jueves, 22 de noviembre de 2012

Me Enamoré ¡y qué hacemos pues!


Me Enamoré
¡y qué hacemos pues!

¡Volví a suspirar como lo hacen los enamorados! ¡y qué hacemos pues! Ellos suspiran dando fragancia a esas melodiosas palabras que llegan a sus corazones en la dulce voz de su enamorad@, así no sea sexy; con el recuerdo de los besos y el sueño de un abrazo fundidor,  eterno. Más profundo volví a suspirar; ¡y qué hacemos pues! Si cuando un@ joven se enamora siente perder el control de la intensidad de amar, así me he estado sintiendo.

Nunca había estado en un encuentro de Jóvenes Adultos Solteros, mucho menos como conferencista invitado. Aunque no eran la cantidad de jóvenes esperados, quienes estuvimos lo hicimos con todo el corazón, permitiendo además que la vida nos entretejiera con lazos de amistad sincera, diáfana. Entre ellos, el soltero más cotizado de la historia: Jesús. Sí, a penas con 30 años de edad empezó su vida pública ¡y de qué manera! Su primer discurso registrado, además de ser el primer discurso en nuestro encuentro, fue sobre la felicidad (Mateo 5.1-16). Claro está, no se trata de esa vida que propone el sistema mundanal vacía; se trata de la felicidad verdadera, profunda, inamovible, perdurable. El primer discurso en el Nuevo Testamento es sobre la felicidad, señalando el único camino a la única felicidad posible al ser humano. Más sorprendente aún, es el discurso de un Joven Adulto Soltero que es plenamente feliz. Esto me enamoró, ¡y qué hacemos pues!

En muchos casos la felicidad es vista como un privilegio de los dioses huyendo de los humanos, escondiéndose de nosotros ¿dónde estás felicidad?, vacilándonos en el peregrinaje de la vida, haciéndonos ilusiones para luego burlarse de nosotros. Se ha visto la felicidad como esa dicha que hay que perseguir toda la vida; pero qué grasso error concebir la felicidad de esa tan lamentable manera. El Salmo 23.6 dice, La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida;… (NVI), la palabra traducida en este verso como bondad en el hebreo es “tôb” que, entre otras cosas significa felicidad. Sin ningún inconveniente podemos traducir así: La felicidad y el amor me seguirán todos los días de mi vida;… Esto me enamoró, ¡y qué hacemos pues! Porque la única felicidad dispuesta al ser humano no es para perseguirla; ¡es para ser perseguidos por ella! Ahora la vida me ha hecho “fugitivo de la felicidad”. Ella me busca, me persigue, se me atraviesa, me captura, me cautiva, me realiza, me empuja, si se quiere, hasta el lugar de la absoluta felicidad: la presencia de Dios (Salmo 23.6). Me enamoré, ¡y qué hacemos pues!

Amig@ mí@, hoy la felicidad se nos hizo quimera en el afán de tener, de escalar en la pirámide social, en aparentar belleza y estilo; pero el hombre más feliz que ha pisado esta tierra encontró la felicidad en la paradoja de la vida: siendo pobre, manso, hambriento y sediento de justicia, misericordioso, limpio de corazón, pacificador, perseguido, ¡todo! El ser de Jesús resulta siendo Su propuesta de felicidad a la humanidad. En definitiva, cada mención al ser en las bienaventuranzas de Jesús refleja que todas ellas caracterizan la dependencia de Dios.[1] No son felices por sus propios recursos, su felicidad se realiza en dependencia del Dios feliz. Estoy aprendiendo a construir felicidad personal y a mi alrededor en base a la felicidad del único Dios feliz. Y qué tal que Dios no fuera feliz. ¿Puedes imaginarte lo que sería si el Dios que gobierna el mundo no fuera feliz? ¿Qué pasaría si Dios estuviera frustrado, triste, melancólico, abatido, descontento y desanimado?[2]

Cuando pienso en la felicidad de Dios, suspiro; ¡y qué hacemos pues! Él me hizo feliz. Me enamoré de la vida, de mi familia, de mis amigos, de a quienes sirvo, de la Iglesia, de la creación, de Dios…

Me enamoré, ¡y qué hacemos pues!







[1]Antonio Cruz. Los Bienaventurados: Descubra Los Secretos De Una Vida Cristiana Feliz, p.22
[2] John Piper. Sed de Dios, p. 25

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...