Ahora, paisamente pregunto: ¿aguanta ser santos?
¿No te ha pasado que de repente piensas que la vida cristiana ya no aguanta?
Estas preguntas nos las hemos hecho algunos y tal vez muchas veces.
Asaf, quien fue un destacado poeta, músico y cantor israelita llegó a vacilar en su fe pensando que no valía la pena ser santo. Dijo así en el vv. 13 del Salmo 73: En verdad, ¿de qué me sirve mantener mi corazón limpio y mis manos lavadas en la inocencia, si todo el día me golpean y de mañana me castigan? El poeta no era capaz de comprender diosmente la contradicción de la vida, por eso se cuestionaba con estas palabras: ¿cómo es posible que a un pecador le vaya mejor en todo que a un santo? Y esto le terminó de fatigar la vida, dice así el vv. 16: Cuando traté de comprender todo esto, me resultó una carga insoportable.
¿Qué fue lo insoportable?
Preguntarán ustedes.
El vv. 1 dice: En verdad, ¡cuán bueno es Dios con Israel, con los puros de corazón!
¿Dios es bueno con los puros de corazón?
Entonces por qué prosperan más los pecadores.
Entonces por qué ellos tienen mejor salud.
¿Dios es bueno con los puros de corazón?
Entonces por qué ellos maldicen y blasfeman y nada les pasa.
Entonces por qué la gente los admira más.
Esto es lo insoportable: si Dios es bueno para con los puros de corazón, ¿por qué a los puros de corazón no les va tan bien en la vida? ¡¿Por qué?!
Así, lidiando con lo insoportable en su corazón, dijo: Un poco más, y yo hubiera caído; mis pies casi resbalaron.
¿Qué cansó la fe del poeta?
No lo vas a creer, lo que cansó la fe de Asaf fue la envidia. Así lo dijo en los vv. 2 y 3: Por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes. Nosotros, como Asaf, también miramos a nuestro alrededor y despertamos algunas envidias, unas más grandes que otras, pero envidias al fin y al cabo, por apariencias que encontramos en el mundo.
Envidiando no se pasa bueno. Cervantes puso en boca de Quijote estas palabras: “Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabias.”
Afortunadamente el poeta no se quedó en este sin sabor de la vida. Él no se quedó en esa fatiga de fe, no se aguantó vivir con tanta falta de entusiasmo en su espiritualidad; hizo algo extraordinario: entró en la presencia de Dios. Leamos juntos el vv. 17: hasta que entré en el santuario de Dios; allí comprendí cuál será el destino de los malvados.
Entrar a la presencia de Dios no es un asunto de asistir a un culto o de orar un par de ocasiones. Entrar a la presencia de Dios es una persistencia. Mejor dicho, no bastó entrar una vez, fue necesario seguir entrando, el verbo “entrar”, en esta frase del poema bíblico, también traduce al español “frecuentar”. Si lo traducimos con esta opción al español, quedaría así: “hasta que frecuentando el santuario de Dios; comprendí cuál será el destino de los malvados”.
Vivimos en tiempos peligrosos.
El peligro radica en el hecho de que nuestra fe, la fe cristiana, se nos agota, se cansa. Nos estamos inventando una manera de vivir con la fe sin entusiasmo. Lo que estamos viviendo hoy es una historia melancólica; porque, como bien escribió José Ortega y Gasset: “La fe viva se va desnutriendo, palideciendo, paralizándose, hasta que, por los motivos que fuere, esa fe viva se convierte claramente en fe cansada…”
Sé que en la vida cristiana todos pasamos por escenarios existenciales que nos conducen, inevitablemente, hacia el valle tenebroso de la duda, de la fe cansada, del agotamiento espiritual. Sí, es legítimo. Es humano. Lo que no es legítimo ni natural ni humano es quedarnos así por mucho tiempo o por siempre. A pesar de una fe cansada, Asaf jamás se apartó del Señor.
Se desanimó, sí. Pero permaneció.
Se cansó su fe, sí. Pero perseveró.
Se fatigó su espiritualidad, sí. Pero no se rindió.
No dejó de entrar al santuario, a la casa de oración y seguir buscando a Dios.
Recuerdo en este preciso momento las palabras de Amós: “buscadme y viviréis”.
Asaf buscó al Señor y en la casa de oración encontró un oasis para revitalizar su fe.
Desde entonces, Asaf dejó de envidiar. Dejó de poner su mirada en las cosas que adquieren los pecadores. Dejó de desear las riquezas de los malvados y dijo algo que rompe nuestros corazones ambiciosos (vv. 25): ¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra.
Dios empezó a ser suficiente para su contentamiento.
Dios empezó a ser suficiente para su alegría.
Dios empezó a ser suficiente para su plenitud.
Dejó de creer que su dicha estaba en poder tener las riquezas que tienen los pecadores; pero se dio cuenta que tenía algo más grande, más dador de gozo: ¡a Dios mismo!
¿Qué si aguanta ser santo?
¡Eh avemaría!
¡Aguanta del todo!
©2023 Ed. Ramírez Suaza