martes, 8 de julio de 2025

LA SOCIEDAD DE LOS CRUELES II


Está llegando la época en que la honorabilidad es la excepción y la traición es la norma.
Mario Vargas Llosa

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi cómo una cantidad significativa de seres humanos arrojan por el excusado un tesoro invaluable: la fidelidad. Pareciera que alguna gente se hartó de ser leal, muchos de ellos sin haberlo sido alguna vez. La discapacidad para amar aumenta en tanto la capacidad de jugar al amor, al te quiero, a me importas y, como si fuese poco, con una o más personas, se vuelve moda, bacanería, divertido, testimonios a celebrar entre camaraderías a cuestas de mucho dolor ajeno. Las preguntas que surgieron desde el post pasado son: ¿tiene la infidelidad perdón de Dios? Y la respuesta es un inmenso y alegre ¡sí! En la cruz de Cristo hay perdón abundante para todo pecador. La segunda pregunta es, ¿se debe perdonar una infidelidad?

En la Biblia no existe un mandamiento que demande perdón matrimonial a una infidelidad. Siendo así la cosa, a esta pregunta tengo dos respuestas: 1. No debería. Bueno, los cristianos perdonamos toda ofensa y a todo ofensor. En el caso de infidelidad conyugal, perdonar es un deber, continuar el matrimonio es una decisión, no un deber. La infidelidad es una marca que jamás será borrada de un matrimonio, lidiar con esto es muy difícil. Además, la mayoría de los adúlteros son reincidentes en su pecado, por esta razón sugiero que, a partir de la segunda infidelidad, definitivamente no debe haber reconciliación conyugal. 


Una nota incómoda pero necesaria: algunas chicas, chicos están estableciendo relaciones afectivas con infieles ahora divorciados; si no le fue fiel a quien le prometió fidelidad ante Dios, si no le fue fiel a sus hijos, ¿cómo crees que le será fiel? Quienes recogen infieles para “rehacer vida”, ¡ya saben qué les espera! 


¿Hay que perdonar un adulterio? 2. No se debe pero sí se puede. Creo que sí se puede perdonar un adulterio. Es muy difícil pero sí es posible; eso sí, con las siguientes innegociables:

  • Se puede perdonar una infidelidad si la persona que falló se hace cargo de lo que hizo. 

El infiel tiene que hacerse responsable de sus actos. Sin culpar de nada a su cónyuge. Tiene que reparar el daño que hizo. ¿Cómo? Acompañando a su pareja en todo el proceso de sanidad. Tiene que estar firme, ahí, sufriendo su dolor, llorando su llanto, consolando su profunda tristeza, sanando su autoestima, devolviéndole su lugar, su honor, orando por él, por ella. Paciente con los altibajos de sus emociones, consciente de que el desequilibrio emocional de su pareja es su culpa. Aguantando cada vez que la ira revuelca el corazón del herido y supura todo su dolor. Tiene que estar presente en tanto sana el trauma que una infidelidad genera. Pagando las terapias de sanidad interior. Volviendo a temer al Señor, porque este es el principio para ser sabio y saber cómo acompañar su cónyuge herido/herida. 

  • Se puede perdonar una infidelidad si el infiel dice toda la verdad. 

Lo más peligroso en una confesión no es lo que se dice, es lo que se silencia. Si no dice la verdad no debe haber reconciliación conyugal. Si el traicionado se da cuenta de que el infiel miente, y miente y miente, debe, por su bien y el de sus hijos, negarse a procesos de reconciliación. Con un adúltero, además mentiroso, no ha de esperarse un buen futuro. Donde hay mentira no hay temor de Dios, no hay amor. Así duela el doble, el triple, así cueste todo, al infiel le corresponde decir toda la verdad. No digo que haya que dar detalles minuciosos de sus prácticas adúlteras, pero sí la verdad. Toda duda que tenga la persona herida, el infiel tiene que responder con absoluta verdad. 

  • Si decide reconciliarse, el infiel debe llegar a la alcoba con el resultado de exámenes de sangre, con los resultado de una ETS, para garantizar salud a su cónyuge. Muchas personas en este punto no hacen caso, quiera Dios no se lleven el susto más horrible de sus vidas.

