martes, 16 de abril de 2013

Walkers

Walkers
en busca del camino

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi huellas de centenares de pisadas humanas, tantas como las estrellas de un cielo anochecido en pleno verano. Eran huellas de todos los tamaños, en todas las direcciones, en todos los desórdenes desde todas las perspectivas y pregunté, -¿a dónde van?- y todas respondieron a la vez, sólo mirarlas ya era una respuesta, -vamos pa’ todas partes sin llegar a ninguna-.

Todas las direcciones están congestionadas: norte, sur, este, oeste, igual a todas sus variantes. Se les ocurrió por hacer de la vida el divagar más espectacular de toda nuestra historia, porque además de no tener la remota idea hacia dónde van, pues no importa. El culto más estridente es al derroche de la vida caminando sin camino. Sin camino se camina de cualquier manera, se siguen las huellas de todos y de nadie, se experimenta el más profundo agotamiento junto al más vergonzoso fracaso.

Ah vida loca de los animados caminantes del vano placer, tú que dejas al final los hombres sin vida, sin destino, sin pies. Para que al final, cuando las fuerzas despilfarradas por el espiral del sin sentido y los sueños drogados de tanto amable engaño, intenten un camino, un norte, un sentido, cuando ya para qué.

En plena ausencias de sentido y motivación para los caminantes, las miserias humanas pueden cachetearnos los párpados con crudeza indolente y hacernos un poco más videntes. Sí, por lo menos a identificar un camino. Tan sólo uno, uno que pueda brindarnos el retorno a la vida, al sentido, a la alegría, a la celebración, al calor del hogar, al abrazo de Dios. Esta conciencia de camino no tiene que esperar hasta limitar con el demasiado tarde, se puede disfrutar desde ya, desde el ahora, desde el aquí.

Desde el cieno profundo de nuestros fracasos como caminantes, en donde saciamos los apetitos de la existencia con algarrobas, podemos levantar la mirada en busca del camino del retorno. ¡Es tan fácil hallarlo! Porque es el camino más obvio, el más hermoso, el más simple, el más fácil, el más sencillo, el más plano. Quizá por sus cualidades es que no resulta apetecido a nuestros pies. Regularmente nos resulta preferente el camino espinado, maltratado, carente de genuina belleza y canción. Es un camino angosto pero cabemos. Angosto porque para andar por él necesitamos recurrir al despojo. Su estrecha entrada sólo da paso a la persona, no al costalao de fracasos que traemos a cuestas todo el peregrinaje de la vida y que se robustece con los tropiezos de nuestro andar. El despojo de ese pasado nos deja livianos, a penas con lo suficiente para vivir: vida. Ese despojo se hace experiencia real cuando en el Creador encontramos la maravilla del perdón.

Con la existencia liviana, con los pies abrigados de perdón y con las manos limpias nos volvemos caminantes del Camino. Para ser sincero contigo, apenas hay un Camino con diseño de vida. Sólo hay un Camino con verdad en esencia; ese Camino se llama Jesús.

Quienes por el Camino transitan hallan el más profundo, natural, puro, bello placer. Los apetitos existenciales son saciados a plenitud, la felicidad no es simulada ni idiotizada por fármacos o licores; es real, extraordinariamente real. El descanso no es imaginario, es asequible a sus transeúntes. Es un camino claro, con total ausencia de confusiones. Puede que en nuestras debilidades dejemos colar en el alma algunas dudas y temores o se nos atraviesen con agilidad tentaciones, sí, eso es posible. Pero los caminantes encuentran en el Camino la verdad que los hace libres, fuertes, determinantes e irreversibles en la fe.

Ese camino tiene un destino final que desde ya y ahora se nos permite palpar, y lo más lindo: no caminamos para llegar al cielo, caminamos para que el cielo llegue a nosotros.

¿Caminamos?

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...