viernes, 12 de agosto de 2016

Monólogos De La Iglesia II

atrevidas abominaciones

Cuando hablamos con Él y como Él, oramos.
Karl Rahner


Por entre la celosía de la ventana de mi casa escuché un abanico de oraciones que me hicieron erizar la piel terriblemente a causa de su contenido irreverente, prepotente, autoritario, arrogante. También me hicieron la “piel de gallina” la actitud con la que arrojan al cielo sus palabras, de quienes no sé decir si ignorantes o presumidos o ambos.
Intuí esas oraciones como abominables.

Entender la oración desde la revelación bíblica siempre exige transportar las altitudes del corazón hasta la cruz. Demanda doblar los orgullos hasta postrarlos a los pies de Cristo. Requiere desvestirse de toda presunción, arrogancia a fin de prosternarse ante el Creador. 
Las palabras que elegimos para dirigirnos a Aquel que invocamos como Padre Nuestro… deben irrumpir de las profundidades de un alma que se comprende necesitada, amada e invitada por Dios a dialogar con él.

En la actualidad muchos orantes de diversas comunidades cristianas vienen prescindiendo de las humildades precisas de la oración, para con ignorante arrogancia “exigir”, “reclamar”, “decretar”, “ordenar”, “declarar”, “autorizar” entre otros atrevimientos abominables.

A la luz de la Biblia, no hay una sola instrucción a la vida y práctica de la oración que incluya semejante grosería. 
¿Desde cuándo orar es exigirle a Dios? 
¿Quién dijo que orar es reclamarle al Señor? 
¿Cómo se nos ocurrió decretar -a Dios o a quien sea- esperando que se nos haga caso inmediatamente?  
¿Cuándo aprendimos a declarar? 
¿Acaso así nos enseñó Jesús? 
¿Existe un ejemplo de esta naturaleza en las Sagradas Escrituras? 
¿Habrá algún testimonio de oración tan descortés por parte de los profetas o apóstoles en el Antiguo o Nuevo Testamento?

El fondo del ser humano es una fábrica de orgullos, quienes -a veces- se toman el timón de nuestras oraciones. 
Un orante que se atreva a “exigir”, “reclamar”, “decretar”, “ordenar”, “declarar”, “autorizar”; es esclavo de un corazón desorientado en sí mismo, perdido en terribles fantasmas de su ego, quienes asoman como idolatrías en sus prácticas devocionales sin ser consciente de ello. 
Quien orando “exige”, “decreta”, “reclama”, “declara”, en fin… es porque desconoce las Escrituras, al Dios revelado en ellas.

Dios es el soberano. Él está sentado en un trono alto y sublime. 
A él nadie le ordena. 
Nadie le reclama. 
Nadie  le exige. 
Nadie le declara para degradarlo a un sirviente de nuestras estúpidas ocurrencias espirituales. 

Quien conoce las Escrituras comprende que su responsabilidad es humillarse ante el Señor, reconocerlo como la perfecta majestad; acercarse con la más expresa y sincera reverencia es su cristiandad, porque sabe que Él es Dios y nosotros criaturas de polvo que ha decido amar, tener misericordia y bondad.

El orante cristiano no decreta; pide. 
No reclama; ruega. 
No declara; suplica. 
No exige; se humilla. 
No da órdenes; obedece. 
No autoriza; cree. 
Y lo hace en el nombre de Jesús. 

Orar en el nombre de Jesús no es decir al final de la oración -en el nombre de Jesús: ¡amén!-. Orar en el nombre de Jesús “sólo tiene sentido verdadero y eficacia cuando nos identificamos con Cristo de modo tal que su voluntad viene a ser nuestra voluntad; cuando nuestros supremos intereses son los intereses de su Reino; cuando vemos todo cuanto concierne a nuestra vida, a nuestras circunstancias y a nuestras necesidades en la perspectiva de los propósitos del Padre a la luz de Su Palabra… Dicho de otro modo, y para resumir, no podemos sellar con el nombre de Jesús oraciones que él jamás habría hecho.”[1]

Nosotros no sabemos orar. El fallecido pastor suizo Karl Barth, con dulzura contundente expresó esta verdad: -¿Hay algún ser humano que pueda afirmar que sabe orar? Me temo que la persona que lo afirmara no sabría, precisamente, orar de verdad.- 
La Biblia dice, -...Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras- (Romanos 8.26). 

Seamos sinceros: ¡no sabemos orar!

Karl Rahner comentó las palabras de S. Pablo en Romanos 8.26 con mucha belleza y contundencia: -Nosotros no sabemos orar convenientemente, el Espíritu lo sabe, y eso basta.-

Estoy seguro que esas maneras groseras de orar (declarar, reclamar, decretar, etc) reflejan, no sólo arrogancias propias de las profundidades del corazón caído, también  ignorancias de ese corazón. Mas cuando oramos a Dios con la asistencia de su Espíritu, Él “No oirá al auscultar el latido de nuestro corazón, la infinita palabrería vana que se derrocha en el mercado de nuestro corazón, ni los desazonantes crujidos de titanes encadenados en los profundos calabozos. Oirá los inenarrables gemidos de su propio Espíritu, que intercede ante Él por sus Santos. Y lo oirá como si fuera nuestro gemido, como acento que se desprende de las caóticas disonancias de nuestra vida, en polifónica sinfonía a honra del Altísimo”.[2]

Cuando ores, no seas como los atrevidos ignorantes que “exigen”, “reclaman”, “decretan”, “ordenan”, “declaran”, “autorizan”. Ora como Jesús: humilde, sumiso a la voluntad del Padre, pidiendo con reverencia, confiando como un niño, en dependencia de Su Santo Espíritu y serás -no sólo escuchado- maravillosamente recompensado.


©2016 Ed. Ramírez Suaza




[1] José y Pablo Martínez. Teología y Psicología de la Oración, p. 39
[2] Karl Rahner. De La Necesidad y Don De La Oración, p. 37, 38

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