¿Cómo va a ser posible que esta oración sea una vana repetición?
¡Jamás!
No dude cuando ore como Jesús nos enseñó.
Ore el Padre Nuestro porque es necesario,
vital durante este privilegio de existir.
Esta oración
no sólo la repetimos tal cual está con sincera devoción y fe; además hacemos de
cada frase del Padre Nuestro nuestra
propia oración.
Para mí es absolutamente esencial que todas mis oraciones sean
guiadas por la Oración del Señor.
Si no oramos como Jesús nos enseñó a orar,
¿estaremos orando realmente?
Reflexiona.
Orar el Padre Nuestro me ha significado un
rescate del sinsentido, de las vanas repeticiones, de la pobreza espiritual
para presentarme delante de mi Creador.
Orar como enseñó Jesús, me ha salvado
de negligencias y perezas. Me anima a estar seguro que Dios escucha y puedo
abrirme al diálogo con él, aferrándome con fe a cada frase de la Oración del
Señor y así disfrutar dulcemente de Su presencia.
Termino con
unas palabras de quien desconozco su autoría:
Si no tienes tiempo para orar, vas a perder el tiempo en
todo lo demás.
©2016 Ed. Ramírez Suaza