viernes, 13 de diciembre de 2024

LA SOCIEDAD DEL BESO



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su hijo. Vi el de un esposo poco expresivo sobre la boca de su doñita. Vi el beso apretujado de un niño sobre la nariz de su madre. Sentí el beso de un amigo como ñapa a un abrazo sincero. Envidié el beso apasionado que una jovencita le daba a su novio en el parque principal de mi pueblo, bajo el cielo azul de “Cielo Roto” (posdata: envidié el beso, no la jovencita). He sabido de besos traicioneros como el de Judas a mi Salvador Jesús, y de los besos infieles que sin escrúpulos son capaces de posar sobre muchas bocas como mariposas de flor en flor; y en la TV vi el beso vampírico. 


El beso es contacto, es poner piel sobre piel, el roce que se transforma en lenguaje capaz de suplantar las palabras y puede decir lo que se le ocurra, lo que quiera, lo que sea; porque sí, porque “los besos se pronuncian por sí solos.” (1) Es un  contacto divino como también puede ser un contacto luciferino: destructivo, devastador, hiriente, fatal. 

…un beso puede ser de amor, dulce, tierno, afectuoso, sabroso, voluptuoso, delicioso, maravilloso, encantador, ávido, enervante, ardiente, abrasador, exaltado, cálido, húmedo, lascivo, impúdico, casto, tímido, trémulo, furtivo, secreto, robado, clandestino, hechizante, rápido, vivo, prolongado, reiterado, frío, helado, forzado, pérfido, traidor, grosero, abrumador, repugnante, fétido, baboso, apasionado…, etc., etc. (2)


El beso es un don, un recurso para hacer contacto con alguien y, en el contacto, lograr su cometido. El beso bíblico se remonta a esa manifestación de afecto de los patriarcas a sus hijos; a esa visibilización de la sumisión de los esclavos a sus amos al besarle las manos; el de amantes, el de saludo entre amigos o familiares, en fin. En el Santo Cantar, el beso es un deseo, un anhelo de pasión: —¡Oh, si él me besara con besos de su boca!— En los refranes judíos, el beso es un trofeo para los prudentes y sensatos: —Besados serán los labios del que responde palabras rectas.— El beso poético no podría faltar, y menos con quienes se besan: la justicia y la paz. –La misericordia y la verdad se encontraron; La justicia y la paz se besaron.– En Jesús el beso es adoración y gracia. En el Evangelio según S. Lucas cap. ​​7.45, Jesús reclama un beso que no le dieron, estas fueron sus palabras: —No me diste beso; mas esta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.— Así entiende Pronzato el beso de la dama aquella: “Lágrimas, perfume, besos y un uso bastante insólito de los cabellos. Todo para expresar arrepentimiento, afecto, fe… La mujer pecadora no ha dudado en ofrecer a Jesús las paredes de un corazón que, a pesar de las miserias, ha conservado intacta la capacidad de abandonarse sin reservas a un amor más grande.” (3)


Uno de los mejores besos dados en la historia es el del Padre que con ternura, alegría y bondad recibe a su hijo pródigo, luego de que ese muchacho derrochara lo que correspondía a su herencia. De adinerado, gracias a su pésima administración, pasó a ser un pordiosero, un muerto de hambre -literal-. Ese hijo, en la inmunda, alcanzó a reflexionar en sus sentidas y traumáticas carencias, se atrevió a hablar consigo mismo diciendo: —en la casa de mi papá hay mucha comida y yo aquí muero de hambre… regreso a casa.— Dicho y hecho, regresó, y en el regreso su Padre salió a recibirlo, lo abrazó y lo besó. Algunos dicen: “lo cubrió de besos”. Un alma rota, para sanar, sólo hay que cubrirla con besos. Besos repetidos. Besos tiernos. El Padre “terapió” a su hijo con un abrazo inmenso, sostenido por una cantidad de besos curativos que le cubrieron por completo la vida, la herida, su pecado y al final, a punta de besos quedó sano. Así nos besa el Padre Dios. Decía S. Gregorio: Cristo es nuestro beso de Dios. Claro está, él lo dijo con sus propias palabras. 


Los labios que besan nos permiten dar o recibir el sentido del tacto en una expresión única, más que una simple presión de labios es unión profunda entre los besantes. Inclusive, existe una expresión de Dios en él: “Los sentidos son buenas acciones que cumplen con el poder divino en nuestro lugar, es decir, por ellos Dios amamanta la vida de cada uno, y entrega su alimento como conviene a cada cual que lo acepta.” (4)


La vida, las sociedades, las relaciones, las religiones, las políticas, la literatura, el cine, la imaginación, Lucifer, la muerte y Dios no pueden, jamás, ser concebidos sin el beso. No existimos sin besos. Ahora, es una lástima que el beso se nos esté reggaetoneando, se nos esté vulgarizando, pornografizando y las nuevas generaciones -por lo menos las reggaetoneras- no van a saber qué es un beso, ser bien besados, dar un beso. Corremos el riesgo de que Latinoamérica olvide el arte de besar. Que Dios nos enseñe a besar con el beso que sana, que da vida, que ofrenda amor, lealtad, encanto y un resto de deleites más; para así construir una sociedad del beso. 