  • Si quien padece la infidelidad considera que vale la pena rescatar su matrimonio y restaurar el vínculo, deben hacerlo juntos. Sanar las heridas, los traumas que deja una infidelidad debe ser un trabajo en equipo. No basta con decir: “ya le pedí perdón, ¿qué más quiere?”. “Deja de pensar en eso”. “Yo no lo volví hacer”. No. No. Hay que demostrar, hasta lo imposible, que está comprometido, comprometida con la sanidad de su cónyuge y debe ser contundente: decir dónde está. Responder con quién anda. Celular abierto todo el tiempo. Compasión cada que el cónyuge herido recae en sus miedos, inseguridades y dolor. Ir a terapia. Muchas parejas han superado el dolor, la marca, la muerte, el trauma que deja un adulterio, y reparado su vínculo conyugal haciéndolo más fuerte, renaciendo un nuevo matrimonio a partir de la ayuda terapéutica. Muchos matrimonios han sanado la infidelidad y salen de terapia más fortalecidos. Así, haciendo equipo lo pueden lograr. 


Este es un tema que nos debemos tomar muy en serio, desde políticas públicas hasta el quehacer pastoral de las iglesias. Muchos quebrantos en la salud mental de hoy, se padecen por los traumas que padecen centenares de personas a causa de la infidelidad, y la iglesia no es ajena a esta lamentable realidad. Nos corresponde huir de todo pecado sexual, y ser instrumentos de sanidad para tantos corazones partíos realmente. Dios nos conceda el ser íntegros con el don de sanidad. 


©2025  Ed. Ramírez Suaza


martes, 24 de junio de 2025

LA SOCIEDAD DE LOS CRUELES


 En ninguna cosa la infidelidad es más innoble y repugnante que en el amor. Sören A. Kierkegaard


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi la sociedad de los crueles: una tribu que ha decidido ser infiel a sus cónyuges, a sus parejas, porque amar no les es suficiente o peor aún, no pueden. La sociedad de los infieles cuenta con una membresía en aumento, pues son muchas las personas que deciden cada día traicionar esa confianza que un día, explícita o implícitamente, recibieron de alguien amante de su ser. Con desdén, cinismo, descaro, fuerza y burlas han posicionado todo un abanico de infidelidades en la cumbre de anti-valores aceptados, recomendados y aplaudidos en esta actualidad; y no bastándoles estos descaros, una vez sorprendidos en sus infidelidades tienden a victimizarse y excusar su culpa responsabilizando a otros, frecuentemente a sus parejas, pues pareciera ser que su mejor opción es tratar de justificar su propia maldad en los defectos de su pareja o supuestos vacíos emocionales, en lugar de reconocer sinceramente la porquería de persona en la que se han convertido. Una cosa que los adúlteros no tienen en cuenta es que su infidelidad es un acto de crueldad. El adulterio es maquiavélico, porque rompe con una ilusión que nace el día de las nupcias: ¡soy insustituible! Y cuando la noción de insustituible es arrasada por el adulterio golpea fuerte el alma, derriba la autoestima, destruye la valoración personal, quebranta la salud mental y extermina la paz interior. Queda encartao con un mar de inseguridades. “Toda su existencia se desmorona como si por su vida hubiera pasado un tsunami: «El hueco fue infinito, no tenía fondo, totalmente perdida, desubicada. Si lo pudiera explicar con palabras, lo haría, pero esa sensación es inexplicable. Te quieres morir y no hay muerte, quieres desaparecer y no desapareces, quieres dejar de existir y sigues existiendo.»”[1] El adulterio es tan oscuramente fuerte, que puede romper los lazos de un matrimonio siendo, además, la única razón por la que Jesús deja abierta la puerta para divorcio y un nuevo casamiento (Mateo 19,1-9). Todos necesitamos tomar conciencia de lo que estoy diciendo. Dentro del pueblo cristiano el adulterio tiene que parar. Una cosita más, no tenida muy en cuenta: si tiene hijos, también le es infiel a ellos. También es una burla, maltrato psicológico y emocional a ellos. Habitamos una sociedad moralmente irresponsable, no nos estamos haciendo cargo de nuestros actos, entonces cuando un hombre cae en adulterio, regularmente y con descaro, tiende a echar la culpa a la situación de su matrimonio; a una esposa frígida e indiferente; al desamor; a la falta de atención. En fin. Cuando una esposa cae en adulterio, descaradamente tiende a culpar a su esposo de su pecado: es que no me daba atención. Es que era poco afectivo. Es que era un esposo ausente. Es que no me complacía en la cama. Es que era áspero. Finalmente terminan diciendo: —Soy adúltero/a por culpa de mi cónyuge.— Culpar a un inocente por una porquería personal es crueldad. Los únicos responsables, absolutamente responsables de un adulterio son los adúlteros; más nadie. El adulterio siempre es un acto premeditado, planeado, fríamente calculado. Nunca el adulterio es un accidente. El adúltero tuvo tiempo y oportunidad para detenerse; para pedir ayuda; para orar; para escuchar al Señor; para hablarlo con su cónyuge; para confesarse y retirarse de los vínculos emocionales que le llevaban al pecado, pero prefirió continuar, el adulterio es una preferencia, desde ningún punto de vista tiene justificación. Ahora, ¿tiene el adulterio perdón de Dios? La respuesta es un inmenso y feliz ¡sí! Cuando de perdonar se trata, el Padre derrocha ternura, compasión, amor, afecto, misericordia, gracia, bondad, restauración, sanidad. ¡Dios es bueno! No hay pecado que en la cruz de Cristo no sea perdonado. Lo único que tiene que hacer un adúltero es ir a la cruz y gritar con un grito vagabundo, desgarrador, visceral: —¡Dios, sé propicio a mí que soy pecador!— Y será acogido con los brazos más poderosos del universo, experimentando el amor más grande, el perdón inmerecido y la reconciliación con su inmenso corazón. Dios no niega, jamás, perdón a un pecador arrepentido. Dentro de un vínculo matrimonial, ¿hay que perdonar un adulterio? Continuará…

