Jesús
el Dios chocante
Mirando yo por entre
la celosía de la ventana de mi casa vi un rostro extraordinariamente particular
en Jesús. Aunque desde la espiritualidad cristiana me enseñaron ver un rostro
de Cristo en el sufriente, en el desamparado, en el relegado de sus propios
derechos (Mt 25.35,36); en ésta oportunidad pude ver un rostro chocante en su
manera de pensar, hablar, actuar, ser. Vi ese rostro insoportable del Dios
encarnado.
La chocancia en Jesús la descubrimos desde que oímos de él o mejor aún, cuando lo oímos a él. La voz del Mesías en sus días por Galilea incomodó los oyentes, sus palabras dejaba sus mundos “patas arriba”, sus conciencias aturdidas, sus hipocresías al aire libre, su religiosidad en vergüenza. Los sacerdotes rechinaban sus dientes cuando le oían decir que era Dios. Las gentes le abandonaron cuando les dijo que tenían que comer su cuerpo y beber su sangre (Jn 6.54). Chocante que hablara por parábolas imposibles de entender, a no ser que él mismo las explicara (Mt 13.11). Dos milenios luego, sus palabras siguen chocantes al mundo. Cuando hablo de las palabras de Jesús a las gentes, siento el fastidio de muchos por los dichos del Maestro. Ese repudio a perdonar setenta veces siete diarias, a poner la otra mejilla, a caminar por la senda angosta, a la invitación a sufrir por causa de su nombre, a practicarla para poder construir vida sobre la roca. Inclusive, si los predicadores arrojaran sobre sus auditorios las palabras de Jesús sin los amaños que a veces damos, es muy probable que se diezme la asistencia (cosa no muy conveniente). Mucha gente prefieren quedar aturdidos con el ruido mundanal a descansar entre la dulce voz de Jesús.
Cuando Pedro se enfrenta a la chocancia verbal de Jesús, silencia su corazón por breves instantes y de repente la maravilla se apodera de su impotencia y exclama: -¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna- (Jn 6.68).
La mente de Jesús también nos resulta chocante. En un mundo, y en una iglesia, donde se nos incita a conquistar las alturas, a llegar lo más arriba, donde el espíritu Babel nos incita a hacer de nuestras vidas unos rascacielos a fin de satisfacer nuestros orgullos; inesperadamente, además de incómodo, se atraviesa entre nosotros la mente de Cristo quien abandona las alturas para tocar nuestras bajezas con su gloria (Fil 2.1-11). Jesús no puso su mirada en la cima; la puso en el suelo y emprendió el viaje. Enseguida, como si fuera poco, S. Pablo noquea la altivez humana al exigirnos: -¡piensen como Cristo!- La propuesta es chocante: encárguese de lo profundo, como Cristo, que Dios se encarga de lo alto y de lo ancho, como de Cristo.
Jesús es chocante en su manera de actuar: Tocaba leprosos, se sentaba en la mesa junto a cojos, mancos, andrajosos, enfermos, prostitutas, además se dejaba besar los pies de algunas de ellas; escupía en público sobre la arena haciendo luego ungüento de saliva y polvo para untar en un rostro enfermo. Escribía sobre la arena mientras una mujer en trapos menores esperaba su sentencia a ser apedreada, y de repente recibe perdón. ¿Alcanza a imaginarte este Dios en nuestras iglesias? Jesús no tiene lugar en esas iglesias de viejitas peli-moradas donde todo es tan “osea”, "nada qué ver", donde los ujieres no dejan entrar a los indigentes. Además, si lo dejamos entrar, corremos el riesgo que vuelque nuestras mesas.
Pero lo más chocante de Jesús fue su locura. Si hay una verdad extravagante a la humanidad es la cruz de Cristo. ¿Dios omnipotente en una cruz? ¿Qué locura es esa? ¡Imposible que Dios se deje crucificar! Las Escrituras dicen en Deuteronomio 21.23: …maldito de Dios el que muere colgado de un madero. ¿¡Cómo!? ¿Dios maldito? San Pablo decía: -para los que se pierden, la cruz de Cristo es locura; pero para nosotros es poder de Dios (1 Cor 1.18). Dijo John Stott: “El evangelio de la cruz jamás será un mensaje popular, porque humilla el orgullo de nuestro intelecto y nuestro carácter”.[1] Aunque no sea popular, esa locura de Dios salvó a muchos y a mí. Es más, “Jamás podría creer en Dios, si no fuera por la cruz de Cristo” (John Stott).
