miércoles, 14 de febrero de 2018

LOS PRIMEROS AUXILIOS Y LA FE



La oración del justo puede mucho.
Santiago (Biblia).


Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi una práctica hermosa entre cristianos muy digna de reconocimiento, necesitada además de exponer a conocimiento público sus maravillosos beneficios: la unción y oración por los enfermos. Los creyentes que aún hacen ejercicio de esta virtud se fundamentan en la fascinante carta de Santiago capítulo 5.14-15 que dice:

¿Hay entre ustedes algún enfermo? Que se llame a los ancianos de la iglesia, para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo, y el Señor lo levantará de su lecho. Si acaso ha pecado, sus pecados le serán perdonados.

Un número significativo de cristianos latinoamericanos en la praxis de esta cita bíblica consiguen un frasquito con aceite -preferiblemente de olivas- a fin de untar un poco en la frente de los enfermos para luego orar con fe a favor de ellos. Por mí han orado así, y vaya usted a saber: ¡funciona! Como yo, existen decenas de personas que pueden dar testimonio de lo mismo. La piedad en este ritual pierde su propósito cuando, entre otras, se unge automóviles, motocicletas, aviones, una ciudad desde un helicóptero, prendas de vestir, billetes, en fin.

Hay una pregunta que puede conducirnos a reconciliaciones muy preciadas con la fe, la práctica de oración por los enfermos y la salud: ¿qué quiso decir -en realidad- Santiago cuando escribió: “unjan con aceite”?
“...unjan con aceite” es una frase por entenderse en la totalidad del contenido y de significados de la carta escrita por Santiago.

“La Carta de Santiago es un documento de género sapiencial-profético, escrito para comunidades que viven lejos de su tierra, su cultura. Se trata de comunidades compuestas por migrantes que viven en una sociedad hostil y a la vez seductora.”[1] Comunidades sufrientes, precisando vivir diosmente entre las calamidades que originó la hostilidad greco-romana contra los cristianos, judíos o no, porque éstos no rendían culto al César.[2]
Las crisis afectaron las finanzas de los errantes que tanto preocuparon a Santiago, quien a estos hermanos inmersos en sufrimientos animó, de manera sapiencial, a sostener su confianza en el Señor Jesucristo. Las limitaciones económicas fueron para aquel entonces lamentables. Lamentable también las múltiples enfermedades que llenaron de zozobras sus vidas, sus familias, su hermandad en Cristo.

¿Qué hacer -desde el destierro- cuando alguien se enferma?
Santiago animó a los miembros de las comunidades migrantes a llamar los ancianos de la iglesia cuando enfermaban para que les aplicaran aceite, oraran y así sanar. Con esta sabia exhortación, Santiago descarga sobre los hombros de las comunidades una responsabilidad terapéutica-orante muy preciosa, además efectiva: usar el aceite y la oración como recurso medicinal. En las Escrituras es muy evidente el uso del aceite como ungüento curativo que Santiago no ignora (Is. 1.6; Lc. 10.34; Ap. 3.18), en su razón de saber instruye las comunidades cristianas a ungir los enfermos porque conoce las propiedades medicinales del aceite. “Ungir a los enfermos” equivale a nuestra actualidad algo así como “primeros auxilios”. Santiago establece que los enfermos llamen a los ancianos de la iglesia para recibir de ellos alguna atención medicinal básica, luego ser acompañados en oración. Los recursos médicos se aplican en oración creyente, convencidos de la intervención divina a favor del enfermo. Es decir, la confianza reposa en el Señor; no en la medicina. La sanidad, esto es contundente, la da Dios.

Una añadidura sorprendente en esta oración terapéutica es el perdón de los pecados. Es decir, la aplicación de las medicinas básicas más la oración con fe no sólo alcanzaría para la sanidad de quien se enfermaba; también para que todos los pecados le fuesen perdonados. ¿Y esto cómo puede ser? Santiago mismo no deja de sorprender a sus lectores, “La oración del justo es muy poderosa y efectiva” (Santiago 5.16).

Si en algún momento llega usted a enfermar, no demore en llamar los ancianos de la iglesia para que, en tanto le aplican medicamentos oren a su favor; así sólo corre el buen riesgo de sanar y de que sus pecados le sean perdonados. Igualmente, cuando se entere que algún hermano en la fe enferma, ve y ora por él con fe en tanto sigue las recomendaciones médicas para que sane y los pecados le sean perdonados.
Recuerda: ¡la oración del justo puede mucho!


©2018 Ed. Ramírez Suaza 


[1] Elsa Tamez. Santiago, una carta circular para migrantes.  Anatéllei: se levanta, ISSN 1850-4671, Año 13, Nº. 26, 2011 p. 23-32
[2] Ibid

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