La Huída
el fracaso humano, un éxito divino
Mirando yo por entre
la celosía de la casa de mi ventana, vi centenares de personas huyendo sin que
nadie les persiga. Corren como alma que
lleva el diablo sin saber hacia dónde, pretendiendo escapar de sí mismos:
niños queriendo ser adultos, adolescentes quieren ser de todo y nada, jóvenes desean
ser lo que no son, adultos aspiran ser lo que hubiesen podido ser, ancianos anhelan
ser lo que nunca fueron; con algunas excepciones por su puesto.
Vi mujeres temiendo a
la femineidad. Según las pisadas transitadas hasta hoy en el proyecto de
liberación femenina, pareciera más bien un proyecto de aniquilación femenina. El
feminismo se ha dado cuenta que al hombre le han “faltado pantalones” para ser
hombre, ahora se pretende ser mujer imitando todos los fracasos del machismo. Vi
hombres sin querer asumir la masculinidad, vi muchos de ellos “explorando” su
femineidad: ahora se nos dio por maquillarnos, depilarnos las cejas, ponernos
silicona en las nalgas, matricularnos a un “yanbal”, entre otras. Insisto en
las maravillosas excepciones. Vi esposas tratando escapar del matrimonio,
esposos tirar su hogar por la borda; vi hijos siendo los mejores amigos de los
padres porque estos últimos parecieran preferir la crianza de amigos en lugar
de hacer lo correcto: criar hijos. Vi hermanos huyendo del afecto filial y
muchos se tratan como enemigos. En otras palabras, vi personas huyendo sin que
nadie los persiga.
Por la ventana de mi
casa, alcancé ver cristianos pretendiendo huir de su identidad. No queremos ser
reconocidos como lo que somos. Una frase delatadora de mi acierto es ésta,
“hagamos algo evangelístico que no sea muy evangélico”. Ahora se nos dio por
hablar de Cristo sin mencionarlo. ¿Cómo? ¡No tengo la menor idea!
La peor de todas las
huidas es esa ridícula pretensión de escapar de Dios. Las personas transitan
caminos en la dirección opuesta a los brazos extendidos de la infinita gracia
divina. Pareciera que una parte significativa de la humanidad se volvió
“teo-fóbica”. Dios está vetado en el periódico, en las revistas más populares,
en las vallas de la ciudad, en universidades, en otras instituciones
“educativas”. No se puede hablar de Dios, explícitamente, en medios de
entretenimiento como radio y televisión. Hablar de Dios en la comunidad LGBTI,
resulta ser una expresión homofóbica. Es como si una cantidad de índices
atravesaran verticalmente centenares de labios en dirección al cielo para
silenciar a Dios; para huir de Dios.
Toda persona
embarcada en la huida, huye tanto hasta perderse; ya ni se encuentran así
mismos. Pero hay un Dios que busca, sí. Él es el incansable buscador. Él
encontró a Adán y Eva cuando huyeron tras los arbustos. Él encontró a Moisés
huyendo como fugitivo. Encontró a Elías solitario en una cueva, justo cuando
huía de la malvada Jezabel. Dios encontró a David apacentando las ovejas de su padre.
Encontró a Isaías con labios impuros. Encontró al hijo pródigo que había huido
de casa. Dios encontró a Pedro desesperanzado y desnudo en el mar. Me encontró
a mí habitando un tugurio entre los escombros de una familia en ruinas. Dios
busca, persigue, encuentra. Deja las 99 ovejas en el corral para ir en busca de
tan solo una perdida sin descansar hasta hallarla.
Dios me buscó, me
halló; y mucho más: me amó y se entregó por mí.
Y cómo no, también a ti.