Ah, casi olvido otra chocancia: ¡Cristo vuelve pronto!
La chocancia en Jesús la descubrimos desde que oímos de él o mejor aún, cuando lo oímos a él. La voz del Mesías en sus días por Galilea incomodó los oyentes, sus palabras dejaba sus mundos “patas arriba”, sus conciencias aturdidas, sus hipocresías al aire libre, su religiosidad en vergüenza. Los sacerdotes rechinaban sus dientes cuando le oían decir que era Dios. Las gentes le abandonaron cuando les dijo que tenían que comer su cuerpo y beber su sangre (Jn 6.54). Chocante que hablara por parábolas imposibles de entender, a no ser que él mismo las explicara (Mt 13.11). Dos milenios luego, sus palabras siguen chocantes al mundo. Cuando hablo de las palabras de Jesús a las gentes, siento el fastidio de muchos por los dichos del Maestro. Ese repudio a perdonar setenta veces siete diarias, a poner la otra mejilla, a caminar por la senda angosta, a la invitación a sufrir por causa de su nombre, a practicarla para poder construir vida sobre la roca. Inclusive, si los predicadores arrojaran sobre sus auditorios las palabras de Jesús sin los amaños que a veces damos, es muy probable que se diezme la asistencia (cosa no muy conveniente). Mucha gente prefieren quedar aturdidos con el ruido mundanal a descansar entre la dulce voz de Jesús.
Cuando Pedro se enfrenta a la chocancia verbal de Jesús, silencia su corazón por breves instantes y de repente la maravilla se apodera de su impotencia y exclama: -¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna- (Jn 6.68).
La mente de Jesús también nos resulta chocante. En un mundo, y en una iglesia, donde se nos incita a conquistar las alturas, a llegar lo más arriba, donde el espíritu Babel nos incita a hacer de nuestras vidas unos rascacielos a fin de satisfacer nuestros orgullos; inesperadamente, además de incómodo, se atraviesa entre nosotros la mente de Cristo quien abandona las alturas para tocar nuestras bajezas con su gloria (Fil 2.1-11). Jesús no puso su mirada en la cima; la puso en el suelo y emprendió el viaje. Enseguida, como si fuera poco, S. Pablo noquea la altivez humana al exigirnos: -¡piensen como Cristo!- La propuesta es chocante: encárguese de lo profundo, como Cristo, que Dios se encarga de lo alto y de lo ancho, como de Cristo.
Jesús es chocante en su manera de actuar: Tocaba leprosos, se sentaba en la mesa junto a cojos, mancos, andrajosos, enfermos, prostitutas, además se dejaba besar los pies de algunas de ellas; escupía en público sobre la arena haciendo luego ungüento de saliva y polvo para untar en un rostro enfermo. Escribía sobre la arena mientras una mujer en trapos menores esperaba su sentencia a ser apedreada, y de repente recibe perdón. ¿Alcanza a imaginarte este Dios en nuestras iglesias? Jesús no tiene lugar en esas iglesias de viejitas peli-moradas donde todo es tan “osea”, "nada qué ver", donde los ujieres no dejan entrar a los indigentes. Además, si lo dejamos entrar, corremos el riesgo que vuelque nuestras mesas.
Pero lo más chocante de Jesús fue su locura. Si hay una verdad extravagante a la humanidad es la cruz de Cristo. ¿Dios omnipotente en una cruz? ¿Qué locura es esa? ¡Imposible que Dios se deje crucificar! Las Escrituras dicen en Deuteronomio 21.23: …maldito de Dios el que muere colgado de un madero. ¿¡Cómo!? ¿Dios maldito? San Pablo decía: -para los que se pierden, la cruz de Cristo es locura; pero para nosotros es poder de Dios (1 Cor 1.18). Dijo John Stott: “El evangelio de la cruz jamás será un mensaje popular, porque humilla el orgullo de nuestro intelecto y nuestro carácter”.[1] Aunque no sea popular, esa locura de Dios salvó a muchos y a mí. Es más, “Jamás podría creer en Dios, si no fuera por la cruz de Cristo” (John Stott).
Ah, casi olvido otra chocancia: ¡Cristo vuelve pronto!