domingo, 31 de julio de 2016

Monólogos De La Iglesia


En la oración es mejor tener un corazón sin palabras 
que tener palabras sin un corazón.
John Bunyan.



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi un muy extenso abanico de soliloquios que emergen de corazones muy bien intencionados, muy sinceros también; quienes intentando dialogar con Dios terminan haciendo un monólogo para Él. Su mayor desgracia es ignorar la diferencia.

Las Sagradas Escrituras no tratan mucho acerca de la oración, en lugar de esto contiene oraciones. El hecho de que contenga oraciones en lugar de tratados sobre la oración resulta muy diciente para nosotros: es más importante orar que hablar acerca de la oración. 
Sin embargo, las disciplinas espirituales han de ser comprendidas en la virtud de su totalidad bíblica por sus practicantes, a fin de disfrutar a Dios genuinamente.

Si nos preguntamos ¿qué es orar?, pues regularmente respondemos más o menos así: -orar es hablar con Dios-. 
Pensándolo bien, ¿no será a la inversa? 
-Dios hablando con nosotros-.

En un esfuerzo por sugerir una intuición más profunda al respecto, podríamos afirmar que la oración es el misterio por medio del cual Dios se aproxima al ser humano como Padre, para dialogar coherentemente con él sobre un tapete de afectos, lealtades, sinceridades, familiaridades, entre otras, con la intención de saciar a plenitud el alma del orante. Inmerso en este misterio, quien ora puede abrir su corazón delante de Dios a fin de expresarle todo su existir -como el de otros- y recibir del Señor manifestaciones sorprendentes de su gracia y bondad.

En la práctica de tradición evangélica, es común ver que la oración resulta siendo un monólogo, es decir, un discurso improvisado en dirección a Dios, que al agotarse se cierra con el broche de oro tradicional: "en el nombre de Jesús ¡amén!"
En este monólogo, además de ser improvisado, el orante así no se permite un silencio, un esfuerzo al corazón para estar atento a lo hermoso: el privilegio de discernir la voz divina en la vida y práctica de la oración.
Cuando en esta tradición se ora, Dios es condenado al silencio.

¿Por qué hacemos esto? 
-Bueno, no todos- 
Creo que quienes así “oramos”, obedece a la consideración del poder persuasivo del discurso. Es decir, suponemos que entre más hablemos al orar crece la posibilidad de ser escuchados por el Señor. Con este comportamiento olvidamos las palabras de Jesús: “...cuando ustedes oren no sean repetitivos, como los paganos, que piensan que por hablar mucho serán escuchados…” (Mateo 6.7).
Considere estas palabras por favor:
No se precisan largas oraciones, porque Dios sabe lo que los hombres necesitan antes de que se lo pidan. No se trata simplemente de evitar las manipulaciones, ni de que Dios lo sabe todo y por eso la oración no es, en rigor, necesaria, sino de que Dios, en su amor, asiste al hombre antes de que éste se lo pida, y le libra así de la necesidad de la larga oración.[1]

Las palabras de Jesús, coloquialmente hablando, quedarían más o menos así: “Dios no come carreta”. 
La oración se hace abominable cuando la verborrea suplanta la sinceridad, la humildad, la fe, la obediencia… entre otras. 
Las pocas palabras con la actitud correcta resultan más eficaces, bien lo dijo el predicador:
No permitas que tu boca ni tu corazón se apresuren a decir nada delante de Dios, porque Dios está en el cielo y tú estás en la tierra. Por lo tanto, habla lo menos que puedas... (Eclesiastés 5.2).

Por eso tú cuando ores, despójate de cualquier intento de persuadir a Dios hablando mucho; mejor permítase el milagro de la oración que con prudencia en los labios, con humildad de corazón disfruta -en dirección a plenitud- el hecho de que Dios se aproxima a nosotros, dejándose intuir en el silencio humano, en la contemplación de las Escrituras para hablarnos al corazón y luego, escucharlo.

Menos monólogos; más oración.


©2016 Ed. Ramírez Suaza





[1] Ulrich Luz. El evangelio Según S. Mateo. Tomo I, p.463

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...