PASTORES SIN
CORBATA
la apuesta cristiana por el delantal
Mirando yo por
entre la celosía de la ventana de mi casa vi pastores sin corbata, sin trajes
ni zapatos de charol. Pastores de aquellos que parecieran estar en vía de
extinción. Pero afortunadamente los vi: sus ojos llenos de humildad y
misericordia. Sus manos abiertas en toda la disposición sincera para servir.
Sus pies hermoseados con el peregrinaje al anunciar el evangelio y al acompañar
a otros en la experiencia de Dios. Sus corazones ensanchados de amor por las
gentes sin discriminaciones algunas. Sus sonrisas triunfando sobre los
sufrimientos delatados en oración. Sus franquezas prudentes, sus bolsillos sin
avaricias. Sus plegarias constantes, sus homilías responsables, sus lealtades
intactas, sus ambiciones puras, sus palabras vivas.
Sus nombres no aparecen
en las revistas de la nauseante farándula evangélica. Sus predicaciones no son
televisadas ni sus escritos cuentan junto a los éxitos de Gabo. Pero la
integridad de estas personas alcanza hasta los ojos de los cielos, con eso les
basta. No se postran ante las modas emergentes de doctrinas neo-pentecostales
ni ante los delirios de títulos que delatan egos, codicias, orgullos y
ausencias de virtud. No están a la venta ni hacen del evangelio una cueva de
ladrones. No industrializan el ministerio ni comercializan la gracia. De gracia
reciben; de gracia dan.
Son jesuanos, si
lo prefiere, cristianos. Su única meta es ser como Jesús. Su anhelo más sincero
es pastorear como el Buen Pastor. Su propósito innegociable es apacentar la
grey de Dios llenos de voluntariedad, servicio, ejemplo, sinceridad,
contentamiento, obediencia, compasión y verdad.
Son mansos y
humildes de corazón. Evidencian una vida en total dependencia de su Creador.
Abordan a sus prójimos con el sabor del evangelio. Abren sus brazos al marginado,
al pobre, al desamparado, al necesitado, al olvidado para brindarles lo que
esté a su alcance y hasta lo imposible. Oran por todos. No se avergüenzan del
evangelio porque saben que es poder de Dios para salvación de muchos. Toman su
cruz para seguir a Cristo con gratitud y honor. Viven por la fe. Caminan
siempre la otra milla buscando un alma más por invitar a la mesa de Dios. Ponen
la otra mejilla ante las burlas, maltratos, entre otros, por causa del Reino de
los cielos. Entregan la vida con agallas para que esta tierra empiece a
parecerse al cielo.
Especialistas se
han vuelto en emular a Jesús. Tienen la mente de Cristo y su única gloria es
esta esperanza: un día (¡cuánto anhelo ese día!) aparecerá el príncipe de los
pastores y les dará una corona incorruptible; aunque nunca ciñeron sobre sus
cuellos una corbata, porque se pusieron un delantal sobre la cintura… como
Jesús.
©2015 Ed. Ramírez Suaza