©2025 Ed. Ramírez Suaza


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1. Jaramillo, P. (2014). Infidelidad. La búsqueda del placer y el encuentro con el dolor. Grijalbo. pág. 87



viernes, 13 de diciembre de 2024

LA SOCIEDAD DEL BESO



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su hijo. Vi el de un esposo poco expresivo sobre la boca de su doñita. Vi el beso apretujado de un niño sobre la nariz de su madre. Sentí el beso de un amigo como ñapa a un abrazo sincero. Envidié el beso apasionado que una jovencita le daba a su novio en el parque principal de mi pueblo, bajo el cielo azul de “Cielo Roto” (posdata: envidié el beso, no la jovencita). He sabido de besos traicioneros como el de Judas a mi Salvador Jesús, y de los besos infieles que sin escrúpulos son capaces de posar sobre muchas bocas como mariposas de flor en flor; y en la TV vi el beso vampírico. 


El beso es contacto, es poner piel sobre piel, el roce que se transforma en lenguaje capaz de suplantar las palabras y puede decir lo que se le ocurra, lo que quiera, lo que sea; porque sí, porque “los besos se pronuncian por sí solos.” (1) Es un  contacto divino como también puede ser un contacto luciferino: destructivo, devastador, hiriente, fatal. 

…un beso puede ser de amor, dulce, tierno, afectuoso, sabroso, voluptuoso, delicioso, maravilloso, encantador, ávido, enervante, ardiente, abrasador, exaltado, cálido, húmedo, lascivo, impúdico, casto, tímido, trémulo, furtivo, secreto, robado, clandestino, hechizante, rápido, vivo, prolongado, reiterado, frío, helado, forzado, pérfido, traidor, grosero, abrumador, repugnante, fétido, baboso, apasionado…, etc., etc. (2)


El beso es un don, un recurso para hacer contacto con alguien y, en el contacto, lograr su cometido. El beso bíblico se remonta a esa manifestación de afecto de los patriarcas a sus hijos; a esa visibilización de la sumisión de los esclavos a sus amos al besarle las manos; el de amantes, el de saludo entre amigos o familiares, en fin. En el Santo Cantar, el beso es un deseo, un anhelo de pasión: —¡Oh, si él me besara con besos de su boca!— En los refranes judíos, el beso es un trofeo para los prudentes y sensatos: —Besados serán los labios del que responde palabras rectas.— El beso poético no podría faltar, y menos con quienes se besan: la justicia y la paz. –La misericordia y la verdad se encontraron; La justicia y la paz se besaron.– En Jesús el beso es adoración y gracia. En el Evangelio según S. Lucas cap. ​​7.45, Jesús reclama un beso que no le dieron, estas fueron sus palabras: —No me diste beso; mas esta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.— Así entiende Pronzato el beso de la dama aquella: “Lágrimas, perfume, besos y un uso bastante insólito de los cabellos. Todo para expresar arrepentimiento, afecto, fe… La mujer pecadora no ha dudado en ofrecer a Jesús las paredes de un corazón que, a pesar de las miserias, ha conservado intacta la capacidad de abandonarse sin reservas a un amor más grande.” (3)


