miércoles, 24 de octubre de 2012

Jesús, el Dios chocante



Jesús
el Dios chocante

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi un rostro extraordinariamente particular en Jesús. Aunque desde la espiritualidad cristiana me enseñaron ver un rostro de Cristo en el sufriente, en el desamparado, en el relegado de sus propios derechos (Mt 25.35,36); en ésta oportunidad pude ver un rostro chocante en su manera de pensar, hablar, actuar, ser. Vi ese rostro insoportable del Dios encarnado.

La chocancia en Jesús la descubrimos desde que oímos de él o mejor aún, cuando lo oímos a él. La voz del Mesías en sus días por Galilea incomodó los oyentes, sus palabras dejaba sus mundos “patas arriba”, sus conciencias aturdidas, sus hipocresías al aire libre, su religiosidad en vergüenza. Los sacerdotes rechinaban sus dientes cuando le oían decir que era Dios. Las gentes le abandonaron cuando les dijo que tenían que comer su cuerpo y beber su sangre (Jn 6.54). Chocante que hablara por parábolas imposibles de entender, a no ser que él mismo las explicara (Mt 13.11). Dos milenios luego, sus palabras siguen chocantes al mundo. Cuando hablo de las palabras de Jesús a las gentes, siento el fastidio de muchos por los dichos del Maestro. Ese repudio a perdonar setenta veces siete diarias, a poner la otra mejilla, a caminar por la senda angosta, a la invitación a sufrir por causa de su nombre, a practicarla para poder construir vida sobre la roca. Inclusive, si los predicadores arrojaran sobre sus auditorios las palabras de Jesús sin los amaños que a veces damos, es muy probable que se diezme la asistencia (cosa no muy conveniente). Mucha gente prefieren quedar aturdidos con el ruido mundanal a descansar entre la dulce voz de Jesús.

Cuando Pedro se enfrenta a la chocancia verbal de Jesús, silencia su corazón por breves instantes y de repente la maravilla se apodera de su impotencia y exclama: -¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna- (Jn 6.68).

La mente de Jesús también nos resulta chocante. En un mundo, y en una iglesia, donde se nos incita a conquistar las alturas, a llegar lo más arriba, donde el espíritu Babel nos incita a hacer de nuestras vidas unos rascacielos a fin de satisfacer nuestros orgullos; inesperadamente, además de incómodo, se atraviesa entre nosotros la mente de Cristo quien abandona las alturas para tocar nuestras bajezas con su gloria (Fil 2.1-11). Jesús no puso su mirada en la cima; la puso en el suelo y emprendió el viaje. Enseguida, como si fuera poco, S. Pablo noquea la altivez humana al exigirnos: -¡piensen como Cristo!- La propuesta es chocante: encárguese de lo profundo, como Cristo, que Dios se encarga de lo alto y de lo ancho, como de Cristo.

Jesús es chocante en su manera de actuar: Tocaba leprosos, se sentaba en la mesa junto a cojos, mancos, andrajosos, enfermos, prostitutas, además se dejaba besar los pies de algunas de ellas; escupía en público sobre la arena haciendo luego ungüento de saliva y polvo para untar en un rostro enfermo. Escribía sobre la arena mientras una mujer en trapos menores esperaba su sentencia a ser apedreada, y de repente recibe perdón. ¿Alcanza a imaginarte este Dios en nuestras iglesias? Jesús no tiene lugar en esas iglesias de viejitas peli-moradas donde todo es tan “osea”, "nada qué ver", donde los ujieres no dejan entrar a los indigentes. Además, si lo dejamos entrar, corremos el riesgo que vuelque nuestras mesas.

Pero lo más chocante de Jesús fue su locura. Si hay una verdad extravagante a la humanidad es la cruz de Cristo. ¿Dios omnipotente en una cruz? ¿Qué locura es esa? ¡Imposible que Dios se deje crucificar! Las Escrituras dicen en Deuteronomio 21.23: …maldito de Dios el que muere colgado de un madero. ¿¡Cómo!? ¿Dios maldito? San Pablo decía: -para los que se pierden, la cruz de Cristo es locura; pero para nosotros es poder de Dios (1 Cor 1.18). Dijo John Stott: “El evangelio de la cruz jamás será un mensaje popular, porque humilla el orgullo de nuestro intelecto y nuestro carácter”.[1] Aunque no sea popular, esa locura de Dios salvó a muchos y a mí. Es más, “Jamás podría creer en Dios, si no fuera por la cruz de Cristo” (John Stott).

