Hablo
mucho de mí, porque soy el hombre que tengo más a mano.
Miguel de Unamuno
Reciba un cordial y afectuoso saludo.
Por estos días me he estado
preguntando: -si pudiera decir algo a mí mismo en público, ¿qué me diría?
Respuesta.
Amigo, valga la pena aceptar que nada
ha resultado fácil durante los últimos 12 meses, ¡afortunadamente! Bailar el
vals de la vida entre el compás amalgamado por pequeños triunfos e inmensas
derrotas resulta fascinante; qué monótona sería la existencia con todos los
días del mismo color. En este caso, no olvide estas palabras: “Cuando te vaya bien, disfruta ese bienestar; pero
cuando te vaya mal, ponte a pensar que lo uno y lo otro son cosa de Dios, y que
el hombre nunca sabe lo que ha de traerle el futuro.”[1]
Hermano, acepta con humildad el fruto
de sus acciones y palabras. De todo lo dicho y de todo lo hecho, la vida
siempre nos pasa factura. Ud. mismo -y otros- gozamos de habilidad para ver la
mancha pequeña en el blanco telón. Bueno, no nos engañemos, las manchas sobre
el blanco telón. En tanto aprenda nuevas habilidades, le sugiero pasar por la
única puerta de salida a esta desdicha: el perdón. Empiece por perdonarse a sí
mismo. Esto es complejo, pues ofensor y víctima son la misma persona, además, aunque
parezca que tienes “el derecho al resentimiento y a no perdonar... aun así
decide hacerlo y supera el resentimiento.”[2]
Amigo, “Ser capaz de perdonar es un
regalo para uno mismo. No solo beneficia a la persona perdonada sino también a
la que perdona.”[3] En
este caso, serás doblemente beneficiado. Ten cuidado de no proceder con falso
perdón, “aquel en el que el sujeto excusa su conducta incorrecta, es ciego a la
necesidad de cambio y se absuelve sin necesidad de reparación o castigo”.[4] Procede como aprendes
de Cristo día a día. Entre otras, esto es definitivamente amar. Mantén presente
las palabras de S. Agustín: “Ama, luego haz lo que quieras”.
Si tienes la necesidad de perdonar a
alguien, hazlo sin reparos. Si tienes necesidad de pedir perdón -pues de esto
sí estoy muy seguro- no aplaces más el privilegio de hacerlo.
Querido Yo, recupera la maravilla
perdida frente a las pequeñas cosas que dignifican, engrandecen la vida. Por
suerte, o mejor dicho: por diosidad, no todo le ha quedado mal hecho
ni mal dicho. Toma una copa de vino, de ese dulce como te gusta. Siéntese en
aquel nuevo lugar favorito mientras sonríe en complicidad con el Creador. Pues
por pequeños momentos así es que la vida sigue siendo vida. Haga como hizo el
admirado S. Pablo: “olvido el pasado y fijo la
mirada en lo que tengo por delante.”[5]
Entiendo que últimamente vienes
comprendiendo la vida como un misterio de gracia divina, donde el placer es una
meta honrosa. Piensas que todos deberían vivir en dirección a él. Intuyo que
para Ud. placer es, como dice Daniel Yankelovitch, la búsqueda de la
autosatisfacción en un mundo al revés.[6] Pues las nuevas
tendencias humanas, por lo menos en occidente, se rehusan negarse cualquier
deseo, no por un apetito desmesurado sino por un extraño principio moralista:
“Tengo un deber para conmigo mismo.”[7] Ya que esta es una
carta abierta, aclaremos que no es un deber egoísta; es humano. Aclaremos
también que todo placer humano parte de la razón principal por la que fuimos
creados: conocer a Dios y disfrutar de él por siempre;[8] no de la
auto-gratificación que le hace esclavo de sus impulsos pecaminosos; deshumanizante
además.[9]
La vida es placentera cuando el deleite
existencial se basa en la felicidad de Dios.
Otras muchas cosas las diré cuando
estemos “cara a cara”, si se arriesga a nuevamente mirarse en el espejo. Pero
atiende estas últimas palabras: no deje de esforzarse y sé valiente. Puedo
comprender las muchas veces que caes en el pozo del sin sentido. Cuando la
pregunta inevitable aparece, ¿qué gana la
gente con tanto esfuerzo y preocupación en esta vida?[10] Pues
mucho. Con esfuerzos es que aprendemos, crecemos, maduramos, logramos,
equivocamos, nos humanizamos… y por fin, nos alegramos.
¡Esfuérzate y sé valiente!
Ser cobarde también es un motivo de
orgullo para ti -a veces-, pero aprende a discernir cuándo no serlo. Sé que
muchas batallas se ganan huyendo (pequeñas cobardías); pero en muchas otras hay
que dar la pelea. También sé que no sabes pelear, pero es un arte por aprender.
Pues, “Se pelea cuando se dice la verdad… Se pelea cuando se atrae los ánimos
hostiles por la demostración de la unidad donde sospechan el desorden, de la
cordura donde sospechan la impaciencia, de la cordialidad donde sospechan la
enemistad, de la virtud donde se propalaba que no había más que vicio y
crimen”.[11] Espero
que aprendas y puedas decir en algunos días: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.”[12]
Faltando tanto por decir,
Edison Ramírez Suaza
[1] Eclesiastés 7.14 (DHH)
[2] María Prieto-Ursúa y Ignacio Echegoyen. ¿PERDÓN A
UNO MISMO, AUTOACEPTACIÓN O RESTAURACIÓN INTRAPERSONAL? CUESTIONES ABIERTAS EN
PSICOLOGÍA DEL PERDÓN.
Papeles del Psicólogo, vol. 36, núm. 3, septiembre-diciembre,
2015, pp. 230-237
[3] Isabel S. Larraburu. Perdonar, Un Regalo Para Uno
Mismo.
http://www.isabel-larraburu.com/articulos/inteligencia-emocional/198-perdonar-nunca-olvidar-2.html?lang=
[4] Ibid
[5] Filipenses 3.13 (NTV)
[6] Daniel Yankelovitch. New rules: searching for
self-fulfillment in a world turned upside down.
[7] Yankelovitch, en John Piper. Deseando a Dios.
http://www.iglesiareformada.com/Piper.pdf
[8] Catecismo menor Westminster
https://reformadoreformandome.files.wordpress.com/2009/02/catesismo-menor-de-westminster.pdf
[9] Yankelovitch, en John Piper. Deseando a Dios.
http://www.iglesiareformada.com/Piper.pdf
[10] Eclesiastés 2.22
[11] José Martí. El Arte de Pelear.
http://www.escribirte.com/textos/583/el-arte-de-pelear.htm
[12] 2 Timoteo 4.7 (RVC)