Uno de los mejores besos dados en la historia es el del Padre que con ternura, alegría y bondad recibe a su hijo pródigo, luego de que ese muchacho derrochara lo que correspondía a su herencia. De adinerado, gracias a su pésima administración, pasó a ser un pordiosero, un muerto de hambre -literal-. Ese hijo, en la inmunda, alcanzó a reflexionar en sus sentidas y traumáticas carencias, se atrevió a hablar consigo mismo diciendo: —en la casa de mi papá hay mucha comida y yo aquí muero de hambre… regreso a casa.— Dicho y hecho, regresó, y en el regreso su Padre salió a recibirlo, lo abrazó y lo besó. Algunos dicen: “lo cubrió de besos”. Un alma rota, para sanar, sólo hay que cubrirla con besos. Besos repetidos. Besos tiernos. El Padre “terapió” a su hijo con un abrazo inmenso, sostenido por una cantidad de besos curativos que le cubrieron por completo la vida, la herida, su pecado y al final, a punta de besos quedó sano. Así nos besa el Padre Dios. Decía S. Gregorio: Cristo es nuestro beso de Dios. Claro está, él lo dijo con sus propias palabras. 


Los labios que besan nos permiten dar o recibir el sentido del tacto en una expresión única, más que una simple presión de labios es unión profunda entre los besantes. Inclusive, existe una expresión de Dios en él: “Los sentidos son buenas acciones que cumplen con el poder divino en nuestro lugar, es decir, por ellos Dios amamanta la vida de cada uno, y entrega su alimento como conviene a cada cual que lo acepta.” (4)


La vida, las sociedades, las relaciones, las religiones, las políticas, la literatura, el cine, la imaginación, Lucifer, la muerte y Dios no pueden, jamás, ser concebidos sin el beso. No existimos sin besos. Ahora, es una lástima que el beso se nos esté reggaetoneando, se nos esté vulgarizando, pornografizando y las nuevas generaciones -por lo menos las reggaetoneras- no van a saber qué es un beso, ser bien besados, dar un beso. Corremos el riesgo de que Latinoamérica olvide el arte de besar. Que Dios nos enseñe a besar con el beso que sana, que da vida, que ofrenda amor, lealtad, encanto y un resto de deleites más; para así construir una sociedad del beso. 


©2024  Ed. Ramírez Suaza


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1. Gabriela Mistral. Poema: Besos. 2. Montandon, A. (2007). El beso: ¿Qué se esconde detrás de ese gesto cotidiano? Madrid, Ediciones Siruela. 3. A. Pronzato. Las parábolas de Jesús. (Salamanca: Sígueme, 2003): 32 4. Eva Reyes Gacitúa. “¡Que me bese con los besos de su boca!”. Teología y Vida XLVII, no. 2-3 (2006).

martes, 3 de diciembre de 2024

ANIVERSARIO EN EL TÁRTARO



Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi, como nunca antes, un año lleno del favor Dios: pude y puedo darle mejores trámites a mis traumas, a emociones tristes, fracasos existenciales y vértigos en la fe. Me pasó que el pecado hirió sin compasión mi casa y todos quedamos agonizando. Los miedos hicieron una pandilla, todos ellos rodearon mi corazón, lo intimidaron patológicamente. Las inseguridades colonizaron mis pasos. Y la vida, aunque giraba, se me estancó en lamentos. Experimenté en carne propia ser inquilino del Tártaro (el abismo más profundo del Hades), a la vez del Paraíso. Quedé atrapado en los “termales del más allá”. El choque térmico entre un infierno en vida, simultáneo a los abrazos del Padre celestial en un derroche de ternura. 


