El Canto De La Luna
Asomándome por entre la celosía de la ventana de
mi casa oí el canto de la luna. Tan dulce como una noche de primavera. Como las
siempre noches en Medellín. Allá arriba, flotante ella en la casi negra y
aterciopelada cortina de donde se cuelgan las estrellas, se hace testigo
confidente de muchas realidades debajo de su delicada luz, donde los mortales
la ven y se sienten confidentes en lugar de expuestos. Ella, testigo de cuanta
vergüenza evito en estos párrafos, aunque abarcaría todo con estas palabras:
vergüenza de ver los críos humanos deshumanizándose y deshumanizados. Pero el lamento más sentido es ver cristianos
descristianizados.
Cansada, entre otras, de ver cultos donde se dan
palmas pero no la mano. Donde se escucha la exposición bíblica, pero no se
vive. Una practicidad egoísta, fracasadamente hedonista e indolentemente
indiferente a las realidades de su país. Negligente en la evangelización, no
sólo verbal, también social. Un púlpito prostituido con los espacios dados a
inescrupulosos políticos que se vuelven creyentes en tiempo electoral, ¡hasta
diezman! Pero no entregan su corazón. Evangélicos de doble faz que bailan al
son que les toquen, importándoles un carajo la coherencia del evangelio, la
integridad. Oí la luna querer decir todo esto y mucho más. Decir lo que ve
debajo de su luz.
De repente las montañas que rodean mi ciudad
tomaron sus zampoñas, sus quenas y charangos. Las nubes sus violines, las
estrellas hicieron titilar sus bongoes. Todas sabían nadar en el pentagrama
divino haciendo notas y figuras diferentes, eso sí, armónicas. Ella, la luna,
lerda en su andar celeste llega al centro del escenario, se afina en La Bemol
Menor y canta un salmo de esperanza a nuestro favor:
Alzo
mis ojos a los montes,
¿de
dónde vendrá el socorro para esta humanidad?
Que
venga sólo de ti Creador.
Aunque
ignorado por estos mortales, no dejes de llamarlos. No dejes de sevirlos. No dejes
que se pierdan en su obstinación.
Bajo
mis ojos a la Iglesia, ¿de dónde vendrá su socorro?
Su
socorro viene del Santo Espíritu de Dios. Quien puede renovar, avivar y
restaurar esa comunidad de santos, donde es necesario hacerlo.
No
dejes que la indiferencia se haga nido en sus cultos
ni
el orgullo prisión del corazón.
¿Volverá
el mundo y la Iglesia su mirada a la cruz?
De
allí brota inagotablemente el socorro divino.
En
la cruz de Cristo, oh loco mundo, hay reconcilio con Dios.
En
la cruz de Cristo, oh loca Iglesia, hay rumbo fijo.
El
gemido de la creación entera ya es incienso ante Dios,
¡Cuán
cerca está el momento
en que el Señor renueva todas las cosas y a mí!
©2014 Ed. Ramírez Suaza