jueves, 2 de octubre de 2014

UNPLUGGED

UNPLUGGED
la vida que nos merecemos

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi gentes desquiciadamente adictas a los smartphone. Conectadas, no sé si exageración será decir “todo el tiempo”, a estas tecnologías portátiles. Quizá en redes sociales, en páginas de chat, en You Tube, en Instagram y otros. La idiosincrasia pareciera ser: “me conecto, luego existo”. Los vi con la mirada atada a las pequeñas pantallas privándose de la maravilla de quienes pueden tener su mentón alto y contemplar los cielos, la tierra, el árbol, el ave, la flor, el suelo, el prójimo, el amigo, el hermano, el amor… la vida.

Atados los ojos con una cadena invisible a estos conectores portátiles y con la felicidad ignorada, marchan con nosotros, los desconectados, en mundos paralelos. Unos con los pies en la realidad y otros con pies reales en la virtualidad. Quizá porque con este recurso, los conectados, se sienten al encuentro con la inmediatez, en donde “no hay lugar para la espera ni la imaginación, basta con oprimir una tecla y se tiene amigos, amores, objetos y sexo; la internet y su contenido a liberado al ser humano de exponerse ante el otro de carne y hueso; con la pantalla en frente se vela la realidad propia para mostrar una ficticia, una que le favorezca más y le libere de la angustia de saberse mirado, tocado, cuestionado.”[1]

“¿Qué hace un adicto a la pantalla tele-informatizada (el mundo fashion de los Twitter y los Facebook) en su tiempo libre?  
¡Consume!

Consume espectáculos, consume cultura, consume alienación informatizada, consume casamientos y divorcios pagos, consume ideas "fashion", consume vacaciones guiadas, consume ídolos faranduleros convertidos en estereotipos sociales de los jóvenes, consume individualismo existencial, consume teorías y discursos que ocultan el origen de la riqueza y la pobreza, consume información que tapa la explicación de porqué tres mil millones de seres humanos viven en la pobreza o en la indigencia extrema, consume el espectáculo de la riqueza (de la minoría) que vive por los miles de millones que no consumen,...”[2]

Yo prefiero la vida desconectada y la he llamado “vida unplugged”. Sí. Es la vida que se abre al tacto humano, a las carcajadas en camaradería,  al cafesito con la mirada embelesada en el amanecer o atardecer o la belleza de mi mujer. Prefiero jugar fútbol, así sólo sea para patear a mis amigos y desquitarme de sus pesadas bromas. Prefiero el asaito con carbón, dejar tiznadas las manos de tanta fraternidad mientras sonreímos a la sombra de los recuerdos. Prefiero hablar en persona, sobre todo con Dios: doblar mis rodillas en el frío suelo y orar el Padre Nuestro con todo el corazón, y por qué no, con mis propias palabras. Prefiero salivar mi índice derecho para pasar las páginas de un libro que aporte placer a mi mente. Prefiero posar mis labios sobre los de mi doñita y sobre las mejillas de mis hijos a mandar un toque por facebook. Prefiero hacer de mis manos un cultivo de bacterias saludando a todo mundo mientras pregunto, -¿qué hay de la vida?- a mandar caritas por e-mail. Prefiero ir hasta el necesitado a brindarle pan que publicar fotos de necesitados y no hacer nada.

Prefiero todavía la vida unplugged.
Mejor dicho, prefiero la felicidad.


 ©2014 Ed. Ramírez Suaza




[1] Gloria Lucía Sierra A. Me Conecto… Luego Existo: de los efectos de la cibercultura  en la subjetividad, la educación y la familia, p.18
[2] Manuel  Freytas. http://www.iarnoticias.com/2010/secciones/contrainformacion/0010_gran_hermano_controla_29en2010.html
25/09/2014

LA SOCIEDAD DEL BESO

Mirando yo por entre la celosía de la ventana de mi casa, vi besos. ¡Qué belleza! Vi el beso de un padre bien chantao sobre la mejilla de su...