Ah, casi olvido otra chocancia: ¡Cristo vuelve pronto!






[1] John Stott. La Cruz de Cristo, p. 251

martes, 9 de octubre de 2012

La Pasarela III


La Pasarela III
una misión en vía de extinción

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi las maravillas de Dios en el cuerpo humano: todo él es perfecto, armonioso, con estética propia y belleza celestial. Y celebro la desnudez del cuerpo en el lugar que corresponde. Me ayuda la canción de Arjona a comunicarme, “no es ninguna aberración sexual, pero me gusta verte andar en cueros, el compás de tus pechos aventureros víctimas de la gravedad; será porque no me gusta la tapicería que creo que tu desnudez es tu mejor lencería…”[1] Me ayuda también el sublime poema de Neruda El Insecto: “De tus caderas a tus pies quiero hacer un largo viaje… Voy por esas colinas, son de color de avena, tienen delgadas huellas que sólo yo conozco, centímetros quemados, pálidas perspectivas…”[2]

Arjona, Neruda, no son los únicos que celebraron la desnudez humana; Dios, ¡quién creyera! Dios fue el primero en celebrar la belleza del cuerpo humano, al ver a Adán y a Eva desnudos en el Edén dijo: ¡es bueno en gran manera! Luego Moisés hace un apunte uniéndose a la celebración: En ese tiempo el hombre y la mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía vergüenza.[3] ¡Qué belleza! En otro escenario Dios se hace tras bambalinas mientras celebra la intimidad de dos amantes. Hablo del Cantar De Los Cantares, cuando el capítulo 7 el hombre es espectador de la belleza femenina; la describe, la disfruta, la ennoblece, la elogia. Algo similar hace la amante de este canto en el capítulo 4, ella elogia la belleza del cuerpo masculino: lo desea, lo aprecia absolutamente. ¡Eso es! La belleza del cuerpo humano amerita contemplación, embeleso, disfrute, celebración, poemas y canción.

Estos cuerpos desnudos tienen su propia pasarela, no esa comercial pervertida desde las implicaciones inmorales, como desde la explotación económica, la discriminación a otras formas de belleza, la estigmatización de lo feo, entre otras. No. La desnudez en la Biblia se da en la pasarela de la intimidad de dos amantes fieles, perdurables en el tiempo, respetuosos, amigos, apasionados, comprometidos, alegres. Son dos amantes, hombre y mujer, conscientes del lugar que corresponde a la desnudez humana: la intimidad conyugal. Ahí no hay espacio a las vergüenzas ni a la exposición de desnudez humana al deseo lujurioso, a la falta de pudor, al adulterio mental o real ni a la comercialización; es para glorificar a Dios. S. Pablo dijo, “…procuren, pues, que sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios”.[4]

La vida es una pasarela por donde han de desfilar la fe, la esperanza y el amor en la configuración de noviazgos cristianos, y con mucha más fuerza han de desfilar los matrimonios. Sí, de manera entusiasta, excitada, fiel, íntegra, ejemplar, digna y dignificante. Es la misión que tenemos, cual pareciera en vía de extinción. Quienes nos amamos de verdad, amémonos a los cuatro vientos, gritémoslo en vida vivida (aunque parezca redundancia), vivamos de tal manera que nuestro amor se vuelva luz. 

¡Qué belleza de pasarela!



[1] Intento redimir estas palabras en contexto matrimonial
http://www.youtube.com/watch?v=zbp7zGTDdVM   09/10/12
[2] Pablo Neruda. Selección de Poemas. 1925-1952. Barcelona: Círculo de Lectores. 1975, p.392
[3] Génesis 2.25
[4] 1 Corintios 6.20 La Biblia Latinoamericana

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...