©2024  Ed. Ramírez Suaza


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1. Gabriela Mistral. Poema: Besos. 2. Montandon, A. (2007). El beso: ¿Qué se esconde detrás de ese gesto cotidiano? Madrid, Ediciones Siruela. 3. A. Pronzato. Las parábolas de Jesús. (Salamanca: Sígueme, 2003): 32 4. Eva Reyes Gacitúa. “¡Que me bese con los besos de su boca!”. Teología y Vida XLVII, no. 2-3 (2006).

martes, 3 de diciembre de 2024

ANIVERSARIO EN EL TÁRTARO



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi, como nunca antes, un año lleno del favor Dios: pude y puedo darle mejores trámites a mis traumas, a emociones tristes, fracasos existenciales y vértigos en la fe. Me pasó que el pecado hirió sin compasión mi casa y todos quedamos agonizando. Los miedos hicieron una pandilla, todos ellos rodearon mi corazón, lo intimidaron patológicamente. Las inseguridades colonizaron mis pasos. Y la vida, aunque giraba, se me estancó en lamentos. Experimenté en carne propia ser inquilino del Tártaro (el abismo más profundo del Hades), a la vez del Paraíso. Quedé atrapado en los “termales del más allá”. El choque térmico entre un infierno en vida, simultáneo a los abrazos del Padre celestial en un derroche de ternura. 


A causa del pecado devastador resulté al borde de la lengua viperina, de pie sí, pero sobre un solo pie y, como si esto fuera poco, con vértigos. Por meses parecía que mi vida dependía de lo que saliera de la boca serpentina que anhelaba mi destrucción: exageró mis faltas; aunque todas ellas graves y ciertas, en esa boca quedaron titánicas. Acomodó experiencias reales en conveniencia, fuera de contexto; quedé ante amigos, colegas, santos y otros como si fuese la encarnación del demonio. Las mentiras se apoderaron de la narrativa que dio cuenta del por qué yo estaba destruido, y ellas -las mentiras- terminaban de destruirme. No fueron mis pecados, a pesar de lo pecador que soy, los misiles que reventaron mi Edén desde sus entrañas, y a pesar de esto, me señalaron de culpable. Fue tan contundente la acusación que estuve tentado a creer, a aceptar una culpa de perversiones ajenas; de quien reposaba su vida en mi regazo, comía en mi plato y llegó a conocer a mi lado, por instantes, la felicidad. Su fuerza de maldad para empujarme al abismo, de repente, fue contrarrestada por un viento apacible, un viento como de Pentecostés que envolvía y envuelve mi ser, mis hijos, en equilibrios sobrenaturales.


Como pésimo inquilino temporal del Tártaro, no era para menos, me pudo el hecho de que se multiplicaran mis pecados a causa de la desesperación. Entonces, el sueño huyó de mí a la velocidad de la luz; las noches se hicieron colección de insomnios, esta colección se me convirtió en, involuntariamente, un escenario de recuerdos, imágenes tangibles de la perversidad que destruyó con fuerza soviética lo que fue mi huerto sagrado. Entonces lloré a torrentes, hasta más allá del cansancio. Fatigado de divagar por los sótanos del infierno (como diría la actriz y comediante colombiana, Alejandra Azcárate), alcé los ojos al cielo y vi que un séquito de ángeles me había rodeado en afecto, perdón, compasión, oración, evangelio y ternura. Así, trozos del cielo quedaron tendidos a mi camino.  Ellos me trajeron descanso. Por ellos resucité cantidad de veces, contemplé a Dios en mis oscuros caminos; voy encontrando una salida a laberintos de confusión, desesperanza y acusación. 


Hoy, que publico estas confidencias de mi alma, hace exactamente un año que la vida casi me mata de un golpe; mi ser quedó desparramado sobre el suelo en incontables tiestos. Hoy, un año después, soy un manojo de remiendos que el Omnipotente no deja morir, sobre el cual sigue soplando vida y al cual sigue hablando: —No tengas miedo. Yo te ayudo. 

El soplo de su poder vivificador y su voz proveedora de vida hace que mi ser responda en gratitudes sinceras, alabanzas sentidas, oraciones cristalinas y viscerales; pasos firmes en pos de la santidad alegre, porque el gozo del Señor es mi fortaleza y porque hasta aquí me ayuda Dios. Hoy que estoy de aniversario extrañamente nuevo, puedo asegurarte mi estimado lector que son muy ciertas las palabras de S. Pablo apóstol: —sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman.

Confío en Dios que también descubrirás belleza y esperanza en medio de tus padeceres.

¡Dios contigo!


©2024 Ed. Ramírez Suaza



jueves, 10 de agosto de 2023

¿AGUANTA SER SANTO?


En Medellín, Colombia, cuando algo vale la pena decimos: -¡aguanta! 
Cuando algo no vale la pena o no queremos o no nos gusta, decimos: -¡no, no aguanta! 

Ahora, paisamente pregunto: ¿aguanta ser santos? 

