jueves, 29 de diciembre de 2016

Carta abierta a mí mismo

Hablo mucho de mí, porque soy el hombre que tengo más a mano.
Miguel de Unamuno


Apreciado Yo,
Reciba un cordial y afectuoso saludo.

Por estos días me he estado preguntando: -si pudiera decir algo a mí mismo en público, ¿qué me diría?

Respuesta.
Amigo, valga la pena aceptar que nada ha resultado fácil durante los últimos 12 meses, ¡afortunadamente! Bailar el vals de la vida entre el compás amalgamado por pequeños triunfos e inmensas derrotas resulta fascinante; qué monótona sería la existencia con todos los días del mismo color. En este caso, no olvide estas palabras: “Cuando te vaya bien, disfruta ese bienestar; pero cuando te vaya mal, ponte a pensar que lo uno y lo otro son cosa de Dios, y que el hombre nunca sabe lo que ha de traerle el futuro.[1]

Hermano, acepta con humildad el fruto de sus acciones y palabras. De todo lo dicho y de todo lo hecho, la vida siempre nos pasa factura. Ud. mismo -y otros- gozamos de habilidad para ver la mancha pequeña en el blanco telón. Bueno, no nos engañemos, las manchas sobre el blanco telón. En tanto aprenda nuevas habilidades, le sugiero pasar por la única puerta de salida a esta desdicha: el perdón. Empiece por perdonarse a sí mismo. Esto es complejo, pues ofensor y víctima son la misma persona, además, aunque parezca que tienes “el derecho al resentimiento y a no perdonar... aun así decide hacerlo y supera el resentimiento.”[2]

Amigo, “Ser capaz de perdonar es un regalo para uno mismo. No solo beneficia a la persona perdonada sino también a la que perdona.”[3] En este caso, serás doblemente beneficiado. Ten cuidado de no proceder con falso perdón, “aquel en el que el sujeto excusa su conducta incorrecta, es ciego a la necesidad de cambio y se absuelve sin necesidad de reparación o castigo”.[4] Procede como aprendes de Cristo día a día. Entre otras, esto es definitivamente amar. Mantén presente las palabras de S. Agustín: “Ama, luego haz lo que quieras”.

Si tienes la necesidad de perdonar a alguien, hazlo sin reparos. Si tienes necesidad de pedir perdón -pues de esto sí estoy muy seguro- no aplaces más el privilegio de hacerlo.

Querido Yo, recupera la maravilla perdida frente a las pequeñas cosas que dignifican, engrandecen la vida. Por suerte, o mejor dicho: por diosidad, no todo le ha quedado mal hecho ni mal dicho. Toma una copa de vino, de ese dulce como te gusta. Siéntese en aquel nuevo lugar favorito mientras sonríe en complicidad con el Creador. Pues por pequeños momentos así es que la vida sigue siendo vida. Haga como hizo el admirado S. Pablo: “olvido el pasado y fijo la mirada en lo que tengo por delante.[5]

Entiendo que últimamente vienes comprendiendo la vida como un misterio de gracia divina, donde el placer es una meta honrosa. Piensas que todos deberían vivir en dirección a él. Intuyo que para Ud. placer es, como dice Daniel Yankelovitch, la búsqueda de la autosatisfacción en un mundo al revés.[6] Pues las nuevas tendencias humanas, por lo menos en occidente, se rehusan negarse cualquier deseo, no por un apetito desmesurado sino por un extraño principio moralista: “Tengo un deber para conmigo mismo.”[7] Ya que esta es una carta abierta, aclaremos que no es un deber egoísta; es humano. Aclaremos también que todo placer humano parte de la razón principal por la que fuimos creados: conocer a Dios y disfrutar de él por siempre;[8]  no de la auto-gratificación que le hace esclavo de sus impulsos pecaminosos; deshumanizante además.[9]
La vida es placentera cuando el deleite existencial se basa en la felicidad de Dios.

Otras muchas cosas las diré cuando estemos “cara a cara”, si se arriesga a nuevamente mirarse en el espejo. Pero atiende estas últimas palabras: no deje de esforzarse y sé valiente. Puedo comprender las muchas veces que caes en el pozo del sin sentido. Cuando la pregunta inevitable aparece, ¿qué gana la gente con tanto esfuerzo y preocupación en esta vida?[10] Pues mucho. Con esfuerzos es que aprendemos, crecemos, maduramos, logramos, equivocamos, nos humanizamos… y por fin, nos alegramos.
¡Esfuérzate y sé valiente!

Ser cobarde también es un motivo de orgullo para ti -a veces-, pero aprende a discernir cuándo no serlo. Sé que muchas batallas se ganan huyendo (pequeñas cobardías); pero en muchas otras hay que dar la pelea. También sé que no sabes pelear, pero es un arte por aprender. Pues, “Se pelea cuando se dice la verdad… Se pelea cuando se atrae los ánimos hostiles por la demostración de la unidad donde sospechan el desorden, de la cordura donde sospechan la impaciencia, de la cordialidad donde sospechan la enemistad, de la virtud donde se propalaba que no había más que vicio y crimen”.[11] Espero que aprendas y puedas decir en algunos días: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.[12]

Faltando tanto por decir,
Edison Ramírez Suaza




[1] Eclesiastés 7.14 (DHH)
[2] María Prieto-Ursúa y Ignacio Echegoyen. ¿PERDÓN A UNO MISMO, AUTOACEPTACIÓN O RESTAURACIÓN INTRAPERSONAL? CUESTIONES ABIERTAS EN PSICOLOGÍA DEL PERDÓN.
Papeles del Psicólogo, vol. 36, núm. 3, septiembre-diciembre, 2015, pp. 230-237
[3] Isabel S. Larraburu. Perdonar, Un Regalo Para Uno Mismo.
http://www.isabel-larraburu.com/articulos/inteligencia-emocional/198-perdonar-nunca-olvidar-2.html?lang=
[4] Ibid
[5] Filipenses 3.13 (NTV)
[6] Daniel Yankelovitch. New rules: searching for self-fulfillment in a world turned upside down.
[7] Yankelovitch, en John Piper. Deseando a Dios.
http://www.iglesiareformada.com/Piper.pdf
[8] Catecismo menor Westminster
https://reformadoreformandome.files.wordpress.com/2009/02/catesismo-menor-de-westminster.pdf
[9] Yankelovitch, en John Piper. Deseando a Dios.
http://www.iglesiareformada.com/Piper.pdf
[10] Eclesiastés 2.22
[11] José Martí. El Arte de Pelear.
http://www.escribirte.com/textos/583/el-arte-de-pelear.htm
[12] 2 Timoteo 4.7 (RVC)

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