A causa del pecado devastador resulté al borde de la lengua viperina, de pie sí, pero sobre un solo pie y, como si esto fuera poco, con vértigos. Por meses parecía que mi vida dependía de lo que saliera de la boca serpentina que anhelaba mi destrucción: exageró mis faltas; aunque todas ellas graves y ciertas, en esa boca quedaron titánicas. Acomodó experiencias reales en conveniencia, fuera de contexto; quedé ante amigos, colegas, santos y otros como si fuese la encarnación del demonio. Las mentiras se apoderaron de la narrativa que dio cuenta del por qué yo estaba destruido, y ellas -las mentiras- terminaban de destruirme. No fueron mis pecados, a pesar de lo pecador que soy, los misiles que reventaron mi Edén desde sus entrañas, y a pesar de esto, me señalaron de culpable. Fue tan contundente la acusación que estuve tentado a creer, a aceptar una culpa de perversiones ajenas; de quien reposaba su vida en mi regazo, comía en mi plato y llegó a conocer a mi lado, por instantes, la felicidad. Su fuerza de maldad para empujarme al abismo, de repente, fue contrarrestada por un viento apacible, un viento como de Pentecostés que envolvía y envuelve mi ser, mis hijos, en equilibrios sobrenaturales.


Como pésimo inquilino temporal del Tártaro, no era para menos, me pudo el hecho de que se multiplicaran mis pecados a causa de la desesperación. Entonces, el sueño huyó de mí a la velocidad de la luz; las noches se hicieron colección de insomnios, esta colección se me convirtió en, involuntariamente, un escenario de recuerdos, imágenes tangibles de la perversidad que destruyó con fuerza soviética lo que fue mi huerto sagrado. Entonces lloré a torrentes, hasta más allá del cansancio. Fatigado de divagar por los sótanos del infierno (como diría la actriz y comediante colombiana, Alejandra Azcárate), alcé los ojos al cielo y vi que un séquito de ángeles me había rodeado en afecto, perdón, compasión, oración, evangelio y ternura. Así, trozos del cielo quedaron tendidos a mi camino.  Ellos me trajeron descanso. Por ellos resucité cantidad de veces, contemplé a Dios en mis oscuros caminos; voy encontrando una salida a laberintos de confusión, desesperanza y acusación. 


Hoy, que publico estas confidencias de mi alma, hace exactamente un año que la vida casi me mata de un golpe; mi ser quedó desparramado sobre el suelo en incontables tiestos. Hoy, un año después, soy un manojo de remiendos que el Omnipotente no deja morir, sobre el cual sigue soplando vida y al cual sigue hablando: —No tengas miedo. Yo te ayudo. 

El soplo de su poder vivificador y su voz proveedora de vida hace que mi ser responda en gratitudes sinceras, alabanzas sentidas, oraciones cristalinas y viscerales; pasos firmes en pos de la santidad alegre, porque el gozo del Señor es mi fortaleza y porque hasta aquí me ayuda Dios. Hoy que estoy de aniversario extrañamente nuevo, puedo asegurarte mi estimado lector que son muy ciertas las palabras de S. Pablo apóstol: —sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman.

Confío en Dios que también descubrirás belleza y esperanza en medio de tus padeceres.

¡Dios contigo!


©2024 Ed. Ramírez Suaza



jueves, 10 de agosto de 2023

¿AGUANTA SER SANTO?


En Medellín, Colombia, cuando algo vale la pena decimos: -¡aguanta! 
Cuando algo no vale la pena o no queremos o no nos gusta, decimos: -¡no, no aguanta! 

Ahora, paisamente pregunto: ¿aguanta ser santos? 

¿No te ha pasado que de repente piensas que la vida cristiana ya no aguanta?  

Estas preguntas nos las hemos hecho algunos y tal vez muchas veces.  

 

Asaf, quien fue un destacado poeta, músico y cantor israelita llegó a vacilar en su fe pensando que no valía la pena ser santo. Dijo así en el vv. 13 del Salmo 73: En verdad, ¿de qué me sirve mantener mi corazón limpio y mis manos lavadas en la inocencia, si todo el día me golpean y de mañana me castigan? El poeta no era capaz de comprender diosmente la contradicción de la vida, por eso se cuestionaba con estas palabras: ¿cómo es posible que a un pecador le vaya mejor en todo que a un santo? Y esto le terminó de fatigar la vida, dice así el vv. 16: Cuando traté de comprender todo esto, me resultó una carga insoportable.  

 

¿Qué fue lo insoportable?  

Preguntarán ustedes.  

El vv. 1 dice: En verdad, ¡cuán bueno es Dios con Israel, con los puros de corazón! 

