AVATARES
una comunidad incluida en el amor de Dios
Mirando yo por la celosía de la ventana de mi casa seguí viendo avatares. Esa, de mal gusto, equivocación de encerrar almas de una sexualidad en cuerpos que no corresponden. Los vi cargados, algunos con cierta vergüenza, otros disimulando las culpas que le aturden por dentro, otros desencantados de la vida tratando de entender ¿por qué a mí? Otros los vi rechazados, burlados, menospreciados. Y lo que me parece peor: sintiendo que están excluidos del amor de Dios.
En los últimos años, hablar de las reales causas de la homosexualidad parece tabú. Frente al tema el silencio es la pauta dominante. Pocas personas practicantes de la homosexualidad o inclinados a ella abren el corazón en sinceridad permitiendo ver con claridad el evento (o los eventos) que veló su verdadera identidad sexual. La homosexualidad, como toda conducta, es aprendida y en la mayoría de los casos es inducida. No debemos ni podemos juzgar al homosexual, no debemos hacer de sus afrentas nuestros chistes ni de su persona nuestro repudio.
En pleno siglo XXI la homofobia sigue haciendo sus espectaculares estragos, y con dolor reconozco que muchas veces desde los escenarios religiosos, incluyo entre ellos significativa parte de la Iglesia Cristiana Evangélica. En una actualidad presumida de “tolerancia”, de “diversidad sexual” y libertades de expresiones, las gentes contradicen con sus actos lo que afirma con sus aparentes convicciones. La verdad, no son tolerantes: son indiferentes. La actualidad (movimientos de liberación sexual) no promueve la “diversidad”, promueve las preferencias “homo”. Ni hay libertad de expresión; las expresiones aceptadas son aquellas que “bailan al son que toca” quien tenga el poder. El engaño vela la identidad de muchos y nos atrevemos a llamarnos libres.
La opinión de las sociedades es diversa cuando de conductas homosexuales se trata. Algunos rechazan la conducta, otros la persona, otros a ambos y los peores: no reconocen la diferencia. Como el rechazo, otra parte de las sociedades es indiferente al asunto, y se atribuyen virtud de tolerantes. Y otros, son practicantes y/o promotores de estas polémicas prácticas sexuales. Estas tres reacciones de las sociedades resultan dañinas para las personas confundidas con su identidad sexual. No es sano ser repudiado por los semejantes ni sano es que mi proceder de vida resulte indiferente a otros que desempeñan papeles vitales en el desarrollo de comunidad. Tampoco es sano que otros promuevan una conducta que supuestamente es innata en algunos seres humanos.
Suficiente, me parece, que es con lidiar siendo un “avatar”. El auto-rechazo es insoportable a demás de los otros rechazos con los que batalla un “avatar”. No me refiero a los rechazos de los demás, sino de los propios. El/la homosexual además de ser rechazado, es rechazador también. La primera persona rechazada del/la homosexual es él/ella mism@: no acepta, según el caso, su realidad sexual (hombre o mujer), la menosprecia rechazando su cuerpo al pensar que su alma es prisionera de esta celda incoherente. Las personas en conductas homosexuales también rechazan a otros en las mismas condiciones ya sea por su status social, por su apariencia física, a veces por la expresión homosexual a la que se matricula, entre otras. A pesar de ese abanico de rechazos, hay uno que no rechaza su persona: su Creador. Aunque la gente ve las conductas, Dios ve los motivos. Dios no hace nuevos ajustes a su norma, pero sí trata con amor a quien en sus brazos se arroja. No hay que esperar a cambiar para arrojarse en las manos de la gracia, así como no hay que esperar el alivio para ir al médico. Precisamente se va al médico en condición de enfermo, igualmente se va a Dios en condición de pecador. Él hará el resto.
Continuará…