lunes, 5 de mayo de 2014

Seis Horas En El Infierno


lo que Jesús hizo para salvarnos




Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi al Hijo de Dios padecer por seis horas el infierno.
¡Y qué infierno! 
Levanté mis ojos al monte Calvario hasta distinguir en su cúspide tres cruces. La que estaba en el centro capturó mi atención porque en ella se dejó clavar Dios. Verlo ahí, tratado como si fuese malhechor estremeció la creación, hasta hoy muchas personas, también a mí. 
Lo que pocos han percibido en esta escena histórica es que Jesucristo padeció el mismo infierno mientras pendía de aquel madero.

Las manecillas de no sé qué reloj artesano marcaron las 9:00 am, cuando levantaron esa cruz hasta fijarla en el suelo, quedando Cristo suspendido entre el cielo y la tierra (Marcos 15.25). Y a eso de las tres de la tarde, después de un fuerte grito, Jesús murió (Marcos 15.34-37). Colgado allí, expuesto al escarnio humano, a la crueldad italiana y a la ira de Dios; Jesús duró crucificado, con vida, seis horas.

Esas seis horas para Jesús fueron un infierno.
Quienes hacemos lectura creyente de la Biblia, nos encontramos frente a tres posiciones principales respecto al infierno: que sea un lugar, un estado o ambos. El lenguaje apocalíptico o escatológico de Jesús registrado en los evangelios, como el de los apóstoles Pablo, Pedro y Juan; se empaca en los símbolos, en el sentido figurado, en la metáfora y la parábola. Eso nos alerta en el ejercicio de interpretación bíblica a no tomar esos pasajes literalmente. Nos obliga a pensar con profundidad, responsabilidad y dependencia del Espíritu Santo lo que ese lenguaje apocalíptico quiere decir. Así, algunos comprenden el infierno como un lugar, otros como un estado, otros como lugar y estado.

Faltando todo por decir respecto al infierno, lo que no podemos negar es su realidad. 
Y vale la pena subrayar que la primera experiencia real de infierno fue en la cruz de Cristo. Nunca antes nadie conocía el tormento de tan terrible lugar, de tan horrible condición. No porque estuvo en el infierno esas seis horas de crucifixión, sino porque sufrió todas aquellas condiciones reales que se padecerán en el infierno, luego del juicio final.

El infierno es la sentencia final a una humanidad sumergida en el pecado sin rendir su orgullo frente a la cruz de Cristo. Es la ira final de Dios hacia todos aquellos que rechazaron una y otra vez Su amor. 
Decía A. W. Pink: -La ira de Dios es una perfección del carácter divino sobre el cual debemos meditar frecuentemente-.[1]

Frente a la ira de Dios, en el infierno, se experimentará el abandono de Dios. Precisamente lo que Jesús soportó en la Cruz. 
El infierno es un lugar de absoluta oscuridad. Lo que Jesús escarmentó mientras pendía entre cielo y tierra. 
El infierno es un lugar para malditos, y la más grande maldición la aguantó durante sus últimas horas de vida. 
El infierno es un lugar de tormento, comparado con un fuego inextinguible y el gusano inmortal. Jesús sufrió ese fuego y ese gusano siendo lacerado una y otra vez hasta envolver su cuerpo en una sola llaga, y en ella recibir más tortura. 

El dolor que experimentó el Maestro en su pasión y crucifixión no tiene comparación, al entender además las implicaciones espirituales de ese momento. Era más que un infierno.

Y lo hizo en tu lugar y el mío.
Seis horas, para salvarnos de una eternidad en esa misma realidad.


©2014 Ed. Ramírez Suaza  




[1] J.I. Packer (1997). Hacia El Conocimiento de Dios, p.179

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