Walkers
en busca del camino
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa vi huellas de centenares de pisadas
humanas, tantas como las estrellas de un cielo anochecido en pleno verano. Eran
huellas de todos los tamaños, en todas las direcciones, en todos los desórdenes
desde todas las perspectivas y pregunté, -¿a dónde van?- y todas respondieron a
la vez, sólo mirarlas ya era una respuesta, -vamos pa’ todas partes sin llegar
a ninguna-.
Todas las
direcciones están congestionadas: norte, sur, este, oeste, igual a todas sus
variantes. Se les ocurrió por hacer de la vida el divagar más espectacular de
toda nuestra historia, porque además de no tener la remota idea hacia dónde van,
pues no importa. El culto más estridente es al derroche de la vida caminando
sin camino. Sin camino se camina de cualquier manera, se siguen las huellas de
todos y de nadie, se experimenta el más profundo agotamiento junto al más
vergonzoso fracaso.
Ah vida loca de los
animados caminantes del vano placer, tú que dejas al final los hombres sin
vida, sin destino, sin pies. Para que al final, cuando las fuerzas
despilfarradas por el espiral del sin sentido y los sueños drogados de tanto
amable engaño, intenten un camino, un norte, un sentido, cuando ya para qué.
En plena ausencias
de sentido y motivación para los caminantes, las miserias humanas pueden
cachetearnos los párpados con crudeza indolente y hacernos un poco más
videntes. Sí, por lo menos a identificar un camino. Tan sólo uno, uno que pueda
brindarnos el retorno a la vida, al sentido, a la alegría, a la celebración, al
calor del hogar, al abrazo de Dios. Esta conciencia de camino no tiene que
esperar hasta limitar con el demasiado tarde, se puede disfrutar desde ya,
desde el ahora, desde el aquí.
Desde el cieno
profundo de nuestros fracasos como caminantes, en donde saciamos los apetitos de
la existencia con algarrobas, podemos levantar la mirada en busca del camino
del retorno. ¡Es tan fácil hallarlo! Porque es el camino más obvio, el más
hermoso, el más simple, el más fácil, el más sencillo, el más plano. Quizá por
sus cualidades es que no resulta apetecido a nuestros pies. Regularmente nos
resulta preferente el camino espinado, maltratado, carente de genuina belleza y
canción. Es un camino angosto pero cabemos. Angosto porque para andar por él
necesitamos recurrir al despojo. Su estrecha entrada sólo da paso a la persona,
no al costalao de fracasos que traemos a cuestas todo el peregrinaje de la vida
y que se robustece con los tropiezos de nuestro andar. El despojo de ese pasado
nos deja livianos, a penas con lo suficiente para vivir: vida. Ese despojo se
hace experiencia real cuando en el Creador encontramos la maravilla del perdón.
Con la existencia
liviana, con los pies abrigados de perdón y con las manos limpias nos volvemos
caminantes del Camino. Para ser sincero contigo, apenas hay un Camino con diseño
de vida. Sólo hay un Camino con verdad en esencia; ese Camino se llama Jesús.
Quienes por el
Camino transitan hallan el más profundo, natural, puro, bello placer. Los
apetitos existenciales son saciados a plenitud, la felicidad no es simulada ni
idiotizada por fármacos o licores; es real, extraordinariamente real. El descanso
no es imaginario, es asequible a sus transeúntes. Es un camino claro, con total
ausencia de confusiones. Puede que en nuestras debilidades dejemos colar en el
alma algunas dudas y temores o se nos atraviesen con agilidad tentaciones, sí,
eso es posible. Pero los caminantes encuentran en el Camino la verdad que los
hace libres, fuertes, determinantes e irreversibles en la fe.
Ese camino tiene un
destino final que desde ya y ahora se nos permite palpar, y lo más lindo: no
caminamos para llegar al cielo, caminamos para que el cielo llegue a nosotros.
¿Caminamos?