lo que Jesús hizo para salvarnos
Mirando yo por
entre la celosía de la ventana de mi casa, vi al Hijo de Dios padecer por seis
horas el infierno.
¡Y qué infierno!
Levanté mis ojos al monte Calvario hasta
distinguir en su cúspide tres cruces. La que estaba en el centro capturó mi
atención porque en ella se dejó clavar Dios. Verlo ahí, tratado como si fuese
malhechor estremeció la creación, hasta hoy muchas personas, también a mí.
Lo
que pocos han percibido en esta escena histórica es que Jesucristo padeció el
mismo infierno mientras pendía de aquel madero.
Las manecillas de
no sé qué reloj artesano marcaron las 9:00 am, cuando levantaron esa cruz hasta
fijarla en el suelo, quedando Cristo suspendido entre el cielo y la tierra
(Marcos 15.25). Y a eso de las tres de la tarde, después de un fuerte grito,
Jesús murió (Marcos 15.34-37). Colgado allí, expuesto al escarnio humano, a la
crueldad italiana y a la ira de Dios; Jesús duró crucificado, con vida, seis
horas.
Esas seis horas
para Jesús fueron un infierno.
Quienes hacemos
lectura creyente de la Biblia, nos encontramos frente a tres posiciones
principales respecto al infierno: que sea un lugar, un estado o ambos. El
lenguaje apocalíptico o escatológico de Jesús registrado en los evangelios,
como el de los apóstoles Pablo, Pedro y Juan; se empaca en los símbolos, en el
sentido figurado, en la metáfora y la parábola. Eso nos alerta en el ejercicio
de interpretación bíblica a no tomar esos pasajes literalmente. Nos obliga a pensar con profundidad,
responsabilidad y dependencia del Espíritu Santo lo que ese lenguaje
apocalíptico quiere decir. Así, algunos comprenden el infierno como un lugar,
otros como un estado, otros como lugar y estado.
Faltando todo por
decir respecto al infierno, lo que no podemos negar es su realidad.
Y vale la
pena subrayar que la primera experiencia real de infierno fue en la cruz de
Cristo. Nunca antes nadie conocía el tormento de tan terrible lugar, de tan
horrible condición. No porque estuvo en el infierno esas seis horas de
crucifixión, sino porque sufrió todas aquellas condiciones reales que se
padecerán en el infierno, luego del juicio final.
El infierno es la
sentencia final a una humanidad sumergida en el pecado sin rendir su orgullo
frente a la cruz de Cristo. Es la ira final de Dios hacia todos aquellos que
rechazaron una y otra vez Su amor.
Decía A. W. Pink: -La ira de Dios es una
perfección del carácter divino sobre el cual debemos meditar frecuentemente-.[1]
Frente a la ira
de Dios, en el infierno, se experimentará el abandono de Dios. Precisamente lo
que Jesús soportó en la Cruz.
El infierno es un lugar de absoluta oscuridad. Lo
que Jesús escarmentó mientras pendía entre cielo y tierra.
El infierno es un
lugar para malditos, y la más grande maldición la aguantó durante sus últimas
horas de vida.
El infierno es un lugar de tormento, comparado con un fuego
inextinguible y el gusano inmortal. Jesús sufrió ese fuego y ese gusano siendo
lacerado una y otra vez hasta envolver su cuerpo en una sola llaga, y en ella
recibir más tortura.
El dolor que experimentó el Maestro en su pasión y
crucifixión no tiene comparación, al entender además las implicaciones
espirituales de ese momento. Era más que un infierno.
Y lo hizo en tu
lugar y el mío.
Seis horas, para
salvarnos de una eternidad en esa misma realidad.
©2014 Ed. Ramírez Suaza