El
Personaje Del Año II
un siervo de Dios y de los hombres
¡Como es de bueno
cuando me llaman por mi nombre! Cuando niño, recuerdo que no logré salvarme de
los apodos que mis compañeritos me daban (no los voy a mencionar para no hacerlos
pecar después). Últimamente recibo otros “apodos”: pastor, profesor, señor,
¡hasta me han dicho doctor! Y otros más que no vale la pena mencionar. La
verdad prefiero mi nombre criollo: ¡Edison!
¡Pastor! Así me
apodan más actualmente.
Cuando Ud. escucha
ese título, ¿qué se le viene a la mente? Porque algunos cuando escuchan la
palabra “pastor” imaginan una persona muy digna, de una consagración sincera y
de un ministerio ejercido con legitimidad; para otros la imagen no es tan
favorable: autoritarios, intocables, avaros, embaucadores, entre otros. Otro
colectivo los entiende como alguien super-espiritual con la unción de Elías, la
chequera de Bill Gates, la pinta de Jorge Varón, la limosina de Obama, la escolta de Santos, la inteligencia de Nicolás
Maduro, la voz de William Vinasco Ch y la tarima de Michael Jackson.
Si las apreciaciones
de un colectivo sobre algo son diversas,
la alternativa es arrojar sobre el tapete definiciones claras que permitan
dialogar comprensivamente. Hagámoslo: en las Sagradas Escrituras, el pastor es
una persona que encuentra el origen de su vocación en una derrota personal por
un llamado al santo ministerio que intuye en lo más profundo de su ser y de su
sinceridad por una intervención divina. Su papel en el mundo es cuidar una
comunidad, rebaño si se quiere, que pertenece a Dios y por él tendrá que dar
cuentas.
El pastor es puesto
por Dios mismo en la Iglesia a fin de que pueda, junto a los demás ministros
(apóstoles: misioneros, enviados; profetas, evangelistas, maestros), llevar la
Iglesia a un nivel de perfección para el servicio, donde en la entrega, en el
estar a disposición del otro, del tú, se construya cuerpo de Cristo. Está el
pastor en la Iglesia para darnos a conocer de Jesús resucitado, y en esa
comprensión de Dios seamos unidos en la fe, maduros en la verdad amorosa,
crecientes en Jesús (Ef. 4.11-16).
Si desempacamos a grosso
modo este “para qué” los pastores en la Iglesia y el mundo, podemos decir en
primer lugar que, el pastor es uno que en su comprensión de Dios por la Escritura,
fe, esperanza, verdad, amor, vida tiene autoridad espiritual y moral para
poner orden en la comunidad de los creyentes, es decir, “remendar”, instruir,
perfeccionar para el desempeño plural del servicio. En segundo lugar, canalizar
el servicio eclesial en construcción del cuerpo de Cristo. Por un lado, esa
construcción de cuerpo se da en la medida que los creyentes van creciendo en el
conocimiento de Dios y en la práctica cristiana en conjunto con la familia espiritual. Por otro lado, se construye cuerpo con evangelismo. En tercer lugar, el
pastor es un hombre que conoce a Dios y lo da a conocer con el fin de
fundamentar al creyente en la verdad sin que le afecten las doctrinas
engañosas, quizá también atractivas, que constantemente antagonizan el
evangelio de Jesucristo. Y finalmente, el pastor es una persona que abre los
espacios, crea las oportunidades, prepara el ambiente de un crecimiento
integral de los creyentes como individuos y como Iglesia.
Frente al pastor, regularmente
se ha creído que su responsabilidad es muy grande, ¡y lo es!, como también lo
es de la Iglesia. En Efesios 4.11 la Biblia dice, …y él mismo constituyó… esa palabra (constituyó) en griego es édoken,
que traduce: dio, confió, entregó, permitió. Si lo comprendemos mejor podríamos
decir, él mismo confió, entregó, dio…
pastores… Si los pastores son dádiva de Dios, confianza de él a la Iglesia,
no está de menos reconocer que ella tiene una responsabilidad con ellos delante
de Aquel quien les entregó semejante paquete ministerial.
¡Piénsalo!
©2013 Ed. Ramírez Suaza