¿Dios es bueno con los puros de corazón? 

Entonces por qué prosperan más los pecadores. 
Entonces por qué ellos tienen mejor salud. 

¿Dios es bueno con los puros de corazón? 
Entonces por qué ellos maldicen y blasfeman y nada les pasa. 

Entonces por qué la gente los admira más.  

Esto es lo insoportable: si Dios es bueno para con los puros de corazón, ¿por qué a los puros de corazón no les va tan bien en la vida? ¡¿Por qué?!  

Así, lidiando con lo insoportable en su corazón, dijo: Un poco más, y yo hubiera caído; mis pies casi resbalaron.  

 

¿Qué cansó la fe del poeta? 

No lo vas a creer, lo que cansó la fe de Asaf fue la envidia. Así lo dijo en los vv. 2 y 3: Por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes. Nosotros, como Asaf, también miramos a nuestro alrededor y despertamos algunas envidias, unas más grandes que otras, pero envidias al fin y al cabo, por apariencias que encontramos en el mundo.  

Envidiando no se pasa bueno. Cervantes puso en boca de Quijote estas palabras: “Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabias.” 

 

Afortunadamente el poeta no se quedó en este sin sabor de la vida. Él no se quedó en esa fatiga de fe, no se aguantó vivir con tanta falta de entusiasmo en su espiritualidad; hizo algo extraordinario: entró en la presencia de Dios. Leamos juntos el vv. 17: hasta que entré en el santuario de Dios; allí comprendí cuál será el destino de los malvados.  
Entrar a la presencia de Dios no es un asunto de asistir a un culto o de orar un par de ocasiones. Entrar a la presencia de Dios es una persistencia. Mejor dicho, no bastó entrar una vez, fue necesario seguir entrando, el verbo “entrar”, en esta frase del poema bíblico, también traduce al español frecuentar. Si lo traducimos con esta opción al español, quedaría así: “hasta que frecuentando el santuario de Dios; comprendí cuál será el destino de los malvados”. 

 

Vivimos en tiempos peligrosos.  

El peligro radica en el hecho de que nuestra fe, la fe cristiana, se nos agota, se cansa. Nos estamos inventando una manera de vivir con la fe sin entusiasmo. Lo que estamos viviendo hoy es una historia melancólica; porque, como bien escribió José Ortega y Gasset: “La fe viva se va desnutriendo, palideciendo, paralizándose, hasta que, por los motivos que fuere, esa fe viva se convierte claramente en fe cansada…”  

 

Sé que en la vida cristiana todos pasamos por escenarios existenciales que nos conducen, inevitablemente, hacia el valle tenebroso de la duda, de la fe cansada, del agotamiento espiritual. Sí, es legítimo. Es humano. Lo que no es legítimo ni natural ni humano es quedarnos así por mucho tiempo o por siempre. A pesar de una fe cansada, Asaf jamás se apartó del Señor.  

Se desanimó, sí. Pero permaneció. 

Se cansó su fe, sí. Pero perseveró. 

Se fatigó su espiritualidad, sí. Pero no se rindió. 

No dejó de entrar al santuario, a la casa de oración y seguir buscando a Dios. 

Recuerdo en este preciso momento las palabras de Amós: “buscadme y viviréis”.  
Asaf buscó al Señor y en la casa de oración encontró un oasis para revitalizar su fe.  

Desde entonces, Asaf dejó de envidiar. Dejó de poner su mirada en las cosas que adquieren los pecadores. Dejó de desear las riquezas de los malvados y dijo algo que rompe nuestros corazones ambiciosos (vv. 25): ¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra.  

Dios empezó a ser suficiente para su contentamiento.  

Dios empezó a ser suficiente para su alegría.  

Dios empezó a ser suficiente para su plenitud.  

Dejó de creer que su dicha estaba en poder tener las riquezas que tienen los pecadores; pero se dio cuenta que tenía algo más grande, más dador de gozo: ¡a Dios mismo! 
 

¿Qué si aguanta ser santo? 

¡Eh avemaría!  

¡Aguanta del todo! 


©2023 Ed. Ramírez Suaza

LA SOCIEDAD DE LOS CRUELES II

Está llegando la época en que la honorabilidad es la excepción y la traición es la norma. Mario Vargas Llosa Mirando yo por entre la celosía...