Atrevidos Con Éxito
no apto para menores de edad ni casados
Mirando yo por entre la celosía de la
ventana de mi casa, vi un armadillo afanado por encontrar lo que muchos
llamarían “su media naranja”. Él, carecía de todos los bienes necesarios para
conquistar esa armadilla, según él, su alma gemela. En su afán, ni tiene idea
de la hembra a quien daría su vida sin reservas; sólo tiene un libro sagrado en
su guarida y una lupa empolvada reposando encima del texto, que si no fuera por
su fama de buen lector, uno creería que se trata de un adorno particular.
Abrió su texto sagrado en el capítulo
octavo una noche de verano, y se topó con una historia extraordinaria de amor,
casi celeste, que le dotó de bellos insumos en la búsqueda del verdadero amor.
Desde el principio me pregunté, ¿de qué
trata el capítulo octavo del sagrado libro de los armadillos? Fue una
curiosidad casi maligna, porque ni me permitía conciliar el sueño. Tomé la
decisión entonces de buscar hasta descubrir su contenido. A los seis meses adquiero una copia del manuscrito
original de ese texto, traducirlo fue fácil, claro, no para mí, sino para los
especialistas en lengua y caligrafía zoológica, que “en par patadas” me
hicieron el favor. ¡Vaya sorpresa! al comprender que el octavo capítulo del
texto sagrado es casi exacto, en su contenido, a lo que corresponde al octavo
libro de nuestras biblias, precisamente su tercer capítulo. Recuerda, de allí
el armadillo recogió insumos en la búsqueda del verdadero amor.
En su guarida, el armadillo se prepara
unos gusanos al ajillo y al lado una lata de gaseosa
negra que había encontrado tirada a orilla del camino humano. Limpia con maña
su empañada lupa y mientras mastica lee. De repente su interior grita: tengo
que asegurarme de qué es lo que quiero. La
lectura reflexiva lo invitó a pensar seriamente en lo que realmente desea:
-¿quiero contraer nupcias de verdad? ¿me gusta la soltería?-
Pensó por largos minutos si era un armadillo que disfruta las libertades, el
relacionarse fascinante y profundamente con sus amigos. Se tomó en serio el
ponerse de acuerdo consigo mismo si deseaba conservar su estilo de vida, porque
hacer vida conyugal le implica renunciar a muchas libertades para expresar su
libertad de en otro lenguaje, en el lenguaje del amor comprometido con el otro.
Así que con cierta demencia se le escapan las primeras apreciaciones previas al matrimonio por el susurro de sus labios: -primero, que experimento una soledad profunda y necesito una
conexión vital con alguien del sexo opuesto. Segundo, que no tengo el don de
continencia. Como diría un santo sabio, “siente que se está quemando”. Aunque
para el texto sagrado es una razón legítima, no debe ser la principal. Tercero,
debo estar seguro que ya es el tiempo oportuno para tal compromiso casi
eterno-.
Retomó con ánimo alegre la lectura, y se
le zafó jubilosamente el segundo insumo: Debo disfrutar mi soltería. Casi se atora el pescuezo tratando de
tragarse un trozo de carne mal porcionado y pretender hablar sólo al mismo
tiempo. Estira sus patas, acomoda su caparazón y frente al espejo se sentencia:
-aprovecharé mejor el estar soltero: usaré parte de mi tiempo en ayudar
necesitados, acompañar desamparados, brindar agua a enfermos, respaldar las
causas justas, en otras palabras, viviré también para los demás-. Giró como
actor de Hollywood ciento cincuenta grados y recordó que olvidó su “cierre con
broche de oro”, se devuelve con agresividad hasta encontrar su imagen en el
cristal y remata: -y ofrendaré más tiempo en las cosas sagradas- Guiñó su ojo
derecho como si estuviese practicando para su primer cita, y con la lentitud de
una oruga fue en busca de otro bocado de comida, si es que la sonrisa lo dejaba
atarugarse otra vez.
Es que la soltería solo es aburrida si se
cruza de brazos.
Por ahora, este armadillo se atrevió a
definir lo que quiere y a disfrutar su soltería.
continuará...
©2014 Ed. Ramírez Suaza