Me Enamoré
¡y qué hacemos
pues!
¡Volví a suspirar como lo hacen los enamorados! ¡y
qué hacemos pues! Ellos suspiran dando fragancia a esas melodiosas palabras que
llegan a sus corazones en la dulce voz de su enamorad@, así no sea sexy; con el recuerdo de los besos y el sueño de un
abrazo fundidor, eterno. Más profundo
volví a suspirar; ¡y qué hacemos pues! Si cuando un@ joven se enamora siente perder el control de la intensidad de amar,
así me he estado sintiendo.
Nunca había estado en un encuentro de Jóvenes
Adultos Solteros, mucho menos como conferencista invitado. Aunque no eran la
cantidad de jóvenes esperados, quienes estuvimos lo hicimos con todo el
corazón, permitiendo además que la vida nos entretejiera con lazos de amistad
sincera, diáfana. Entre ellos, el soltero más cotizado de la historia: Jesús. Sí, a penas con 30 años de edad
empezó su vida pública ¡y de qué manera! Su primer discurso registrado, además
de ser el primer discurso en nuestro encuentro, fue sobre la felicidad (Mateo
5.1-16). Claro está, no se trata de esa vida que propone el sistema mundanal
vacía; se trata de la felicidad verdadera, profunda, inamovible, perdurable. El
primer discurso en el Nuevo Testamento es sobre la felicidad, señalando el
único camino a la única felicidad posible al ser humano. Más sorprendente aún,
es el discurso de un Joven Adulto Soltero que es plenamente feliz. Esto me
enamoró, ¡y qué hacemos pues!
En muchos casos la felicidad es vista como un privilegio
de los dioses huyendo de los humanos, escondiéndose de nosotros ¿dónde estás
felicidad?, vacilándonos en el peregrinaje de la vida, haciéndonos ilusiones
para luego burlarse de nosotros. Se ha visto la felicidad como esa dicha que
hay que perseguir toda la vida; pero qué grasso error concebir la felicidad de
esa tan lamentable manera. El Salmo 23.6 dice, La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida;… (NVI),
la palabra traducida en este verso como bondad
en el hebreo es “tôb”
que, entre otras cosas significa felicidad. Sin ningún inconveniente podemos
traducir así: La felicidad y el amor me
seguirán todos los días de mi vida;… Esto me enamoró, ¡y qué
hacemos pues! Porque la única felicidad dispuesta al ser humano no es para
perseguirla; ¡es para ser perseguidos por ella! Ahora la vida me ha hecho
“fugitivo de la felicidad”. Ella me busca, me persigue, se me atraviesa, me
captura, me cautiva, me realiza, me empuja, si se quiere, hasta el lugar de la
absoluta felicidad: la presencia de Dios (Salmo 23.6). Me enamoré, ¡y qué
hacemos pues!
Amig@ mí@, hoy la
felicidad se nos hizo quimera en el afán de tener, de escalar en la pirámide
social, en aparentar belleza y estilo; pero el hombre más feliz que ha pisado esta
tierra encontró la felicidad en la paradoja de la vida: siendo pobre, manso,
hambriento y sediento de justicia, misericordioso, limpio de corazón,
pacificador, perseguido, ¡todo! El ser de Jesús resulta siendo Su propuesta de
felicidad a la humanidad. En definitiva, cada mención al ser en las
bienaventuranzas de Jesús refleja que todas ellas caracterizan la dependencia
de Dios.[1]
No son felices por sus propios recursos, su felicidad se realiza en dependencia
del Dios feliz. Estoy aprendiendo a construir felicidad personal y a mi
alrededor en base a la felicidad del único Dios feliz. Y qué tal que Dios no
fuera feliz. ¿Puedes imaginarte lo que sería si el Dios que gobierna el mundo
no fuera feliz? ¿Qué pasaría si Dios estuviera frustrado, triste, melancólico,
abatido, descontento y desanimado?[2]
Cuando pienso en
la felicidad de Dios, suspiro; ¡y qué hacemos pues! Él me hizo feliz. Me enamoré de
la vida, de mi familia, de mis amigos, de a quienes sirvo, de la Iglesia, de la
creación, de Dios…
Me enamoré, ¡y qué hacemos pues!