En ninguna cosa la infidelidad es más innoble y repugnante que en el amor. Sören A. Kierkegaard
Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi la sociedad de los crueles: una tribu que ha decidido ser infiel a sus cónyuges, a sus parejas, porque amar no les es suficiente o peor aún, no pueden. La sociedad de los infieles cuenta con una membresía en aumento, pues son muchas las personas que deciden cada día traicionar esa confianza que un día, explícita o implícitamente, recibieron de alguien amante de su ser. Con desdén, cinismo, descaro, fuerza y burlas han posicionado todo un abanico de infidelidades en la cumbre de anti-valores aceptados, recomendados y aplaudidos en esta actualidad; y no bastándoles estos descaros, una vez sorprendidos en sus infidelidades tienden a victimizarse y excusar su culpa responsabilizando a otros, frecuentemente a sus parejas, pues pareciera ser que su mejor opción es tratar de justificar su propia maldad en los defectos de su pareja o supuestos vacíos emocionales, en lugar de reconocer sinceramente la porquería de persona en la que se han convertido. Una cosa que los adúlteros no tienen en cuenta es que su infidelidad es un acto de crueldad. El adulterio es maquiavélico, porque rompe con una ilusión que nace el día de las nupcias: ¡soy insustituible! Y cuando la noción de insustituible es arrasada por el adulterio golpea fuerte el alma, derriba la autoestima, destruye la valoración personal, quebranta la salud mental y extermina la paz interior. Queda encartao con un mar de inseguridades. “Toda su existencia se desmorona como si por su vida hubiera pasado un tsunami: «El hueco fue infinito, no tenía fondo, totalmente perdida, desubicada. Si lo pudiera explicar con palabras, lo haría, pero esa sensación es inexplicable. Te quieres morir y no hay muerte, quieres desaparecer y no desapareces, quieres dejar de existir y sigues existiendo.»”[1] El adulterio es tan oscuramente fuerte, que puede romper los lazos de un matrimonio siendo, además, la única razón por la que Jesús deja abierta la puerta para divorcio y un nuevo casamiento (Mateo 19,1-9). Todos necesitamos tomar conciencia de lo que estoy diciendo. Dentro del pueblo cristiano el adulterio tiene que parar. Una cosita más, no tenida muy en cuenta: si tiene hijos, también le es infiel a ellos. También es una burla, maltrato psicológico y emocional a ellos. Habitamos una sociedad moralmente irresponsable, no nos estamos haciendo cargo de nuestros actos, entonces cuando un hombre cae en adulterio, regularmente y con descaro, tiende a echar la culpa a la situación de su matrimonio; a una esposa frígida e indiferente; al desamor; a la falta de atención. En fin. Cuando una esposa cae en adulterio, descaradamente tiende a culpar a su esposo de su pecado: es que no me daba atención. Es que era poco afectivo. Es que era un esposo ausente. Es que no me complacía en la cama. Es que era áspero. Finalmente terminan diciendo: —Soy adúltero/a por culpa de mi cónyuge.— Culpar a un inocente por una porquería personal es crueldad. Los únicos responsables, absolutamente responsables de un adulterio son los adúlteros; más nadie. El adulterio siempre es un acto premeditado, planeado, fríamente calculado. Nunca el adulterio es un accidente. El adúltero tuvo tiempo y oportunidad para detenerse; para pedir ayuda; para orar; para escuchar al Señor; para hablarlo con su cónyuge; para confesarse y retirarse de los vínculos emocionales que le llevaban al pecado, pero prefirió continuar, el adulterio es una preferencia, desde ningún punto de vista tiene justificación. Ahora, ¿tiene el adulterio perdón de Dios? La respuesta es un inmenso y feliz ¡sí! Cuando de perdonar se trata, el Padre derrocha ternura, compasión, amor, afecto, misericordia, gracia, bondad, restauración, sanidad. ¡Dios es bueno! No hay pecado que en la cruz de Cristo no sea perdonado. Lo único que tiene que hacer un adúltero es ir a la cruz y gritar con un grito vagabundo, desgarrador, visceral: —¡Dios, sé propicio a mí que soy pecador!— Y será acogido con los brazos más poderosos del universo, experimentando el amor más grande, el perdón inmerecido y la reconciliación con su inmenso corazón. Dios no niega, jamás, perdón a un pecador arrepentido. Dentro de un vínculo matrimonial, ¿hay que perdonar un adulterio? Continuará…
©2025 Ed. Ramírez Suaza
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1. Jaramillo, P. (2014). Infidelidad. La búsqueda del placer y el encuentro con el dolor. Grijalbo. pág. 87