¿No te ha pasado que de repente piensas que la vida cristiana ya no aguanta?  

Estas preguntas nos las hemos hecho algunos y tal vez muchas veces.  

 

Asaf, quien fue un destacado poeta, músico y cantor israelita llegó a vacilar en su fe pensando que no valía la pena ser santo. Dijo así en el vv. 13 del Salmo 73: En verdad, ¿de qué me sirve mantener mi corazón limpio y mis manos lavadas en la inocencia, si todo el día me golpean y de mañana me castigan? El poeta no era capaz de comprender diosmente la contradicción de la vida, por eso se cuestionaba con estas palabras: ¿cómo es posible que a un pecador le vaya mejor en todo que a un santo? Y esto le terminó de fatigar la vida, dice así el vv. 16: Cuando traté de comprender todo esto, me resultó una carga insoportable.  

 

¿Qué fue lo insoportable?  

Preguntarán ustedes.  

El vv. 1 dice: En verdad, ¡cuán bueno es Dios con Israel, con los puros de corazón! 

¿Dios es bueno con los puros de corazón? 

Entonces por qué prosperan más los pecadores. 
Entonces por qué ellos tienen mejor salud. 

¿Dios es bueno con los puros de corazón? 
Entonces por qué ellos maldicen y blasfeman y nada les pasa. 

Entonces por qué la gente los admira más.  

Esto es lo insoportable: si Dios es bueno para con los puros de corazón, ¿por qué a los puros de corazón no les va tan bien en la vida? ¡¿Por qué?!  

Así, lidiando con lo insoportable en su corazón, dijo: Un poco más, y yo hubiera caído; mis pies casi resbalaron.  

 

¿Qué cansó la fe del poeta? 

No lo vas a creer, lo que cansó la fe de Asaf fue la envidia. Así lo dijo en los vv. 2 y 3: Por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes. Nosotros, como Asaf, también miramos a nuestro alrededor y despertamos algunas envidias, unas más grandes que otras, pero envidias al fin y al cabo, por apariencias que encontramos en el mundo.  

Envidiando no se pasa bueno. Cervantes puso en boca de Quijote estas palabras: “Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabias.” 

 

Afortunadamente el poeta no se quedó en este sin sabor de la vida. Él no se quedó en esa fatiga de fe, no se aguantó vivir con tanta falta de entusiasmo en su espiritualidad; hizo algo extraordinario: entró en la presencia de Dios. Leamos juntos el vv. 17: hasta que entré en el santuario de Dios; allí comprendí cuál será el destino de los malvados.  
Entrar a la presencia de Dios no es un asunto de asistir a un culto o de orar un par de ocasiones. Entrar a la presencia de Dios es una persistencia. Mejor dicho, no bastó entrar una vez, fue necesario seguir entrando, el verbo “entrar”, en esta frase del poema bíblico, también traduce al español frecuentar. Si lo traducimos con esta opción al español, quedaría así: “hasta que frecuentando el santuario de Dios; comprendí cuál será el destino de los malvados”. 

 

Vivimos en tiempos peligrosos.  

El peligro radica en el hecho de que nuestra fe, la fe cristiana, se nos agota, se cansa. Nos estamos inventando una manera de vivir con la fe sin entusiasmo. Lo que estamos viviendo hoy es una historia melancólica; porque, como bien escribió José Ortega y Gasset: “La fe viva se va desnutriendo, palideciendo, paralizándose, hasta que, por los motivos que fuere, esa fe viva se convierte claramente en fe cansada…”  

 

Sé que en la vida cristiana todos pasamos por escenarios existenciales que nos conducen, inevitablemente, hacia el valle tenebroso de la duda, de la fe cansada, del agotamiento espiritual. Sí, es legítimo. Es humano. Lo que no es legítimo ni natural ni humano es quedarnos así por mucho tiempo o por siempre. A pesar de una fe cansada, Asaf jamás se apartó del Señor.  

Se desanimó, sí. Pero permaneció. 

Se cansó su fe, sí. Pero perseveró. 

Se fatigó su espiritualidad, sí. Pero no se rindió. 

No dejó de entrar al santuario, a la casa de oración y seguir buscando a Dios. 

Recuerdo en este preciso momento las palabras de Amós: “buscadme y viviréis”.  
Asaf buscó al Señor y en la casa de oración encontró un oasis para revitalizar su fe.  

Desde entonces, Asaf dejó de envidiar. Dejó de poner su mirada en las cosas que adquieren los pecadores. Dejó de desear las riquezas de los malvados y dijo algo que rompe nuestros corazones ambiciosos (vv. 25): ¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra.  

Dios empezó a ser suficiente para su contentamiento.  

Dios empezó a ser suficiente para su alegría.  

Dios empezó a ser suficiente para su plenitud.  

Dejó de creer que su dicha estaba en poder tener las riquezas que tienen los pecadores; pero se dio cuenta que tenía algo más grande, más dador de gozo: ¡a Dios mismo! 
 

¿Qué si aguanta ser santo? 

¡Eh avemaría!  

¡Aguanta del todo! 


©2023 Ed. Ramírez Suaza

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...