miércoles, 30 de mayo de 2012

¿Dónde carajos está Umaña?


¿Dónde carajos está Umaña?
el doloroso cruce del divorcio

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi unos hijos, unas hijas, amigos y vecinos preguntando ¿dónde carajos está Umaña? Ya no regresa a casa, lleva dos semanas sin compartir a la mesa con los suyos. Él se fue, ha emprendido el doloroso cruce del divorcio.

El señor y la señora Umaña han decidido dar fin al pacto de amor que un día hicieron en el altar. Sus familiares y amigos se preguntan, ¿es acaso el divorcio legítimo ante los ojos de Dios? Las respuestas no se hacen esperar, unos dicen que sí, otros que no, otros que sí pero no y viceversa “y del mismo modo en sentido contrario”, y los Umaña confundidos, llenos de culpa pero decididos.

¿Es legítimo el divorcio ante los ojos de Dios?
En primer lugar, el pueblo de Israel bajo la ley mosaica tenía una puerta “casuística”. Es decir, en “caso de que ocurra una separación de esposos… así ha de proceder”. No es que Moisés mandó divorciarse o aprobó el divorcio, sino que procedía según el caso. En el Deuteronomio 24.1-4 Moisés supone de un hombre que se separa de su esposa por cualquier motivo, luego “re-hace” su vida conyugal y se separa igualmente de su segunda mujer. Éste no puede volver a la primera esposa en reconciliación matrimonial. Él la ha “envilecido”. Volver a la primera esposa luego de humillarla con repudio, es una abominación a Yavéh.

En segundo lugar, el profeta Jeremías (3.1) hace una pregunta retórica con respuesta obvia en un contexto de cultura patriarcal: si una esposa repudiada se va con otro hombre, luego regresa a su primer marido ¿este primer marido la aceptará de nuevo como su mujer? ¡No! Jeremías empieza a arrojar las primeras ‘luces’ respecto a la única puerta legítima al divorcio: la infidelidad.

Aún nos queda una pregunta sobre el tintero, ¿qué dice Jesús del divorcio?

Continuará…

viernes, 11 de mayo de 2012

¿A Dónde Van Los Desaparecidos?


¿A Dónde Van los Desaparecidos?
el doloroso cruce del divorcio

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa vi un hombre, la risa se dibujaba en su rostro al revés, la mirada triste, la esperanza extinta, la culpa latiendo en su corazón. Al otro lado de la acera con pisadas arrastradas, lágrimas lastimando su rostro, punzándole el corazón; va aquella que un día fue el amor más grande de su vida. Las pisadas de ambos les dirigen al juez para firmar su divorcio.

¿Qué pasó? ¿Por qué el amor se volvió tan frágil? ¿Y a dónde se fueron las palabras? ¿Cuáles palabras? Esas, las que usan los jóvenes cursi y enamorados. Esas que venden en las tiendas de afiches y tarjeticas con ositos volando, gaticos sonriendo y gaviotas besando la luna. Esas que escaparon en las noches de unos labios preferentes del beso más que del habla. Esas que prometieron y juraron una y otra vez “te amaré por siempre”. 

Y, ¿a dónde se fue el tacto? Sí, esas higiénicas yemas de pulgares paseándose en los pómulos sonrientes mientras los demás dedos sostenían la ternura de su mirada. Ese rose de cuerpos cuando cualquier mal chiste provocaba un empujón de caderas queriendo decir con eso “tan tonto pero te quiero”. Y, ¿a dónde se fueron las miradas? ¿Los silencios? ¿Los besos? ¿Cómo es posible que dos amantes se vuelvan “odiantes”? Y desde mi humilde escritorio alcanzo a escuchar la respuesta de algunos de mis lectores: -¡Eso es posible gracias al matrimonio!-

¡Qué ironía! Mientras muchos heterosexuales, con influencia expansiva, van concibiendo el matrimonio como el agravante del amor; los homosexuales dan la pelea jurídica por una puerta que le abra la sociedad para convenir sus amores en él.

-Los declaro marido y mujer, ¡puede besar la novia!- Así, más o menos, terminan las ceremonias religiosas de un casamiento. Aplausos, flores, brindis, congratulaciones, deseos, arroz… luna de miel. En otros casos luna, porque la miel la acabaron antes de tiempo. Y de regreso, emprenden un camino ajeno a toda su experiencia anterior. Claro está, si no ha vivido con alguna persona en una oportunidad pasada. Empiezan las mieles de la renta, impuestos, alimentación, salud, muebles, sueños, qué sé yo. Continúan las mieles del agotamiento, las primeras peleas y las segundas y las terceras. Aparecen las heridas, resentimientos, egoísmos, celos, no perdón. Y denme el permiso de guardar silencio frente a esos kilos de más en ella, la calvicie en él. No digamos nada de esa barriga sexy que mágicamente le aparece a él como maldición de cuento ni de esos diminutos caminos rayando la piel de ella como si fuera un pizarrón de libre expresión. Y el paraíso soñado quedó “des-paraisado”.

Se casaron con una cantidad de motivos todos bonitos pero, ¿legítimos? Entonces comienzan a refregarse en la cara la bella vida si no hubiese tan bruto, tan bruta como pa’ casarse. O en el peor de los casos, el matrimonio les produjo un milagro: ¡ahora pueden ver! Ahora pueden ver todo lo que la familia vio en él o en ella que ninguno quiso ver hasta después de la boda. Y miles de realidades más que pueden ser recogidas como pretextos para echar todo al carajo; o, ¿o? Sí, o motivos perfectos para volver el rostro a Dios y abandonar en sus manos de alfarero todos esos fragmentos de matrimonio.

continuará…

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...